La Presencia de Papá

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Ahora escucho a Papá más que nunca.

Yo le digo a la gente, bromeando un poco, que mi padre y yo nunca nos hemos llevado tan bien como en los dos últimos años.

Ahora yo lo escucho. Tomo su consejo. Reflexiono sobre sus palabras. Y nunca lo interrumpo.

Cuando el estaba vivo, solía decirme todo el tiempo como yo lo interrumpía. “Mi querida hija, lo estas haciendo de nuevo”, el decía. “No he terminado de hablar, y tú estás interrumpiendo mis palabras”. Él creía esto porque consideraba comentarios como, “¡De ninguna manera!” “¿En verdad?” y “¡No puede ser!” como interrupciones, mientras que yo los veía como intervenciones necesarias.  

El también decía que yo no le prestaba suficiente atención. Por ejemplo, el insistía en que no lavara o cocinara o regara las plantas o colgara la ropa mientras hablaba por teléfono. “No puedo escucharte si estás haciendo otra cosa”, él decía.

“Pero Papá”, yo le discutía. “¿Cómo puede ser que colgar la ropa sea una actividad ruidosa? Aparte, ¡Tú me llamaste!”.

“Ese es mi punto exactamente. Yo llamé y tú deberías dejar de hacer lo que estás haciendo para hablar conmigo”.

Yo no me detenía. Todos los años que estuvo vivo y que discutió conmigo, yo simplemente le discutía de vuelta.

Dos años atrás, cuando volvió a casa del Hospital, compré unas sábanas blancas, un cobertor y dos almohadas para la habitación que su esposa, Louise, había preparado para él, para la cama en la que finalmente moriría.

Yo caminaba por el estacionamiento ese maravilloso día de septiembre, el sol cálido y brillante, sentía los brazos pesados por las bolsas que llevaba, y me imaginaba a mi padre joven y a mi madre embarazada, yendo de compras para mí – buscando pequeñas sábanas, cobijas suaves y una pequeña almohada. Llevándolas donde mi abuela, que era donde ellos vivían, subiendo las escaleras, armando la cuna, retrocediendo unos pasos para observarla y anticipando sus vidas, tantos años en frente de ellos, tantos sueños maravillosos.

Iban a ser años duros. Y no llegarían tan lejos como querían. Pero la bendición era que ellos no lo sabían en ese entonces.

Desde el principio hasta el fin, siempre el tiempo es muy corto.

Mientras veía a mi padre morir, pensaba sobre como uno nunca puede anticipar la vida o la muerte. Y mientras crees tener una larga vida cuando eres joven, parece tanto más corta cuando se la mira por un espejo retrovisor.

Desde el principio hasta el fin, siempre el tiempo es muy corto.

"La vida no termina. Sólo cambia".

Mi padre ya no me molesta por teléfono, diciendo: “¿Cuándo vas a venir a visitarme?” o “No me llamaste ayer”.

“¿Sabes que nadie más en todo el mundo te puede llamar hija?”.

Pero todavía lo escucho diciendo “Llama a Louise”, y cuando lo hacía, ella decía “Hey, justo estaba pensando en ti”.

Porque ella lo sentía cerca, también.

“No se te ocurra pensar siquiera en cortar el pasto con sandalias. Anda a ponerte zapatillas como te enseñé”.

“Si las pones ahora donde corresponden, no las tendrás que buscar más tarde”.

“Tranquilízate” “No te preocupes” “Confía en mí. No es nada importante”.

Él es suave ahora. Pero todavía firme. Y todavía instruye. “Ponle combustible. No esperes hasta que se agote por completo. Podría haber una emergencia”.

Él no es un fantasma. Yo no lo veo. Y tampoco lo escucho realmente. No con mis orejas.

Pero sus palabras son reales, no son simplemente sus dichos favoritos repitiéndose en mi mente. Él es actual.

Y su presencia no es sólo mi imaginación.

Como la lluvia que cae en la tierra, o como la nieve que la blanquea, mi padre estaba presente, era visible, real al tacto. Y ahora no lo está.

Pero como la lluvia y la nieve, como todo lo que ha sido, él no se ha desvanecido. Él se ha transformado. Yo no entiendo lo que es ahora. Pero sé que él es.

Lo siento mirar por sobre mi hombro. Yo lo siento a mi lado.

Fui a visitar a su hermano el otro día. Él y su esposa estuvieron en la ciudad en una visita corta, y George no paró de hablar. Pero yo no lo interrumpí, incluso cuando dijo, “estoy hablando mucho, lo sé”.

Esperaba algún premio por esto, pero todo lo que mi padre dijo en el camino a casa fue “Mi hermano es un personaje”, y yo le dije al aire, al cielo, a él, “Lo sé Papá. Es muy parecido a ti”.

Este artículo apareció originalmente en el Boston Globe.

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