Enferma de Estar Enferma

4 min de lectura

¿Quién dirige el show de todas maneras?

Hoy llamé al trabajo para avisar que estoy enferma.

No habría nada interesante en eso, salvo que ya ha pasado 15 veces en los últimos dos meses.

En una clara ilustración de lo que quieren decir los investigadores cuando dicen que las mujeres embarazadas tienen el sistema inmunológico debilitado, yo – junto con el bebé que tengo adentro – me las he arreglado para agarrar todo germen y bicho que anduviese dando vueltas por la ciudad, lo cual ha sido para mí una gran lección de humildad.

Déjenme explicar.

Soy la típica persona motivada y ambiciosa. En la secundaria lideré muchas iniciativas estudiantiles mientras mantenía un 9,8 de promedio en todas las materias y cumplía impecablemente con todas mis tareas domésticas. Me desempeñé en muchos trabajos de enseñanza y escritura durante toda mi carrera universitaria y de posgrado (la última incluyendo una pasantía que demandaba mucho tiempo) y, de alguna manera, me las ingenié para casarme, mudarme a otro país y dar a luz a mi primer hijo, todo al mismo tiempo.

Más recientemente tuve dos trabajos sumamente exigentes, uno por la mañana y el otro en la noche, al mismo tiempo que cuidaba a un bebé precoz, mantenía la casa en orden, recibía frecuentemente huéspedes en Shabat y preparaba deliciosas cenas caseras para mi familia. Diría que es algo bastante impresionante para una esposa y mamá.

Siempre me enorgullecí de mis expertas habilidades para hacer malabares y, para ser honesta, siempre disfruté los "¿Cómo lo haces?" que venían de mi familia y amigos. A pesar de que una pequeña voz en mi interior me insistía cada tanto que "¡Dios te dio este regalo!", igualmente disfrutaba la excitación de poder lograr tantas cosas buenas en tantas áreas de la vida simultáneamente.

Desgastada

Pero la "Mujer Maravilla", como mi amorosa abuela me decía ocasionalmente durante nuestras conversaciones telefónicas semanales, ha llegado a su desafortunada muerte. Incluso con las capacidades que pudo haber tenido durante su apogeo, la Mujer Maravilla no es rival para el feto que está en mi interior, quien alegremente se ha apropiado de todas las energías y recursos para su propio crecimiento y desarrollo – agotando al mismo tiempo la fortaleza e inmunidad de su madre por completo.

Los días en que pasaba enérgicamente de tarea en tarea, doblando pilas de ropa mientras hacía importantes llamadas familiares, y batía deliciosas tortas de chocolate mientras el bebé dormía, han llegado a su fin. Ya no seré vista sirviendo exquisitas comidas de seis platos a grupos de huéspedes en Shabat, ni reorganizando meticulosamente el almacén de la cocina con mi etiquetador (latas en un estante, insumos para hornear en otro). Actualmente, cuando me las ingenio con suerte para cocinar pasta, mi marido me da una palmada en la espalda y me reconoce con gratitud el esfuerzo hecho.

Pero incluso con mi abreviada lista de quehaceres me siento miserable.

Un emparedado de queso no iba a servir como cena durante nueve meses de corrido.

Pasando los infames primeros tres meses del embarazo, llenos de vómitos, náuseas y cansancio extremo, estaba segura que volvería a ser yo inmediatamente, al igual que había pasado con mi embarazo anterior. Tenía clientes que ver, estudiantes a los que enseñar y presentaciones que escribir. Tenía cosas que hacer, lugares a los que ir… y un emparedado de queso no iba a servir como cena por nueve meses de corrido.

Pero luego comencé a sentirme enferma. Primero fue la gripe luego un virus estomacal seguido por una violenta tos que duró un mes. En lugar de simples malestares, comencé a caer con frecuentes resfríos acompañados por fiebre, dolores y congestión severa. He ido a muchos doctores, me sometí a montones de análisis de sangre que me dejaron el brazo azul y negro, y traté toda vitamina conocida. Gracias a Dios, los resultados indicaron que nada estaba terriblemente mal – eran los bichos normales del invierno – lo cual también significaba que no habían soluciones claras que terminasen con esto.

Mis colegas en el trabajo exclamaban: "¿Enferma de nuevo?" y lo único que puedo hacer es asentir patéticamente. Mis padres, hermanos y amigas – por más comprensivos que sean – probablemente ya están saturados de escuchar sobre mis diversos problemas. Soy una nébaj ("alma desafortunada" en idish) de primera línea, y todo el mundo lo sabe.

Sí, mi familia está lejos de pasar hambre – incluso sin mis frescas y reconfortantes sopas – y mi marido ha estado ayudando mucho. Cuando tengo algunos días buenos, los aprovecho para hacer una comida caliente y nutritiva, o para completar algún escrito importante. Sé que debería estar agradecida de que las cosas no están peor, pero me siento sumamente frustrada.

Esta pálida mujer que yace en cama gran parte del día, tosiendo y jadeando, sustentando a la compañía de pañuelos Kleenex, dejando que su casa sea un desorden y apoyándose en ayuda externa para hacer la más simple de las tareas – esa mujer no soy yo.

Esta esposa demacrada que ruega por extensiones en los cierres de los plazos en el trabajo porque un virus apareció de improvisto durante la noche, y que envía a su hija a la niñera casi todas las tardes – esta mujer no soy yo.

Yo soy eficiente. Soy capaz. Puedo hacerlo todo.

Mientras yazco en cama me doy cuenta de que mi debilitante temporada de enfermedad ha inhabilitado a mi ego más que a cualquier parte de mi cuerpo. He sido forzada a soltar el volante y pasar las llaves. Se me ha enseñado que la cantidad de control que ejerzo en este mundo es en realidad más minúscula que cualquiera de los microbios que me han causado tanta pena.

Y quizás después, cuando todo esto pase, cuando finalmente emerja de mi capullo de frazadas y pañuelos, y nuevamente me regocije en mi abultada agenda y miles de logros, me detendré por un momento y escucharé a la pequeña voz interior que me dice: "Recuerda, todo es un regalo de Dios".

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