El síndrome del impostor: Una vision judía

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El síndrome del impostor no se limita a los logros profesionales o académicos. También se puede sufrir de síndrome del impostor religioso.

¿Cuál es el significado profundo de la famosa historia de Hans Christian Andersen, El traje nuevo del emperador?

¿Recuerdas la historia? Una vez hubo un emperador que fue víctima de su propia vanidad. En particular, él estaba obsesionado con su propio y elaborado guardarropa. El emperador contrató a dos sastres importantes para que le hicieran unas prendas fabulosas. Pero los sastres en verdad eran estafadores. Ellos le dijeron al emperador que estaban preparando su nuevo traje de una tela que era tan especial, que sería invisible a los ojos de cualquiera que no fuera digno de su puesto. Los sastres fingieron coser las prendas de este material milagroso y provocaron que el emperador y todos los miembros de su corte mintieran y dijeran que podían ver esas prendas maravillosas.

¿Cuál es el mensaje de esta historia? A mí personalmente no me parece que se refiera al tema de "adultos tontos y niños sabios". Tampoco se trata de la credulidad o de ceder por culpa de una "mentalidad de rebaño". No, los personajes de la historia se comportaron de esa forma por temor a que se descubriera que no eran "dignos de sus puestos". El traje nuevo del emperador habla sobre el síndrome del impostor.

El síndrome del impostor es un término acuñado en los años 70 por Pauline Clance y Suzanne Imes, psicólogas de la Universidad del Estado de Georgia. El síndrome es un sentimiento experimentado por las personas exitosas, que las lleva a sentir que no merecen el éxito que han alcanzado. Quienes sufren del síndrome del impostor atribuyen sus logros no a sus propias habilidades sino a la suerte o a las circunstancias. Ellos viven con un miedo constante de que descubran que son el fraude que ellos mismos creen ser.

Originalmente, pensaron que sólo las mujeres sufrían del síndrome del impostor, pero las investigaciones posteriores revelaron que un 70% de las personas, tanto hombres como mujeres de todos los niveles sociales, experimentan el síndrome del impostor en algún momento de sus carreras.

Aquí hay un impresionante ejemplo del síndrome del impostor. El libro de Olivia Cabane del 2013, El mito del carisma, presenta los resultados de una encuesta que demuestra que más de dos tercios de los estudiantes que ingresaron a la Escuela de Negocios de Stanford creían que sólo fueron aceptados por un error de parte del comité de admisión. Otro estudio reveló que el 75% de los estudiantes de la Escuela de Negocios de Harvard sentían lo mismo. ¡La mayoría de los estudiantes de las dos universidades más prestigiosas de los Estados Unidos no creían estar en donde pertenecían, pese a su largo récord de logros académicos!

El síndrome del impostor no se limita a los logros profesionales o académicos. También se puede sufrir de síndrome del impostor religioso. Esto pueden experimentarlo los conversos y los baalei teshuvá (los judíos que vuelven a ser observantes). Pueden experimentarlo las personas que llegan a la sinagoga o al Séder de Pésaj sin saber qué esperar. Todos los que alguna vez sintieron que no eran "suficientemente judíos" lo han experimentado.

Puede consolarnos saber que también algunos de nuestros líderes más grandes también se sintieron inadecuados para las tareas que les encargaron. El caso más famoso es el de Moshé, que le dijo a Dios que él no era la persona indicada para ser Su representante. "¿Quién soy yo para ir ante el Faraón y sacar de Egipto a los hijos de Israel?", protestó Moshé (Shemot 3:11).

Este no fue sólo el sentimiento de Moshé, sino que tuvo eco en otros de nuestros grandes profetas. Irmiyahu protestó respecto a su misión y dijo: "Yo no puedo hablar, ¡soy un niño!" (Irmiyahu 1:7). Yeshayahu objetó: "Soy un hombre de labios impuros" (Yeshayahu 6:5). Por supuesto, sabemos que todos estos profetas eran completamente dignos de sus misiones.

Aharón sufrió del síndrome del impostor cuando lo nombraron Gran Sacerdote. Rashi explica en Vaikrá 9:7 que Aharón temió acercarse al altar, porque consideró que no era digno de esa responsabilidad. Iaakov puede haber sentido un poco el síndrome del impostor cuando le dijo a Dios: "No merezco toda la bondad y la verdad que Tú has mostrado a Tu siervo" (Bereshit 32:11). Cuando Shaúl fue designado rey, él estaba escondido entre el equipaje (Shmuel I, 10) e incluso después de su coronación, siguió actuando como un granjero. Hay muchos ejemplos similares.

La buena noticia es que las personas que sufren del síndrome del impostor por lo general son perfectas para sus puestos. Los verdaderos impostores tienden a sobrestimar sus propias habilidades, en lo que se conoce como el efecto Dunning-Kruger. Si quieres ejemplos de personas que sobrestimaron su propia importancia o sus habilidades, no hace falta buscar mucho más lejos de Bilam, quien actuó como si él pudiera dictarle sus términos a Dios (Bamidbar 22) y Kóraj, que no pudo aceptar que él no era mejor que Moshé, quien había sido elegido personalmente por Dios para su misión (Bamidbar 16). Tampoco debemos olvidar a Hamán, que no podía concebir que hubiera otro fuera de él mismo que mereciera recibir el honor del rey (Ester 6:6).

Aunque nuestros ejemplos de aquellos que se desestimaron a sí mismos se encuentran entre quienes son nuestros modelos a seguir y los de quienes se sobrestimaron son de nuestros antagonistas, la verdad es que todos podemos sentir ambos extremos. En este sentido, Rav Simja Bunim de Peshisja dijo: "La persona debe tener dos notas en su bolsillo, y leer cada una cuando sea necesario. Una nota, para cuando se siente deprimido o desalentado, debe decir: 'Todo el mundo fue creado para mí' (Sanhedrín 4:5). La otra, para cuando se siente engreído o importante, debe decir: 'No soy más que polvo y cenizas' (Bereshit 18:27)".

Dios sabe qué es correcto para nosotros y Él nos pone a cada uno en donde debemos estar. Él supo que Moshé, Aharón y Shaúl eran dignos de sus tareas, aunque ellos no estaban tan seguros al respecto. Asimismo, no debemos preocuparnos tanto de que la gente descubra que "el emperador no tiene ropa". Cuando nos sentimos de esa manera, debemos recordar que "todo el mundo fue creado para mí" y que merecemos nuestro éxito. Y si nos vamos demasiado en la dirección contraria y pensamos: "¿Quién merece el honor del rey, fuera de mí?", llegó la hora de recordar que "no soy más que polvo y cenizas".

El truco es recordar cuándo leer cada nota.


Una versión de este artículo apareció originalmente en ou.org
 

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