Dios y la vacuna de Pfizer

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Por supuesto que Dios es el máximo sanador, pero Él exige nuestra participación, y eso define todos los logros y todo el progreso humano.

Dado que los casos de COVID-19 siguen creciendo en el mundo, el reciente anuncio de la farmacéutica Pfizer respecto a que su vacuna para el coronavirus es efectiva en un 95% y que no tiene graves efectos secundarios, finalmente brinda la esperanza de poder encontrarnos en un punto de cambio en nuestra actual pesadilla.

Pfizer dijo que la compañía planea presentar en los próximos días un pedido ante la Administración de Alimentos y Drogas para recibir una autorización de emergencia y que la vacuna podrá distribuirse muy pronto. Un verdadero momento histórico en la historia de la ciencia en términos de velocidad en el desarrollo de una medida preventiva para detener la difusión de la enfermedad que asesinó a millones de personas en el mundo.

Esperemos que la mayoría del mundo se convenza de su seguridad y la acepten (Una encuesta de Pew de setiembre del 2020, registró que casi la mitad de los norteamericanos considerarían no aceptar la vacuna). Es importante entender lo que Maimónides enfatizó hace mucho tiempo como el claro entendimiento de la declaración de la Torá que especifica la promesa de Dios de curarnos: "Yo soy Hashem, tu sanador" (Éxodo 15:26):

Basado en la lógica [que si Dios desea que estemos enfermos, no podemos atrevernos a interferir con Su voluntad y, por lo tanto, no podemos practicar la medicina] podríamos decir: "No comas. Si Dios decretó que uno debe morir, morirá incluso si come. Y si Dios decretó que alguien debe vivir, vivirá incluso si deja de comer. ¡Por lo tanto no comas!". Obviamente esto no tiene sentido. Por cierto, Dios hace todo, pero Él lo hace a través de Sus emisarios: tanto Sus ángeles destructivos, como las enfermedades, como Sus ángeles buenos, como los médicos. Si te niegas e impides que te ayuden los emisarios buenos de Dios, entonces mereces tu castigo: los ángeles buenos te abandonarán y los ángeles destructivos te dañarán. (Rambam, Perush Mishnaiot, Pesajim 4:10)

Obviamente Dios es el máximo sanador, pero Él exige nuestra participación, y eso define todos los logros y todo el progreso humano. El hecho de que Dios sea el "Médico por excelencia" no nos excluye de esa profesión, sino que exige que lo emulemos. Una vez más, de las obras de Maimónides aprendemos que nuestra obligación principal es imitatio dei, usar los caminos de Dios como una motivación y una inspiración para todo lo que hacemos.

El Talmud lo expresa de forma muy bella. Al comienzo de la Torá, Dios viste a los desnudos (Adam y Javá). Al final de la Torá, Dios entierra a los muertos (Moshé). Así también debemos entender que preocuparnos por los demás es nuestra obligación fundamental, y así mismo debemos emular todos los otros actos Divinos que aprendemos en la Torá.

Desde una perspectiva judía, el desarrollo sorprendentemente rápido de una vacuna para prevenir el COVID-19 es un cumplimiento del imperativo bíblico de continuar el acto Divino de la creación, así como el rol sanador de Dios.

En una fascinante comparación histórica, el primer material de Torá publicado sobre la vacunación data de 1785. Alexander ben Salomón Nanisch de Hamburgo, quien perdió a dos de sus hijos a causa de la viruela, publicó en Londres una obra titulada Alé Trufá, que contiene responsa respecto a si la ley judía permite la inoculación contra la viruela. En ese momento había mucha oposición a la nueva vacuna de Jenner y esta era un riesgo que la mayoría de la gente no estaba dispuesta a correr. Sin embargo, no llevó mucho tiempo hasta que prevaleció la opinión de la mayoría de los judíos respecto a que la vacunación no sólo estaba permitida, sino que era obligatoria. Tanto que Rav Israel Lifshitz, uno de los más destacados líderes religiosos a comienzos del siglo XIX, autor del comentario Tiferet Israel sobre la Mishná, escribió respecto a su certeza de que muchos no judíos tenían asegurada una gran porción en el Mundo Venidero debido a sus contribuciones positivas para la humanidad. Además de Gutenberg que inventó la imprenta y posibilitó una difusión del conocimiento sin precedentes, él agregó a la lista a Edward Jenner, quien había inventado la vacuna para la viruela.

Lo llamativo es que tanto Pfizer como Jenner utilizaron un enfoque no sólo atrevido, sino que a primera vista opuesto a la lógica. Sin embargo, tiene un paralelo sorprendente con un evento registrado en la Torá, el mismo evento que concluye cuando Dios se identificó como "Yo soy Hashem, tu sanador".

En el capítulo 15 de Éxodo leemos que después de salir de Egipto los judíos se enfrentaron a la realidad potencialmente fatal de no tener agua para beber. En un lugar llamado Mará (amargura) debido a las aguas amargas del lugar que no se podían beber, los judíos suplicaron ayuda Divina. El consejo de Dios fue tomar una pequeña parte de un árbol amargo y arrojarla al agua. Milagrosamente, de la amargura salió la dulzura. De alguna forma, la cura en cierta medida estaba en la esencia misma que causaba el problema.

Edward Jenner derrotó a la viruela cuando efectuó su famoso experimento de insertar pus extraída de una pústula de viruela de la mano de una nodriza en un niño sano, quien a partir de esa mínima exposición obtuvo inmunidad. Hoy Pfizer, y también Moderna, desarrollaron vacunas que utilizan una versión sintética del material genético del coronavirus para programar a las células de la persona para que produzcan muchas copias de un fragmento del virus. Este fragmento despierta alarmas en el sistema inmunológico y lo estimula a atacar si la persona se ve expuesta al virus real.

Es una increíble y profunda realidad científica: lo "malo", lo amargo, contiene la clave para su eliminación. Precisamente después de esta revelación bíblica, Dios se identifica a Sí mismo como un Sanador Divino.

Esperemos que finalmente haya llegado el momento de la curación, a través de la asociación del ingenio humano con la inspiración y la ayuda Divina.
 

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