Indiferencia o colaboración: ¿Qué es lo que pavimentó el camino a Auschwitz?

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¿La indiferencia a la maldad nos vuelve cómplices?

En el 75° aniversario de la liberación de Auschwitz, hoy 27 de enero de 2020, no es suficiente recordar. Recordar es simplemente registrar lo que ocurrió; pero eso no asegura que no haya una secuela semejante.

Menos de un siglo después de haber reconocido las profundidades a las que puede llegar la humanidad supuestamente civilizada al tratar de llevar adelante una “solución final” con un genocidio barbárico, nuevamente somos testigos del surgimiento de una clase de antisemitismo similar a la enfermedad de la Alemania nazi. Simplemente repetir el eslogan posterior a la Segunda Guerra Mundial y decir “Nunca más”, o construir cientos de monumentos a los seis millones de víctimas, no hará nada para prevenir otro holocausto a menos que entendamos profundamente las verdaderas lecciones que necesitamos aprender de un momento de la historia que avergüenza a la humanidad.

¿Cómo pudo ocurrir Auschwitz? ¿Cómo fue posible que una sociedad culta soportara campos de concentración, crematorios y fábricas de muerte? ¿Cómo un mundo civilizado y sano pudo aceptar la locura?

En un artículo de la semana pasada del New York Times, Rivka Weinberg, profesora de filosofía, nos pide cambiar nuestra perspectiva del mensaje moral que hemos enseñado durante años para alejarnos de los horrores del Holocausto. El cambio de su argumento queda capturado en el título de su artículo: “El camino a Auschwitz no estuvo pavimentado con indiferencia”.

Weinberg afirma que no tenemos que ser héroes para evitar genocidios. Sólo tenemos que asegurarnos de no ayudar a que ocurran.

Weinberg responde al historiador Ian Kershaw que escribió: “El camino a Auschwitz fue construido con odio pero pavimentado con indiferencia”. Weinber afirma que no es cierto, que fue construido con colaboración. Los nazis tuvieron éxito en todos los lugares en los que el antisemitismo estaba enraizado, donde el odio a los judíos era endémico. Su conclusión: “La verdad respecto a cómo pueden ocurrir crímenes morales masivos es tanto inquietante como reconfortante. Es inquietante aceptar cuántas personas participaron en terribles crímenes morales, pero reconforta entender que no tenemos que ser héroes para evitar genocidios. Sólo tenemos que asegurarnos de no ayudar a cometerlos”.

En su opinión, lo que debemos aprender del Holocausto no tiene ninguna conexión con el pecado de la indiferencia. No se debe culpar al silencio ante el mal.

“La creencia de que las atrocidades ocurren cuando la gente no es educada contra el mal de mantenerse como espectadores pasivos se volvió parte de nuestra cultura y la forma en que pensamos que aprendemos de la historia. ‘¡No seas un espectador pasivo!’, nos urgen. ‘¡Defiende lo que crees!’, les enseñamos a nuestros hijos. Pero esto es un gran error. Es falso que no hacer nada cree catástrofes morales; es falso que la gente generalmente sea indiferente al sufrimiento de los demás; es falso que podamos educar a la gente para que sea heroica; y es falso que si fallamos en transmitir estas lecciones hay otro Holocausto a la vuelta de la esquina”.

¿Cuál es entonces el mensaje?

“La próxima vez que vengan los asesinos, se entiende que es demasiado que nos pidan que arriesguemos nuestras vidas, las de nuestros hijos o incluso nuestros trabajos, para salvar a otros. Simplemente no les des la bienvenida a los asesinos, no los ayudes a organizar la opresión ni la hagas ‘menos terrible’ (de todas maneras eso no funcionará), y no entregues a otras personas. Por lo general eso será suficiente”.

