El diario de un médico: ser testigo de la obra de Dios

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Como en una novela bien escrita de un trillón de páginas, cada paso del desarrollo de un feto parece seguir un plan general.

Llevo casi cincuenta años practicando medicina, y creo que lo que más me impresiona es el milagro del nacimiento. Todavía recuerdo el primer bebé que ayudé a nacer. Estaba en cuarto año de medicina y literalmente me temblaban las piernas. El niño nació a una velocidad increíble, o por lo menos eso me pareció. Apenas tuve tiempo de ponerme los guantes y llegar a mi posición. Era increíblemente resbaladizo. Tuve que esforzarme para evitar que saliera disparado o cayera al suelo. Semejante accidente podría haber generado una seria lesión.

Recuerdo el primer llanto del bebé. Fue casi inmediato. Era la señal de que estaba vivo y que respiraba. Después de que cortaran y anudaran el cordón umbilical, vi cómo las enfermeras lo secaban y lo limpiaban. Les dijeron a los padres que habían tenido un bebé de 3,5 kilos. En el momento en que llevamos al recién nacido a los brazos de la madre, su amor era obvio. El lazo entre los tres fue instantáneo. Más tarde, cuando pude sostenerlo en mis brazos, su pequeña mano se envolvió en mi meñique. Todos los dedos, todas las partes, estaban adonde debían estar. Nada estaba desalineado. Para mí, eso era un verdadero milagro. Aunque soy médico de familia, durante mi carrera asistí en más de cien partos. Cada uno de ellos fue una bendición.

Con las técnicas modernas de bioquímica, el microscopio de electrones y la electrofisiología, para los científicos la obra de Dios se torna cada vez más obvia. Hay tantas cosas nuevas que nunca habíamos imaginado, desde lo macro a lo micro. Darwin no sabía lo que era un gen, ni hablar de un cromosoma o un nucleótido base. Él no podía explicar por qué un niño se parece a sus padres. Habiendo dicho eso, hizo lo mejor que pudo con el conocimiento científico de su época.

Cuatrillones de reacciones químicas específicas ocurren constantemente durante los siete días de la semana, de forma simultánea, repetidas, en secuencia y/o en tándem.

Al igual que una novela bien escrita de un trillón de páginas, cada paso, giro y vuelco de nuestro desarrollo parece seguir un plan general. Cualquier desviación del plan original, al menos en una etapa temprana, sería equiparable a construir un rascacielos olvidando componentes estructurales en los primeros pisos. Trillones de acciones coordinadas se vinculan durante un período de nueve meses. Cuatrillones de reacciones químicas específicas ocurren constantemente los siete días de la semana, de forma simultánea, repetidas, en secuencia y/o en tándem. A menudo a velocidades tan altas que son mucho más rápidas que un parpadeo.

Todo está perfectamente compaginado. Todo está organizado. Los genes a veces saltan, se combinan y vuelven a combinarse de forma inexplicable, creando una persona similar a sus padres. Los cambios aparecen de la nada. Hay interruptores de ADN, llamados epigenéticos, que encienden y apagan los genes. El diseño sugiere la existencia de una planificación. La planificación sugiere la existencia de un propósito. Nada se deja al azar.

La célula (cigoto) formada por la unión del óvulo y el esperma, se convierte en tan sólo nueve meses, en un bebé de 15 trillones de células con una precisión asombrosa. Esto incluye períodos con decenas de miles de células por segundo con una tasa de precisión superior al 99,99%. A los dieciséis días el corazón comienza a latir. A los 30 días el embrión habrá multiplicado su tamaño 10.000 veces a partir del tamaño original del óvulo fertilizado. También habrá pasado de las trompas de Falopio a un sitio del útero en donde sabe cómo conectarse, mediante la placenta, al flujo sanguíneo de la madre.

A las siete semanas el feto mide 2,5 centímetros y ya comenzó a desarrollar todos sus órganos (como el hígado, el bazo, los órganos sexuales y los intestinos). En muchos aspectos, el feto se parece a una persona diminuta. A las ocho semanas aparecen los dedos de las manos y los pies y también hay rastros del cerebro y la columna vertebral. En un momento específico, 250.000 neuronas (células nerviosas) migran (escalan, gatean, nadan, se deslizan, se apretujan) por minuto a sus lugares designados, cada una con su propio objetivo/función dentro del cerebro. En comparación a su tamaño, la distancia que algunas viajan puede compararse a un ser humano caminando muchos kilómetros por un camino sinuoso y montañoso.

A las doce semanas aparecen las cuerdas vocales, pero como los pulmones continúan llenos de líquido amniótico y no de aire, no hay voz ni respiración. A los cuatro meses una ecografía puede mostrar al bebé chupándose el pulgar y jugando con su cordón umbilical. Entre la semana 18 y la 20 maduran los sensores de dolor, llegando prácticamente a la condición en que estarán en el nacimiento. A las 24 semanas una ecografía puede mostrar al bebé sonriendo. A las 28 semanas, el bebé puede seguir una luz en movimiento, como una linterna que se apoya sobre el vientre de la mamá. En algún momento de este período el bebé aprende a reconocer la voz de su madre.

