Deportes sin espectadores

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La grandeza no se mide por el aplauso de las multitudes.

¿Qué ocurre cuando un importante partido de béisbol se juega en un estadio vacío? Nadie alienta al equipo local, no hay gritos de celebración cuando el jugador favorito batea un magnífico home run, no hay una ovación de pie ante una maravillosa jugada. Sin espectadores. Sin una reacción de la multitud. Sin ningún sonido fuera del "choque" de la competencia profesional.

Me parece que este increíble escenario para los deportes profesionales nos transmite un poderoso mensaje.

El rugido del público es un gran estímulo. Por eso, estadísticamente está comprobado que el equipo que juega en su propio estadio con la participación de sus admiradores tiene mayor ventaja, y por eso mismo los clubes deportivos se encargan de contar con sus equipos de animadoras para inspirarlos y motivarlos. ¿Pero qué ocurre cuando la vida no nos provee una audiencia de admiradores?

En la historia de la liga mayor de béisbol esto ocurrió una sola vez. El 28 de abril del 2015 se canceló un partido entre los White Sox de Chicago y los Orioles de Baltimore, debido a los disturbios que había en la ciudad, que llevaron a que hubiera toque de queda. El partido fue reprogramado para esa tarde pero sin público. En la primera entrada de ese juego “solitario”, Chris Davis de los Orioles, batió un home run impresionante que permitió tres carreras. La pelota voló hasta una calle lateral y quedó allí tirada, preguntándose por qué nadie iba a buscarla.

Se espera que los jugadores hagan lo mejor, tanto si sus esfuerzos reciben gritos ensordecedores como un silencio mortal.

El juego se llevó a cabo y el puntaje contó para los resultados finales de la liga. Los bateos, las carreras y los errores de los participantes se convirtieron en parte de sus promedios, tal como cuando hay más de 60.000 espectadores en las gradas. Porque se espera que los jugadores hagan lo mejor, tanto si sus esfuerzos reciben gritos ensordecedores como un silencio mortal.

Los profesionales son aquellos que se esfuerzan por sobresalir sin importar cuántas personas los observen. Quizás el mejor ejemplo es el de uno de los mejores partidos de básquetbol de la historia. Michael Jordan dijo que fue “el mejor partido que alguna vez jugué”. Tuvo lugar justo antes de las Olimpiadas de 1992 en un gimnasio cerrado de Mónaco, sin ningún espectador.

Cuatro días antes de comenzar las Olimpiadas de Barcelona de 1992, el equipo norteamericano estaba por terminar sus preparativos cuando se decidió una práctica final que terminaría entrando a los anales de la historia. El entrenador Chuck Daly decidió realizar una dura sesión de práctica intensiva y organizó un duelo de cinco contra cinco. Para equilibrar los equipos colocó en uno a Michael Jordan y en el otro a Magic Johnson. En esa práctica compitieron nueve deportistas que entrarían al Hall de la Fama. Jordan jugaba con Scottie Pippen, Larry Bird, Karl Malone y Patrick Ewing. Magic Johnson estaba acompañado de Cristian Laettner, Chris Mullen, Charles Barkley y David Robinson. Estas eran las leyendas del básquetbol.

Ganó el equipo de Michael Jordan. Lo único que estaba en juego era su orgullo personal, su deseo de dar siempre lo mejor. La audiencia estaba limitada a ellos mismos. Horas más tarde, en Barcelona, el equipo de los Estados Unidos cambió para siempre la historia del básquetbol internacional al ganar la medalla de oro. Sin embargo, todos estuvieron de acuerdo respecto a que el partido más difícil y satisfactorio fue el que jugaron en Montecarlo.

El heroísmo surge del interior. La grandeza no se mide por el aplauso de las multitudes sino por la satisfacción interna de saber que concretizamos nuestro potencial.

La realidad de nuestras vidas es que, a menos que seamos celebridades famosas, nuestros desafíos por lo general se refieren a la obligación personal y el compromiso con los valores morales sin que nadie nos vea, fuera de nosotros mismos, y sólo recibimos el "aplauso" de nuestra propia conciencia.

El Talmud enseña que en el Mundo Venidero, Dios nos muestra la vida que vivimos así como el significado de sus eventos desde una perspectiva Divina. Todo lo que alguna vez hicimos en privado, todos los actos buenos y malos, se reproducen sin adornos. Entonces podemos ver claramente nuestras fuerzas y nuestras debilidades así como el verdadero propósito de lo que debían ser nuestras vidas.

Entonces comprenderemos por completo que siempre estuvimos jugando frente a un público, el público de Aquél que realmente importa.
 

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