A lo cual yo sólo puedo agregar que sí, eso por lo general será suficiente… Suficiente para dejar que los asesinos tengan éxito, para dejar que las matanzas continúen sin interrupción, para permitir que los crímenes se vuelvan una parte de la vida cotidiana tan rápidamente que después de haber reaccionado primero con silencio ya ni siquiera tendrán la posibilidad de agitar la consciencia ni de llegar a los corazones de los testigos indiferentes.

Es difícil creer que una distancia de 75 años de Auschwitz pueda nublarnos tanto la visión y distorsionar nuestra perspectiva respecto a que la pasividad frente al mal (simplemente no colaborar de forma activa) nos libera de cualquier culpa e incluso es suficiente para impedir crímenes comparables con el Holocausto. Mucho mejor es reconocer la verdad tal como la entendió Elie Wiesel: “Lo opuesto al amor no es el odio, sino la indiferencia. Lo opuesto a la belleza no es la fealdad, sino la indiferencia. Lo opuesto a la fe no es la herejía, sino la indiferencia. Y lo opuesto a la vida no es la muerte, sino la indiferencia entre la vida y la muerte”.

Por definición, no hacer nada en efecto es colaborar.

Weinberg quiere limitar la culpabilidad sólo a los colaboradores. Podemos preguntarnos cómo es posible que ella no entienda lo que dijo con tanta fuerza J. K. Rowling: “Quienes eligen no empatizar, dan lugar a los monstruos reales, porque sin cometer nosotros mismos ningún acto de verdadera maldad nos confabulamos con ellos a través de nuestra apatía”.

En otras palabras: no hacer nada, por definición, es colaborar.

A esto se refiere la Torá cuando nos ordena en el Libro de Levítico: “No permanecerás imperturbable ante la sangre de tu prójimo”. La apatía es un pecado. Pero es más que un pecado. Rollo May concluyó que: “A la larga, la apatía se suma a la cobardía” Esta es la clase de cobardía que da fuerza al mal. Esto es lo que hace posible una maldad draconiana.

Nadie puede absolver a aquellos que permanecieron como testigos pasivos mientras seis millones de personas ante sus ojos.

Nadie, ningún historiador ni víctima, ningún estudiante del Holocausto, puede absolver a quienes permanecieron como testigos pasivos mientras asesinaban a seis millones de personas ante sus ojos. Incluso si ellos no “dieron la bienvenida a los asesinatos, no los ayudaron a organizar la opresión ni entregaron a otras personas”, llevan sobre sus frentes la señal de Caín.

Weinberg siente que no tenemos derecho a esperar heroísmo. “El heroísmo es excepcional, santo; no es lo que somos la mayoría, ni lo que la mayoría podemos llegar a ser, por lo que en cierta forma estamos fuera de juicio”. Esta es una filosofía que predica la victoria del malvado; nunca se puede esperar que los seres humanos luchen para sacar a luz su mejor naturaleza. Puede ser que hayamos ido creados a imagen de Dios, pero nunca se puede esperar que actuemos como si hubiera en nosotros una chispa Divina. Lo máximo que podemos esperar es educar contra la colaboración. Y supuestamente esta aceptación de nuestra imperfección podría haber asegurado que nos liberáramos de los crematorios de Auschwitz.

No, el mundo necesita otra lección. Esa es la única que puede brindarnos esperanzas. Sólo ella puede convertir el sueño de “nunca más” en el cumplimiento de la visión de paz universal. Es el mensaje que nos pide ver nuestra supervivencia posible sólo sobre una base de moralidad, enraizada en la consciencia de nuestro potencial para llegar a la grandeza individual.

Cuando vemos que el mundo civilizado lentamente comienza a hundirse una vez más en el pantano del odio y del antisemitismo, necesitamos más que nada comprometernos a que nunca más volveremos a ser observadores pasivos del mal. Tan difícil como pueda parecer, necesitamos apelar a nuestros recursos espirituales e intelectuales para asegurar que Auschwitz nunca vuelva a ocurrir, porque esta vez no tenemos más opción que ser héroes.

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