La verdad sobre Eichmann

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Hannah Arendt estaba equivocada. Eichmann no era un burócrata mediocre que encarnaba la banalidad del mal, sino que era un Nazi fanáticamente dedicado.

Finalmente sabemos la verdad. El furioso y largo debate acaba de ser resuelto de forma concluyente. La famosa representación de Hannah Arendt sobre Eichmann —cerebro y ejecutor de la Solución Final de Hitler— como un burócrata mediocre que encarnó la banalidad del mal puede ser finalmente relegada al montón de basura de la interpretación histórica.

Y eso tiene gran relevancia para la forma en que debiésemos ver las amenazas contemporáneas a la civilización.

Fue durante la época en que Israel se las arregló para llevar a Eichmann a juicio —un juicio que buscaba exhibir los horrores del Holocausto y dar testimonio sobre sus horribles crímenes— que Hannah Arendt propuso una teoría sobre el líder del programa genocida Nazi. En un pequeño libro que fue publicado hace más de 50 años el cual se titulaba Eichmann en Jerusalem: Un reporte de la banalidad del mal, Arendt encabezó un movimiento para reformular la forma en que la gente pensaba tanto sobre el Holocausto como sobre quienes fueron responsables de aquel incomprensible mal. Para ella, Eichmann no era el malvado organizador de los campos de muerte Nazis —como acusaban los fiscales israelíes—, sino que era simplemente un burócrata mediocre, “una hoja en el torbellino del tiempo”, como lo puso Arendt; “no era un monstruo”, sino que era “un payaso”. De ahí proviene la perdurable frase del título de su libro: “la banalidad del mal”.

Arendt se negaba a creer que Eichmann fuese algo más que un operario eficiente en el deliberado asesinato de seis millones de inocentes. Siendo una intelectual con una inclinación por el pretencioso desprecio al intelecto de las otras personas, Arendt asumió que las “modestas capacidades mentales” de Eichmann no le permitían ser más que “un empleado sin imaginación que llevaba a cabo los mandatos de sus superiores sin pensar”. Al desestimarlo como un mediocre cuando reporteó sobre su juicio, Arendt reemplazó el carácter malvado de Eichmann por el de un personaje mucho más perdonable al ser meramente un sumiso seguidor de un sistema que estaba más allá de su control.

Al igual que otros muchos otros pensadores liberales que se enfrentaron al mal en su forma más forma pura y absoluta, Arendt simplemente no podía aceptar su realidad sin encontrar excusas atenuantes que disminuyeran la culpabilidad.

Pero ahora sabemos sin duda alguna que Arendt estaba completamente equivocada.

Recientemente fue publicada la traducción al inglés del libro de Bettina Stangneth titulado Eichmann antes de Jerusalem: La vida no analizada de un asesino en masa, escrito originalmente en alemán, en el cual la autora registra los resultados de su voluminosa investigación sobre las recientemente descubiertas memorias de Eichmann y sobre otros testimonios que fueron producidos mientras este vivía escondido en Argentina después de la guerra. Al leer el libro uno sale con la certeza de que Eichmann no era el funcionario sumiso que afirmó ser en su juicio, sino que era un nazi fanáticamente dedicado.

En 1957 un antiguo oficial de la SS llamado Willem Sassen entrevistó a Eichmann con lujo de detalles durante su estadía en Argentina. Las cintas, que fueron descubiertas hace pocos años, muestran a Eichmann jactándose de que había ayudado a esbozar la carta que ordenaba la Solución Final y que varias veces había rechazado peticiones de otros oficiales sobre liberar a algún judío favorecido.

“Yo no era sólo un operario que recibía órdenes. Si hubiese sido eso, habría sido un imbécil. Yo era un idealista”.

“Trabajé incansablemente para encender el fuego”, dice él. “Yo no era sólo un operario que recibía órdenes. Si hubiese sido eso, habría sido un imbécil. Yo era un idealista”.

Para Arendt, “su incapacidad (de Eichmann) para hablar estaba relacionada con una incapacidad de pensar, específicamente de pensar desde el punto de vista de otra persona”. Eichmann testificó que él sólo estaba haciendo su trabajo, sin pensar, y Arendt le creyó. Pero Stangneth ha descubierto innumerables pruebas de la ingenuidad de Arendt. En el momento del juicio, Eichmann no expresó ningún remordimiento por su rol, sino que por el contrario afirmó que “me iría feliz a la tumba sabiendo que cinco millones de enemigos del Reich han muerto como animales”. Arendt explicó eso como mera jactancia. Pero una gran cantidad de material que fue descubierto por Stangneth documenta no sólo la complicidad de Eichmann, sino el rol decisivo que jugó como arquitecto instrumental del programa nazi para el genocidio de los judíos.

Eichmann hoy en día

Ahora podemos decir con certeza que la encarnación del mal nunca debe ser confundida con un duplicado banal. Eichmann fue Eichmann al igual que Hitler fue Hitler. Ninguna apología liberal debiera intentar encubrir sus crímenes o su carácter sólo porque nos parece difícil imaginar que exista tal nivel de depravación o la capacidad de hacer un mal como ese.

La encarnación del mal nunca debiera ser confundida por un duplicado banal.

Éste es un síntoma de la inocencia occidental, la cual se rehúsa a reconocer una amenaza similar a nuestra civilización: la amenaza del extremismo islámico contemporáneo. Hamás ha dejado en claro en su acta constitutiva que su meta final no es sólo remover a los israelíes de su tierra, sino que es su completa y total aniquilación; y pese a esto, muchos siguen insistiendo con la ingenua creencia de que esto no es más que retórica. El Estado Islámico ha hablado abiertamente de su intención de matar con la espada a todos los infieles y de crear un califato universal, pero nuestra mentalidad civilizada se rehúsa a darle crédito al tipo de mal que está más allá de nuestra imaginación.

Nuestra sociedad, al igual que Hannah Arendt, es capaz de aceptar la posibilidad de que las personas pueden convertirse en burócratas que actúan de manera mecánica para alcanzar metas que son incompatibles con nuestros valores. Sin embargo, fallamos en comprender hasta qué punto el mal es capaz de encontrar seguidores como aquellos que amenazan actualmente la supervivencia del mundo.

Pobres de nosotros si seguimos pensando que el Estado Islámico y sus socios no son más que payasos “banales”, los cuales no representan un peligro para una superpotencia como Estados Unidos. Ellos son el mal en su estado más puro, y la Torá ya nos dijo hace mucho tiempo en términos bastante claros que “eliminarán el mal de entre ustedes”.

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