Un bebé con 15 trillones de células tendrá 40-75 trillones de células en la adultez, y cada una de ellas responde a un plan específico. Cada célula, cada tejido, todos los órganos y sus combinaciones tendrán funciones predeterminadas muy específicas. Algunas de esas funciones cambiarán o cesarán con el tiempo, como si tuvieran un reloj interior.

En la actualidad, muchos bebés prematuros pueden sobrevivir en la unidad de cuidado intensivo neonatal. Si el recién nacido de Jacqueline Kennedy hubiera nacido en nuestra época, hubiera sobrevivido con facilidad.

Cuando el cuerpo del bebé decide que llegó el momento de salir al mundo, envía millones de mensajeros químicos al cerebro de la madre diciendo: "Estoy listo, ¿qué tal si presionas el botón de COMIENZO?" Entonces el cerebro de la madre inunda al útero con un grupo completamente diferente de mensajes químicos, instruyéndoles a las células que comiencen el precalentamiento, lo que implica principalmente las contracciones. A continuación, la cabeza del bebé rota y apunta hacia abajo, hacia el canal del parto. Se le notifica a la placenta, que comienza a aflojarse y a desprenderse. Para este momento el útero ya quintuplicó su tamaño habitual, aumentó 500 veces su capacidad normal y es 15 veces más pesado. De acuerdo al plan, volverá a su tamaño normal durante la semana posterior al parto, mientras que le lleva aproximadamente un mes curarse por completo.

Las contracciones iniciales se conocen como contracciones falsas o de Braxton Hicks; con ellas hay pequeñas pérdidas de líquido amniótico (a menudo acompañadas por la expresión de "rompí bolsa"). Las primeras contracciones no tienen un ritmo regular y su intensidad va en aumento (a menudo asociado a incomodidad y dolor). También se genera presión en las paredes del útero para alinear mejor al bebé. A pesar de ser extremadamente fino, el útero es lo que más puja.

El bebé debe salir al mundo exterior a través del cuello uterino, que normalmente parece una tapa de botella suave y rosada con un pequeño agujero en el medio. Esta apertura se dilatará lentamente hasta llegar a los 10 centímetros antes de que el bebé pueda atravesarla. Al descender, la cabeza del bebé encaja en el canal mirando hacia el costado. Esa posición es crítica porque la parte ósea de la pelvis no es lo suficientemente grande para dejar pasar nuestra gran cabeza (el cerebro). A propósito, es interesante que los grandes monos no tienen este problema. A pesar de su gran tamaño, sus cerebros, de bebés, son considerablemente más pequeños.

En el instante en que el bebé sale del útero, mensajes químicos le dicen a su cerebro que comience a respirar.

En el instante en que el bebé sale del útero, mensajes químicos le dicen a su cerebro que comience a respirar. No hay ningún botón obvio de ENCENDIDO o COMIENZO, pero tiene que haber un mecanismo crítico. Quizás sea el cambio de temperatura, el cambio de presión de aire y/o la insinuación del oxígeno cosquilleando la nariz del bebé. No lo sabemos, pero obviamente este mensaje es crítico y está programado con mucha precisión. La palmada en las nalgas es más para las películas (a menos que la madre haya estado sedada). Si la respiración comienza demasiado pronto, el bebé muere por asfixia; si ocurre demasiado tarde, el bebé puede tener daño cerebral o morir de hipoxia (poco oxígeno). Esto es crítico. La decisión de comenzar a respirar ocurre en segundos. El nacimiento fue siempre así. No hay lugar para experimentos, no hay lugar para ensayo y error.

En ocasiones, un feto se puede demorar horas en el canal de nacimiento, incluso días, especialmente durante el primer embarazo de la madre, pero el bebé continúa estable, sin necesidad de "respirar". Esto ya se planeó internamente. En el momento del nacimiento, la sangre del bebé, que eludió a los pulmones durante la gestación (no había razón para respirar dentro de mamá), de inmediato debe hacer un cambio y atravesar los pulmones para absorber oxígeno y eliminar dióxido de carbono.

Hay un truco muy interesante (un cambio innato en el aparato circulatorio del bebé) que ocurre inmediatamente después del nacimiento. En ese momento se cierra una arteria importante con una válvula (el ducto arterial) que se usaba para circunvalar los pulmones previamente inactivos (nota que todos los intercambios de oxígeno y dióxido de carbono venían de la madre a través de la placenta). Eso causa inmediatamente que toda la sangre del lado derecho del corazón se dirija a los pulmones, que para ese entonces ya están preparados. El mecanismo es impresionante. La coordinación tiene que ser exacta.

Uno puede preguntarse si estos diseños superpuestos y cambiantes no son demasiado perfectos para ser resultado de la casualidad. Con el avance de la ciencia a través de los siglos, aprendimos cada vez más sobre las complejidades dentro de las complejidades dentro de las complejidades del cuerpo humano. Todo tiene un diseño claro. Todo encaja.

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