Sociedad
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¿TV o no TV? Esa es la cuestión.
Durante dos años, mi marido y yo planteamos la pregunta (sólo cuando nuestros niños estaban dormidos, dichosamente inconscientes de la bomba doméstica que estaba al acecho en los flancos) en contextos que alternaban entre discusiones, debates y disputas.
Me asombra pensar que, antes de 1996, la pregunta simplemente no existía. Como una madre que quiso lo mejor para sus preescolares, di la bienvenida a lo que la televisión pública tenía para ofrecer, en particular a "Plaza Sésamo".
Pero demasiado pronto, nuestros jóvenes superaron el ingenio y la sabiduría de "Plaza Sésamo". Ellos pidieron a gritos espectáculos necios, concursos tontos, dibujos animados que exhibían violencia y crueldad, y comedias con humor en los límites entre lo sarcástico y lo sádico. Cada insaciable comportamiento celebrado en la TV se oponía diametralmente a los valores de nuestra familia.
La calidad, o la carencia de ella, era un problema. La cantidad era el otro.
La calidad, o la carencia de ella, era un problema. La cantidad era el otro. "Nuestros niños no miran más de una hora de televisión al día", murmurábamos arrogantemente a nuestros amigos. Ahora confesamos que, en la inspección más cercana, esta jactancia era sólo a medias (realmente un tercio) verdadera. Una hora antes del tiempo designado para ver TV mientras nuestros niños apresurados hacían sus tareas, solamente oíamos "¿Ya es el momento? ¿Podemos encenderla ahora? ¡Son sólo diez minutos antes!". Durante la sagrada hora de verla, mientras miramos los ojos brillantes de nuestros niños adquiriendo un barniz comatoso, no oíamos nada en absoluto. Y por lo menos una hora después del fallecimiento temporal de la TV, oíamos (en el orden previsible) chillidos, gruñidos, gemidos y, de vez en cuando, amenazas ("¡No voy a bañarme!" "¡Voy a mudarme a la casa de David!"). Nuestros niños eran adictos.
La estadística nos alarmó. En 1996, Nielsen Media Research anunció que los niños americanos de entre 2 y 11 años de edad, veían más de 19 horas de televisión por semana. En 1997, la prensa japonesa reportó que más de 700 adolescentes fueron hospitalizados después de un espectáculo de dibujos animados que provocó ataques de epilepsia. Y en 1998, Reuters citó una investigación en España mostrando que el riesgo de daños en niños se eleva en 34 por ciento por cada hora de televisión que ven, añadiendo que para cuando alcancen la edad de 70 años, habrán gastado entre siete y diez años de su vida pegados a la TV.
De todos modos, sufrimos. ¿Podrán nuestros niños sobrevivir la pérdida? ¿Podremos nosotros?
Entonces, un enemigo de la TV con niños notablemente bien educados nos hizo tomar una decisión al parafrasear al Rebe de Novominsker: "Como padres judíos, esperamos que nuestros niños vivan una vida de integridad. Cuando ellos son lo suficientemente mayores, les enseñamos que hay tres transgresiones a las cuales debemos resistirnos incluso hasta con el dolor de la muerte: asesinato, promiscuidad e idolatría. Sin embargo, ¿qué hacemos? Traemos a nuestra casa una pequeña caja que glorifica estos pecados. No sólo le damos la bienvenida a la caja; ¡la idolatramos!".
La ausencia de la televisión requiere de nuestra presencia.
Diez días después, nuestra TV se marchó. Esperábamos una rebelión. Ésta no llegó. En una semana, nuestros niños se transformaron en amantes de:
Felizmente, hay muchas grabaciones judías magníficas que educan mientras encantan. "La Maravillosa Máquina de Midot [Volúmenes 1, 2 y 3]" lleva a los jóvenes al espacio exterior, a tierras extranjeras y hasta al pasado para informarles sobre los rasgos de carácter (midot) verdaderos de la Torá – tales como, honestidad, modestia, bondad y respeto. "¡Shhh! ¡Es Lashon Hará!" se burla el clásico de TV Dragnet, con policías que patrullan contra el chisme (lashon hará) y otros abusos verbales que el judaísmo prohíbe. "Viajes [los Volúmenes 1, 2 y 3]" ofrecen conmovedoras canciones en inglés sobre juegos de béisbol, convenciones de ateos y cometas, canciones que le hablan a padres e hijos por igual.
Estas creaciones nos han dado a mi marido y a mí inmensa alegría. Pero no puedo negar el punto fundamental: la ausencia de la Televisión requiere de nuestra presencia. Sin embargo, cuando consideramos los honorarios intelectuales, éticos y emocionales que nuestra "niñera electrónica" solía cobrar, estamos más que dispuestos a tomar su lugar.
De este modo, ¿TV o no TV? Para esta familia no hay ninguna pregunta sobre el tema.
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