Acepta tu máscara

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Además de su beneficio para la salud, hay otro aspecto que podría ayudarnos a crear una comunidad más cálida y acogedora.

¿Quién hubiera soñado hace tres meses, cuando muchos nos pusimos una máscara para celebrar Purim, que las máscaras se convertirían en un pilar de nuestra vida cotidiana? “No salgas de casa sin ella”. Esta frase, una vez reservada para tu tarjeta de crédito American Express, ahora puede aplicarse con más relevancia a las máscaras que tenemos que usar en estos días.

Sin embargo, mientras que las máscaras de Purim eran para divertirnos, las máscaras de estos días son más opresivas e incómodas.

Las máscaras también inhiben partes cruciales de nuestra comunicación: impiden ver y leer las expresiones faciales. La Mishná nos instruye: “Saluda a todos con un rostro cálido, alegre y placentero” (Pirkei Avot 1:15), por la simple razón de que algo aparentemente tan pequeño como una sonrisa puede comunicar algo muy significativo. La expresión de tu rostro puede hacer que alguien se sienta valorado y apreciado, puede dejar que alguien sepa que estás enojado o molesto, puede comunicar calidez e intimidad, o puede crear enorme distancia. Usar una máscara oculta todo esto y crea una enorme e innecesaria distancia social, aunque sólo estemos a dos metros de la otra persona.

Pero tal vez haya en las máscaras una ventaja que no siempre captamos.

Uno de mis libros favoritos es La lección de August, en donde R. J. Palacio narra la historia (ficticia) de August Pullman, un niño de diez años similar a cualquiera que conozcas. A él le gusta comer helados, andar en bicicleta, jugar al béisbol y tiene un gran sentido del humor. Pero en el momento en que los adultos lo ven, desvían la mirada y los niños pequeños se asustan y comienzan a gritar o a decir algo desagradable y doloroso. August nació con muchas anormalidades genéticas, e incluso después de 27 cirugías la desfiguración de su rostro es tan pronunciada que la gente que lo ve por primera vez rápidamente desvía los ojos y trata de controlar su impresión y su espanto. Al describir su rostro, él escribe: “No sé cómo te lo imaginas, pero probablemente es mucho peor”.

August comienza su historia presentándose a sí mismo:

“Sé que no soy un niño de diez años normal. Bueno, hago cosas normales… Por dentro yo me siento normal. Pero sé que los niños normales no hacen que otros niños normales se vayan corriendo y gritando de los columpios. Sé que la gente no se queda mirando a los niños normales en todas partes. Si encontrara una lámpara maravillosa y sólo le pudiese pedir un deseo, le pediría tener una cara normal en la que nadie se fijara. Pediría poder ir por la calle sin que la gente apartara la mirada al verme. Creo que la única razón por la que no soy normal es porque nadie me ve como alguien normal.

Más adelante, él describe el único día del año en que puede usar una máscara: “Para mí, Halloween es la mejor fiesta del mundo… Me puedo poner un disfraz. Me pongo una máscara. Puedo ir por todos lados como cualquier otro niño con una máscara y nadie piensa que me veo raro. Nadie me vuelve a observar. Nadie me presta atención. Nadie me conoce. Me gustaría que todos los días pudieran ser [así]. Que todos pudiéramos usar máscaras todo el tiempo. Entonces podríamos ir a todas partes y llegar a conocernos antes de ver cómo nos vemos debajo de las máscaras”.

Pese a las incomodidades obvias de usar una máscara, quizás August tiene razón: tal vez tenga una enorme ventaja (además de su beneficio para la salud). Cuando usamos máscaras, cuando nos disfrazamos y minimizamos la forma en que nos vemos exteriormente, sólo entonces podemos realmente a conocer a la persona real. Podemos ver a las personas por su esencia, por lo que realmente son, y no focalizarnos en trivialidades externas. Podemos prestar atención a lo que hay dentro de la persona, por debajo de la superficie, lo que realmente es importante.

Dicen nuestros Sabios: “No mires la jarra sino su contenido” (Ibíd. 4:20). Si sólo miramos el contenido de la jarra sin hacer suposiciones basadas en cómo se ve ni en su apariencia, ¿cuánto mejor y más civilizada podría ser nuestra sociedad?

A menudo juzgamos a las personas por externalidades. Tomamos decisiones rápidas respecto a si nos gusta o no una persona, o si confiamos en ella, basándonos únicamente en cómo se ve y sin importar en absoluto quién es realmente esa persona.

Quizás usar máscaras puede ayudarnos a cambiar el foco de esos aspectos externos y en cambio enfatizar interacciones más significativas.

La próxima vez que tomes tu máscara para ir al supermercado o al minián, en vez de lamentar esa tarea incómoda, formúlate las siguientes preguntas: ¿No sería maravilloso si miráramos más allá de la superficie sobre la cual generalmente juzgamos a los demás? ¿No sería maravilloso seguir el consejo de August Pullman y “llegar a conocernos antes de ver cómo nos vemos debajo de las máscaras”? Cuánto más acogedoras y cálidas serían entonces nuestras comunidades.

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