El dolor de enfrentar la muerte de mi padre en medio de la pandemia

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Hace siete meses, mi padre falleció producto del temido COVID-19.

Hace siete meses, mi padre falleció producto del temido COVID-19. En su vida, él pasó muchas cosas y sufrió tanto económica como físicamente, en especial durante los meses previos a su muerte. Debido a la pandemia, no pude estar a su lado cuando falleció y observé su entierro a través de Zoom.

Es difícil ver todo eso y no preguntarse: "¿Por qué Dios? ¿Por qué tuviste que hacerle eso? ¿Por qué no pudiste hacer que le resultara un poco más fácil?".

Sin embargo, ¿qué es lo que entiendo yo realmente? ¿Quién soy yo para decir algo? Quizás su porción fue fácil comparada con la de otros. Tal vez del "otro lado" hay toda una historia que yo desconozco.

En el judaísmo, siempre hay otro lado, un lado detrás de una muralla que no podemos llegar a ver mientras vivimos. Hace poco llegué a aceptarlo.

La muerte te lleva a aceptar muchas cosas. En cierto punto, tienes que dejar de negar que la persona que amas ha partido. Esto no significa que estés feliz de que se haya ido o que lo has olvidado. Sólo significa que aceptas que ya no está contigo y que en un momento u otro tendrás que seguir viviendo… sin esa persona.

Significa ponerse de pie y seguir viviendo porque tienes que continuar. Pero no la olvidas. "Seguir adelante" no significa abandonar a ese ser querido.

La muerte te toca en lugares profundos, donde las heridas se vuelven a abrir a lo largo de tu vida.

Porque en realidad nunca dejas atrás a la muerte, simplemente no puedes hacerlo. Ella te toca en lugares demasiado profundos, donde las heridas se vuelven a abrir a lo largo de tu vida. Heridas que vienen en forma de recuerdos. Recuerdos en los que desearías haber hecho más, o haber estado más con esa persona, o decir o hacer mejores cosas por ella. Heridas que a veces comienzan a sangrar, cuando todo es un detonante y cuando todo lo que se cruza en tu camino te convierte en un charco de lágrimas.

Esos son los días en los que el dolor se estaciona frente a tu puerta.

A veces, el dolor entra sin llamar. Vas camino al trabajo, a hacer las compras, o sólo estás sentada con tus hijos sintiéndote bien y feliz. Y de repente, sin aviso previo, el dolor te rodea como si fueran tiburones buscando su almuerzo.

Estos momentos generalmente ocurren en las celebraciones familiares, cuando hubieras estado con esa persona y ahora no es posible porque ha partido. Celebrar las festividades ahora es diferente, se siente más solitario, como si te faltara algo o alguien. Y en verdad te falta.

También están los momentos en los que me encuentro en la verdulería, buscando un melón perfecto, y de repente veo pasar a un padre con su hija. Van de la mano y la niña da saltitos y habla animadamente con su padre, quien le brinda toda su atención.

"Esa era yo", pienso. "Él me escuchaba y me hacía sentir que era la pequeña de papá, y lo más importante en todo el mundo".

Mis ojos se ponen vidriosos y ya no me interesa encontrar un melón perfecto. Mi corazón late con fuerza y necesito salir a tomar un poco de aire.

Lo más difícil es cuando alguien que no sabe que mi padre falleció me pregunta por él y recibo esa incómoda respuesta: "Oh, lo siento mucho".

Explico lo que pasó y el estado de ánimo se oscurece, nos envuelve el silencio. Está bien, podemos hablar de esto abiertamente. No tenemos que ocultarlo, y rápidamente cambio de tema.

Desearía que la gente supiera que no tienen que caminar de puntillas a mi alrededor. Que todos vamos a morir algún día, incluso si no queremos pensar en eso.

A nadie le gusta pensar en la muerte, porque ahora estamos vivos y, cuando estamos vivos, ¿por qué querríamos imaginar lo que implica la muerte?

Lo entiendo, porque alguna vez yo también estuve allí. A pesar de que no tenemos que hablar de eso, debes saber que si lo hacemos, y cuando lo hacemos, está bien. Está bien admitir que la muerte es un tema duro de definir y con el que nos cuesta conectarnos.

Cuando mi padre falleció, sentí mucho enojo. Tenía todas esas preguntas que sentía que simplemente no tenían respuesta. A veces encontraba respuestas que parecían tener sentido. Otras veces, pensaba que era una traición, trataba de encontrar una buena razón por la que Dios podía odiarme tanto a mí y a mi familia como para hacernos eso.

La muerte me permitió comprender que cada día que tengo en esta tierra es tiempo prestado.

A pesar de estos sentimientos, muchas veces derramé mi corazón en plegarias ante Aquél que sentí que me había traicionado. Porque a fin de cuentas, siempre supe que Él es quien entiende mi dolor y capta la profundidad de lo que estaba experimentando, y que si alguna vez lograba desprenderme de mi resentimiento, necesitaría hablar con Él antes que nada.

La muerte de mi padre volvió a despertar mi vida. Nunca podré volver a mirar la vida de la misma forma. No puedo ser tan despreocupada sobre mi vida, no puedo permitir que mi vida esté "vacía" con cosas poco importantes y mezquinas.

Tras experimentar la pérdida de un ser querido, nada vuelve a ser igual. La muerte me permitió comprender que cada día que tengo en esta tierra es tiempo prestado. Que cada día que el reloj sigue adelantando no debe darse como algo obvio. Debemos valorar y aprovechar cada día. No podemos desperdiciar días en las cosas mundanas y sin importancia que parecen llenar constantemente nuestras mentes y evitan que logremos nuestro propósito aquí, en esta frágil vida. Debemos ignorar las voces internas que nos devalúan y nos alejan del camino.

Todos tenemos una "fecha de vencimiento" para completar la misión que nos otorgaron en la vida. Elijamos la vida mientras seguimos vivos.

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