El niño más inteligente de la clase

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No son nuestros dones los que nos convierten en quienes somos; lo que realmente importa es cómo los utilizamos.

Durante todos mis años de escuela no puedo recordar una sola instancia en la que realmente haya estudiado. Mi maestro de segundo grado solía llamarme “Menajem mínimo” porque pasé por la escuela sin hacer ningún esfuerzo.

Mis maestros se frustraban cuando yo escaneaba un examen y si no sabía las respuestas a cada una de las preguntas, lo entregaba en blanco.

En ese momento no sabía por qué lo hacía, pero como adulto ahora lo entiendo. Durante toda mi vida mis maestros me dijeron que era inteligente. Estos elogios bien intencionados en realidad crearon y reforzaron una actitud fija. Obtener una calificación más baja de 10 desmerecía ese título, demostrando que al final de cuentas en verdad no era tan inteligente. Por otro lado, un examen en blanco solamente significaba que tenía un problema de actitud. No desafiaba mi estatus como el niño más inteligente de la clase.

Cuando fui a estudiar en una ieshivá, entré a un ambiente extraño. Allí no había calificaciones, no había niveles en la clase y nadie que me motivara. Empecé a hundirme.

Cada día estudiaba el Talmud, que está compuesto en su gran medida por suposiciones erróneas para enseñarnos como estudiar. Esto me obligó a esforzarme y tener la honestidad intelectual de abandonar una idea en la que había trabajado por días o semanas cuando ya no parecía ser la verdad.

Me vi motivado a probar nuevas estrategias y enfoques, a reconocer lo que salió mal y evitarlo en el futuro, a aprender de los errores y aceptarlos en vez de encubrirlos.

Mientras estudiaba en la ieshivá, aprendí que la Torá nunca esconde o encubre los errores de nuestras grandes personalidades. Los destaca para que podamos aprender de sus errores, tal como nuestros héroes aprendieron de los suyos.

La Torá no nos muestra una historia exitosa de un día para otro, sino que se enfoca en los desafíos que estos grandes hombres y mujeres superaron para convertirse en mejores versiones de ellos mismos. No es a pesar de las caídas si no como resultado de las caídas y de aprender de cada error lo que convierte a la persona justa en un éxito.

Gradualmente, comencé a entender la importancia del esfuerzo y a ampliar mi perspectiva. A través de las enseñanzas judías comencé a darme cuenta de que el proceso y el camino del aprendizaje eran más importantes que el resultado final.

La revolucionaria Mindset Research (investigación de actitud) de Carol Dweck reafirma todo lo que el judaísmo ha estado enseñando por 3000 años. Ella explica que lo que las personas piensan sobre sus habilidades, cualidades y características puede determinar su conducta.

La investigación de la Profesora Dweck muestra que cuando alabamos a una persona por algo que es (eres inteligente, linda, atlético, etc.) en vez de elogiarla por algo que hace, estamos creando y reforzando una actitud fija e inmejorable.

En vez de construir la autoestima de nuestros hijos, les estamos enseñando que sus habilidades son fijas, así que no tiene sentido trabajar duro porque igual no van a cambiar. Eres inteligente o no lo eres. Eres linda o no lo eres. Eres atlético o no lo eres.

Tendemos a sentirnos muy especiales cuando las personas nos alaban por la forma en que nos vemos o nos dicen qué fáciles parecen resultarnos las cosas. “Uau, ¡tienes un talento natural!” La verdad es que tenemos poco que ver con la forma en que nos vemos o con cualquier otro atributo o habilidad que recibimos de Dios. Si llegamos a valorarnos a nosotros mismos y a los demás por lo que hemos logrado, lo “fácil y sin esfuerzo” nos resultará un insulto y no un cumplido.

El judaísmo sostiene que la vida es un sistema basado en el esfuerzo, no un sistema basado en resultados. Como dice la Mishná, “De acuerdo con el esfuerzo es la recompensa”. Esto se opone a la forma en que interactuamos regularmente. Si te contrato para pintar mi casa y no lo haces, no te pago. No me importa cuánto lo hayas intentado, si no completaste el trabajo no recibes la compensación.

El valor de una persona no está basado en los dones que recibió de Dios. Estas son herramientas en préstamo y cuando acaba el contrato esas herramientas regresan a su Dueño. Solamente permanece aquello que fue construido con esas herramientas.

Las personas a menudo pasan por alto el hecho de que Iom Kipur es una festividad. Es un día que celebra nuestros errores. Es un día para reflexionar sobre el poder del cambio. En una actitud fija, no hay espacio para Iom Kipur.

Iom Kipur es adoptar una actitud de crecimiento. Es un día que nos recuerda que siempre podemos cambiar. Que todos pueden crecer con esfuerzo, experiencia y práctica. No son los dones los que nos convierten en quienes somos; lo que realmente importa es cómo utilizamos esos dones para mejorarnos a nosotros y al mundo.

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