El día del padrastro

18/06/2023

6 min de lectura

A veces los mejores padres no son los padres con los que naciste.

No soy la única niña en el mundo que creció sin un padre. La verdad es que, yo tenía uno, sólo que él no estaba presente, y cuando lo estaba, él no estaba particularmente interesado en cosas de tipo "papá".

Aunque pienso que él no tuvo la intención de ser la clase de padre que fue, al final de cuentas, terminé no teniendo uno.

Algo faltaba, terriblemente, pero yo no sabía qué.

Todo lo que yo sabía era que ocasionalmente me sentía confundida si veía a un padre jugar con su hija en un parque, y también sentía una sensación profunda de anhelo cuando trabajaba de niñera y veía a un padre preocupado por su hija.

Cuando era pequeña, yo observaba cuidadosamente a los padres de mis amigas. Ellos eran como aves exóticas, extrañas y ajenas, pero de cierta manera, extrañamente hermosas. Había algo más firme y seguro cuando ellos estaban cerca, y aun cuando ellos no estaban cerca, la sensación de seguridad permanecía.

El padre de mis vecinos siempre les gritaba a ellos para que hicieran sus deberes, y su madre siempre amenazaba con decirle a su padre si ellos hacían algo incorrecto, e incluso, aunque él me intimidaba, yo los envidiaba. Ellos tenían disciplina, autocontrol y dignidad. Su mundo era un lugar más seguro que el mío.

Cuando yo tenía 11 años, mis padres se separaron. Además de la guerra legal y algunos cambios financieros, la partida de mi padre de la casa no tuvo un gran impacto en mí. No fue sino hasta un año más tarde que sentí el impacto: Mi madre comenzó a salir con alguien.

No mucho después, adquirí algo nuevo: un padrastro

Jim fue el primer tipo con quien mi madre salió después de mi papá. Realmente ya lo conocíamos; él y su ex-esposa habían sido miembros de la misma sinagoga que mi familia antes de su divorcio varios años antes y su hija había sido amiga mía cuando yo era pequeña.

Recuerdo cuando yo tenía más o menos 10 años, como él se deslizaba diligentemente (en el sedan blanco que yo llegaría a conocer tan bien) dos o tres veces por semana para llevársela a pasar un tiempo de padre e hija juntos. ¿Y yo me preguntaba a mí misma, qué hacían los padres y las hijas?

Entonces, de repente, unos años más tarde, Jim estaba ahí en mi casa, con sus grandes pies sobre la mesa de centro de mi madre, con el tipo de bebidas que le gustaban en el refrigerador, y (¡que horror!) con cintas de música Country en el equipo de música de la sala de estar.

Los siguientes años fueron la guerra declarada. Mi hermano y yo resentimos la repentina reagrupación, y su hija —mi amiga— no estaba tan emocionada tampoco con su nueva madrastra. Ciertamente no éramos la familia feliz.

¿Qué hay de Jim?... Yo no lo podía soportar.

Él era como un gran pilar clavado en el medio de un cuarto por algún arquitecto estéticamente despreocupado. Esto no me gustaba mucho, pero tengo que admitir que nos mantenía muy firme.

Sin embargo, esto es gracioso. A lo largo de la escuela secundaria, en medio de enormes estallidos o batallas que tuvimos que duraban semanas, Jim y yo teníamos alguna clase extraña de amistad. Él era como un gran pilar clavado en medio de un cuarto por algún arquitecto estéticamente despreocupado. Esto no me gustaba mucho, pero tengo que admitir que nos mantenía muy firme.

Cuando yo estaba hecha una atado de nervios la mañana en que comenzaba la escuela secundaria, Jim se sentó en la mesa de desayuno y escuchó mis preocupaciones, yo temía pasar desapercibida en la gran escuela. Mi madre me arrulló dulcemente, pero él amablemente sugirió que yo fingiera una cojera colosal y un tartamudeo exagerado a fin de distinguirme entre las masas. Más tarde, cuando yo estaba en fila en la intimidante biblioteca, tenía una sonrisa en mi cara, recordando su marcha cojeando alrededor de la cocina.

Cuando los nervios de mi madre estaban demasiado desgastados como para enseñarme a conducir, fue Jim quien con valentía se subió al automóvil (y, a diferencia de mi madre, no pisaba constantemente el freno de emergencia en el lado del copiloto). Era particularmente impresionante, considerando que probablemente discutíamos la mitad del camino.

Muchas veces discutí con mis amigos porque habían llegado a apreciarlo, aunque no era sorprendente. Su sentido del humor no tiene igual, cáustico, incisivo, e inteligente más allá de las palabras. Él tiene una manera de hablar para cada persona, especialmente con los niños, que los hace sentir cómodos, reconocidos, apreciados.

