Manteniéndose joven: Una historia de vida

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Mi abuela murió a los 100 años. Ella se rehusaba a envejecer.

Hace poco perdí a Celia Raicher, mi amada abuela. Nadie sabía su nombre. Era simplemente la bobe de todos, una mujer de otra era, una abuela judía prototípica que te compraba con comida, chalecos e historias. La bobe tenía 100 años cuando murió, y cuando tienes a alguien en tu vida durante tanto tiempo crees que vivirá por siempre.

Ella celebró su cumpleaños número 100 con amigos y familia, y dio un discurso sobre lo bendecida que se sentía. Recibió una carta de felicitaciones de la Casa Blanca y vivió independientemente y con gran vitalidad hasta las últimas semanas de su vida.

Cuando la bobe tenía 99 años, la llevé a Israel porque ella quería bailar en la primera boda de un bisnieto: uno de sus 18 bisnietos.

Cuando viajé a Florida para decirle adiós en su última semana, mientras ella oscilaba entre la lucidez y la confusión, se la pasó diciéndome 'te amo'. Sus últimos días rebosaron con ese amor. La bobe estaba completamente enamorada de sus nietos y bisnietos. Cuando el doctor oyó que había muerto, lloró.

Su vida había sido redimida. Nacida en el sur de Polonia en 1913, perdió a ambos padres cuando joven y poco después sufrió las adversidades de la vida en los campos de concentración. Menos de un año después de su liberación fue reunida con su esposo y su hija (mi madre), y reconstruyeron su vida juntos. Cuando murió mi abuelo, hace varios años, ellos habían estado casados por 72 años. Mi mamá encargó un Séfer Torá especial para marcar su septuagésimo aniversario. Zeide no podría haber estado más feliz.

He pasado los últimos meses, y particularmente estos últimos días, durante la shivá, pensando sobre el proceso de envejecimiento y las muchas lecciones de vida que me enseñó. La lección más importante fue: No envejezcas. Ella se rehusaba a envejecer. Es cierto, se hizo más baja. Tuvo artritis. Fue al hospital para muchos procedimientos y operaciones. Dejó de filtrar lo que salía de su boca y a menudo decía lo que pensaba. Su licencia de conducir le fue revocada (lo cual fue una bendición para todos), pero descontando estas obvias señales, su estado mental era el de una persona joven.

Abraham emprendió su rumbo hacia Kenaán a los 75 años. Cuando Abraham murió a los 175, el Libro de Génesis registra que dejó este mundo “en buena vejez, anciano y satisfecho” (25:8). Cuando murió Moshé a los 120, aprendemos que “su ojo no se había opacado ni se le había ido su lozanía” (Devarim 34:7-8). Aparentemente para la Torá la vejez no es una edad para “retirarse”, sino de oportunidades y cambios inesperados, de aferrarse a la vida con tenacidad.

Rabí Najman de Breslov escribió: “Uno nunca debe envejecer, ni como un viejo santo ni como un viejo seguidor. Ser viejo es un vicio; una persona debe siempre renovarse, comenzar y volver a comenzar de nuevo”. A primera vista, la cita parece ofensiva. Declarar que uno nunca debe envejecer es una afrenta a la realidad del envejecimiento. Sin embargo, Rabí Najman no está hablando del cuerpo, sino de la perspectiva emocional de quien es rígido y fijo, temeroso de la renovación personal, de quien está resignado. Su recomendación: usa los años para crecer y seguir creciendo, deshazte de las vidas viejas y adopta nuevas.

Al referirse a cuál es la actitud judía ante el envejecimiento, Rabí Rubén Bulka comparó la vejez con el entendimiento talmúdico sobre qué fue lo que ocurrió con el primer juego de Tablas que Moshé rompió en el desierto:

Las tablas destruidas de los Diez Mandamientos fueron puestas en el arca junto con el segundo juego, el cual estaba intacto, para acentuar que una persona cuya realidad es destruida permanece siendo santa”.

Si un objeto fue creado para un objetivo sagrado, entonces el hecho de que no tenga utilidad en este momento no lo hace ser menos sagrado. El cuerpo puede fallar, pero la persona continúa siendo un utensilio sagrado que necesita de una reinvención mediante la renovación, al tiempo que se aferra a los principios que constituyen su propia esencia.

Gracias bobe, y ve en paz. Aprecio todo lo que me diste a mí y a tantos otros. Pero principalmente, te agradezco por enseñarme con la historia de tu significativa vida no sobre cómo envejecer, sino cómo permanecer joven.

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