El día del juicio

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Vaigash (Génesis 44:18-47:27 )

En uno de los momentos más dramáticos de la Torá, arriesgando su vida, Yehudá enfrenta al virrey de Egipto, pidiéndole que se le permita tomar el lugar de su joven hermano detenido para ahorrarle a su padre la debilitante angustia de perder el último hijo de su amada Rajel.

Conmovido por la entrega y el auto sacrificio de Yehudá, Iosef ya no puede continuar ocultando su identidad.

“Y Iosef no pudo contenerse ante todos los que estaban de pie junto a él, y dijo: ‘Saquen a todo hombre de mi presencia’. Y no quedó ningún hombre con él cuando Iosef se dio a conocer a sus hermanos. Emitió su voz en llanto, y escucharon los egipcios, y escuchó la casa de Paró. Y Iosef dijo a sus hermanos: ‘Yo soy Iosef. ¿Mi padre aún vive?’ Pero sus hermanos no pudieron responderle porque quedaron desconcertados ante él”. (Bereshit 45:1-3)

En un instante, todo cambió. “Aní Iosef, ‘yo soy Iosef’, yo soy a quien vendieron en esclavitud, quien creyeron que era un soñador buscando usurpar el poder”. Al escuchar esas palabras, los hermanos se dieron cuenta, inmediatamente, que todo lo que pensaron sobre Iosef durante los últimos 22 años estaba equivocado. Todas las piezas calzaron, y quedaron sin habla, sorprendidos y avergonzados.

Nuestros sabios dicen que esta experiencia será vivida por cada uno de nosotros cuando nos paremos delante de Hashem y enfrentemos nuestro juicio final.

“¡Ay de nosotros en el Día del juicio; ay de nosotros en el Día de la reprimenda! Iosef era el más joven entre las tribus, y no pudieron tolerar su reprimenda… Cuánto más aún cuando Hashem venga y recrimine a toda persona por no haber actuado correctamente, no podremos tolerar esta reprimenda (Bereshit Rabá 93:10).

Dios nos dirá: “Yo soy Hashem” y nosotros, en un instante, quedaremos sin habla. Todas nuestras excusas y razonamientos falsos (este problema no tiene solución, no puedo hacer esto, etc.) y las quejas insidiosas (Hashem no es justo, ¿cómo puede hacerme esto?) se evaporarán cuando nos encontremos con la realidad de Dios.

Hay un elemento adicional en la crítica de Iosef. Él les preguntó a sus hermanos: “¿Mi padre aún vive?”. Pero Iosef ya sabía que su padre estaba vivo. Después de preguntar, inmediatamente les dijo: “Apúrense, vayan donde mi padre y díganle: ‘Así dijo tu hijo Iosef: Dios me ha convertido en amo de Egipto. Desciende a mí, no te demores’” (Bereshit 45:9). ¿Por qué entonces Iosef preguntó si su padre aún seguía con vida?

El Beit Haleví (Bereshit 45:3) explica que la pregunta es parte de la tojajá ‘reprimenda’ de Iosef a sus hermanos. Yehudá acababa de realizar un apasionado pedido, diciéndole a Iosef que no podía apresar a Biniamín porque, si lo hacía, mataría a su padre Yaakov. “Incluso si Biniamín es un ladrón”, argumentó Yehudá, “no puedes hacer algo que le causará tanto dolor y angustia a mi padre. Arréstame a mí en vez de él”.

A eso, Iosef contestó: “Yo soy Iosef. ¿Mi padre aún vive?”. En otras palabras: ¿En dónde estaba tu preocupación por el dolor de nuestro padre cuando me vendiste en esclavitud?

Con esas pocas palabras, Iosef les mostró a sus hermanos la equivocación moral que habían cometido. No los sermoneó, sino que, en cambio, enfocó su atención en cómo las propias acciones de ellos contradecían el supuesto objetivo de evitar el sufrimiento de Yaakov. Y así como Iosef les mostró a sus hermanos la inconsistencia de su comportamiento, Dios nos mostrará a cada uno de nosotros nuestras inconsistencias e hipocresía, y luego, todas nuestras racionalizaciones se derrumbarán.

Eliahu y el pescador

El Midrash (Yalkut Shimoní, Nitzavim 940) relata que Eliahu Hanaví estaba en una ocasión caminando por la calle, cuando encontró un hombre que era cínico y burlón. Eliahu le preguntó: “¿Qué le responderás a tu Creador en el Día del Juicio?”.

“Tengo la respuesta perfecta”, respondió el cínico. “Hashem no me dio la sabiduría y el entendimiento necesario para estudiar Torá y Talmud. Intenté, pero no me entra en la cabeza”.

Luego Eliahu le preguntó: “Hijo mío, ¿cómo ganas tu sustento? ¿En qué trabajas?”.

“Soy un pescador”.

“Fascinante”, respondió Eliahu. “¿Me contarías sobre tu profesión?”.