Mi madre es una de las personas más increíblemente afectuosas de la faz de la tierra; ella puede hacer que alguien se sienta la persona más importante del mundo. La energía de Jim es diferente, él no desborda dulzura, más bien todo lo contrario, pero su humor es una fuerza bastante poderosa que hace que cada uno quiera estar cerca de él, aunque sea sólo para oír lo que diría después.

Él podía hablar largo y tendido sobre cualquier tema, sobre todo cuando se refería a algo judío. Él y mi madre compartían una lealtad de principios a su fe, la gente, y al país. Yo heredé de mi madre los lazos emocionales al judaísmo a nivel visceral, pero pasivamente me imbuí en diatribas políticas de Jim, exégesis cultural, y oí discursos rimbombantes sobre cualquier tema que estaba en su mente. Nuestras luchas constantes me hicieron pensar con detenimiento y profundidad, independiente de la posición que yo tomara; Jim me hacía pensar.

A la única cosa a la que él es más leal que al pueblo judío, supongo, es a su familia. Mirando hacia atrás, con todas las discusiones que causamos entre él y mi madre, veo que ellos tenían un acercamiento similar a sus niños; una clase salvaje de amor. Y mucha de la tensión que había entre yo y él era resultado de su enojo por la forma irrespetuosa con que yo trataba a veces a mi madre.

A través de su poderoso amor y lealtad, vi que la devoción de un padre es diferente a la de una madre. (Y es por eso que los niños necesitan a ambos).

La verdad es que, a pesar de que discutimos durante una década entera, siempre me gustó Jim. Y aunque nunca lo habría admitido, yo estaba locamente celosa de su devoción por mi hermanastra. Cuando todos maduramos, aquella amistad permaneció, como también el respeto.

La tradición judía nos ordena que debemos respetar a nuestras madres y amar a nuestros padres. Los sabios explican que la Torá lo formula de esa manera porque es natural que amemos a nuestras madres, y por lo tanto, con ellas debemos trabajar la parte del respeto. Sin embargo a nuestros padres los respetamos naturalmente.

Los padres, de alguna manera, nos ponen en el camino correcto. La socióloga Judith Wallerstein ha demostrado que sólo la mitad de los muchachos a los que ella les hizo seguimiento en un estudio de familias divorciadas, completó la universidad. Aproximadamente el 40% fue a la deriva por la vida, fuera de la universidad y desempleados.

En un estudio en 1987 para la universidad de Michigan, Neil Kalter, Ph.D, encontró que a las muchachas de familias divorciadas les era más difícil sentirse valoradas como mujeres; ellas no tuvieron la experiencia diaria de interactuar con un hombre que fuera atento, preocupado y afectuoso.

Los padres nos dan un lugar en el mundo.

Una vez, cuando mi madre estaba fuera de la ciudad, Jim me acompañó a mí y a algunos de mis amigos para la comida de Shabat. Al final de la cena, el marido de una amiga, que sabía acerca de mi historia familiar, pero que nunca había conocido a Jim, dijo, "Huau, tú no te pareces físicamente en nada a tu padre pero eres exactamente igual a él".

"Él es Jim", le dije, "no es mi padre".

El marido de mi amiga quedó impresionado. "Pero tú humor, tú cosmovisión... ustedes son tan parecidos".

Y él tenía razón.

Los valores que utilizo para dirigir mi vida vienen directamente de Jim. La forma en que miro el mundo viene de Jim. Incluso el sentido de humor que tengo... es todo de Jim.

Incluso aunque yo nunca sepa lo que es crecer con la clase de lealtad paternal y preocupación con que lo hicieron mis hermanastras, y aún me siento un poco confusa al observar a mis amigos hombres cuidar cariñosamente a sus hijas, Jim logró darme algo más.

Hace unos meses, él tuvo un breve percance médico y creo que esto lo hizo estar un poco filosófico. Estábamos conversando por teléfono y su voz de repente decayó.

"Sólo quiero decirte algo", dijo él, en un tono extraño de voz. "Pienso que tú ya lo sabes, pero quiero decírtelo de todos modos".

Me pregunté que sería...

"Sólo quiero decir que, Dios no quiera, si alguna vez le pasara algo a tu madre... ¿tú sabe que yo siempre voy a estar aquí para ti, verdad?".

Comencé a parpadear con fuerza.

"Yo siempre estaré aquí, y seré parte de tu vida".

Asentí con la cabeza en el teléfono. Él siempre estará en mi vida, siempre estará ahí para mí. Y yo siempre lo respetaré, y estaré agradecida por todo lo que él me dio y me enseñó.

"Te quiero", dijo él.

"Yo lo sé", dije, silenciosamente. "Yo también te quiero".

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