El hombre le explicó toda la complejidad de tejer redes, arrojarlas y removerlas del agua. Eliahu escuchó su larga explicación y dijo: “Fantástico, realmente conoces tu profesión. Dime, ¿quién te dio sabiduría y entendimiento para hacer todo eso?”.

“Dios”, respondió el pescador.

“Dios te dio sabiduría y entendimiento para pescar”, lo desafió Eliahu, “¿pero no te dio sabiduría y entendimiento para estudiar Su Torá, en la cual está escrito: ‘[la Torá] no está en el cielo, sino en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas’ (Devarim 30:14). Si Dios te dio toda esa inteligencia para pescar, entonces sin duda te dio inteligencia para que estudies Su Torá”.

Reconociendo la verdad en las palabras de Eliahu, el pescador quedó boquiabierto y rompió en llanto.

Toda persona en el mundo utiliza una excusa similar: “Si Dios tan sólo me hubiera enseñado a estudiar, si Dios tan sólo me hubiera mostrado cómo cambiar el mundo, si tan sólo supiera cómo cambiarme a mí mismo, pero ¿qué puedo hacer? Dios no me dio esos talentos”.

Y Dios responderá: “Tus propias acciones atestiguan en tu contra”. Nos recordará cuando aprendimos cantidades de material para el curso de biología, cuando memorizamos la tabla periódica y las alineaciones de los equipos de fútbol, cuando sobresalimos en el examen de ingreso a la universidad, cuando nos graduamos de la misma…

Dios tiene el registro completo de nuestra vida frente a Él, y cuando nos muestre lo que éramos capaces de hacer cuando estábamos motivados, no tendremos cómo excusarnos. La verdad estará frente a nuestros ojos: “¡Ay de nosotros en el Día del juicio; ay de nosotros en el Día de la reprimenda!”.

Analiza las consecuencias

Intentando calmar al consternado pescador, Eliahu le dijo que esta tendencia a racionalizar es parte de la naturaleza humana, que todos creemos tener la excusa perfecta que nos salvará cuando enfrentemos a Dios. Es importante que hagamos introspección ahora, para poner los pies en la tierra y despertar de nuestro letargo. No esperemos hasta entrar en el Olam Habá ‘Mundo Venidero’, cuando ya será demasiado tarde para cambiar.

Sin excusas racionales en las que apoyarnos, ¿no sabríamos acaso todo el Talmud? ¿No amaríamos a nuestro prójimo, más allá del color de kipá que use, o incluso si no usa?

Debemos encontrar herramientas para despertar, y ese es el objetivo de la tojajá ‘reprimenda’. Este es el mensaje que Iosef les envió a los hermanos cuando preguntó: “¿Mi padre aún vive?”. Les dijo que analizaran las consecuencias de sus acciones: “No quieren causarle tormento a nuestro padre, están dispuestos a luchar a muerte para que no aprisione a Biniamín. Pero, ¿analizaron las consecuencias de sus acciones cuando me separaron de mi padre? ¿Acaso mi padre aún vive?”.

Es fácil permanecer dentro de la ‘zona de confort’ de nuestros patrones de conducta y pensamiento, y tomar el camino que ofrece menos resistencia. Pero debemos detenernos y observar las consecuencias, en lugar de seguir nuestros deseos sin pensar la dirección en la que estamos yendo. Así, sólo así, tendremos la posibilidad de no cometer un error.

Piensa en las consecuencias de no estudiar Torá al máximo de tu capacidad, piensa en el impacto que esto tendrá en ti y en tu familia. Piensa en las consecuencias de ignorar las altísimas tasas de asimilación y matrimonios mixtos que causan estragos en nuestra nación, y piensa en cómo todos nosotros seremos responsables por no haber salvado a nuestros hermanos judíos que estaban a nuestro alrededor: en la oficina, en el vecindario o en nuestra familia extendida.

Piensa en las consecuencias. Debemos concientizarnos, porque un día Dios vendrá y nos dirá a cada uno de nosotros: “Aní Hashem, ‘soy Dios’” y luego nos mostrará cómo nuestra propia vida contradecía nuestras excusas. Nos mostrará que cuando nos comprometimos a hacer algo, por la razón que fuera, sobrellevamos la frustración, buscamos soluciones y no renunciamos hasta haber alcanzado nuestro objetivo. Él nos mostrará que si, Dios no lo quiera, hubiese sido nuestra hermana casándose con un católico o nuestro hijo atrapado en un culto o fuera del camino de la Torá, hubiéramos hecho lo imposible para salvarlos. ¿En dónde estuvimos cuando un hijo de Dios —nuestra hermana o hermano judío— estuvo en alguna de estas situaciones?

Dios nos encarará, así como Iosef encaró a sus hermanos. Pero podemos evitar esta vergüenza despertando ahora y considerando las consecuencias de nuestras acciones. Dios es vida, y quiere que despertemos y vivamos. No es necesaria la culpa, porque esta lucha es parte de la naturaleza humana. Sin embargo, eso no nos exime de actuar. El reloj corre, no viviremos para siempre. Dejemos de inventar excusas y, en cambio, aceptemos nuestras responsabilidades tanto como podamos.

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