Los atentados en Israel

3 min de lectura

Llamando al mal por su nombre.

Mi dolor con las noticias sobre los acuchillamientos y los asesinatos de personas inocentes en Israel llegó a un nivel insoportable cuando me enteré que un miembro de nuestra familia, Rav Yeshayahu Krishevsky, había sido brutalmente asesinado con un machete en Geula, Jerusalem.

Él es uno de los muchos que han sido masacrados sin piedad o que han sido heridos de gravedad. Es la nueva realidad de Israel: los civiles viven atemorizados por el puro hecho de ser judíos. Y para añadir otro elemento a la tragedia, si las víctimas o la policía tienen la fortuna de alcanzar a matar al terrorista, son condenados por los medios de comunicación por el pecado de defenderse a sí mismos utilizando “fuerza desproporcionada”.

Pareciera que lo único que el mundo nunca le permitirá a los judíos —quizás como una manifestación de una culpa no reconocida por el Holocausto— es que vuelvan a ser identificados como víctimas. Por eso es que los terribles actos de barbaridad que atestiguamos hoy en contra de los israelíes deben ser “explicados”. Explicados de forma tal que se pueda racionalizar el asesinato de padres ante la vista de sus hijos, dejando a estos últimos en estado de orfandad. Explicados de forma tal que quienes les enseñan a sus hijos pequeños a asesinar sean realmente las víctimas y que quienes realizan los asesinatos sean los valientes héroes que cumplen con los ideales de una causa justificable.

Este es el terrible pecado en el que caen todos aquellos que intentan describir los eventos que están rasgando a la sociedad que habita en la tierra bíblica que hace mucho tiempo fuera la cuna de la civilización. Explicar es comenzar a excusarse, a exculpar. Desplazar la culpa de un acto malévolo al asignarle una motivación aparentemente racional. Ofrecer explicaciones para lo inexplicable es acercarse un paso más a la famosa máxima de Spinoza de que “entenderlo todo es perdonarlo todo”.

“Debemos entender”, dice el Secretario de Estado estadounidense, mostrando más simpatía con los atacantes que con las víctimas. Con supuesta objetividad anuncia que “nos rehusamos a señalar culpables”. Hay un ciclo mutuo de violencia, dicen los “sabios” analistas. Es la ocupación, los colonos, el sistema de apartheid, la falta de oportunidades para los árabes, la crueldad e insensibilidad de los israelíes y tantas otras justificaciones para que el “moderado” presidente palestino, Mahmoud Abbas, proclame: “Bendecimos cada gota de sangre que es derramada por Jerusalem, la cual es sangre limpia y pura, sangre derramada por Alá”, y para que incite abiertamente a que hayan actos de terrorismo y violencia.

El mundo musulmán reiteradamente venera a los asesinos de civiles como héroes y el occidente se rehúsa a llamar al mal por su nombre.

Para desmentir estas racionalizaciones tenemos las historias tras los atentados, las cuales no fueron mencionadas como deberían. Isra Abed, una árabe-israelí divorciada de 30 años, quien vivía junto a su hijo en la casa de sus padres en Nazaret, tomó un gran cuchillo, viajo hasta la central de buses de la ciudad de Afula, e intentó acuchillar judíos. No hace mucho tiempo, Abed se graduó del Technion, una de las mejores instituciones de educación superior del mundo, a la cual ella asistió becada. Gracias a sus altas calificaciones fue capaz de unirse a la fuerza laboral israelí, en la cual el salario promedio de un graduado del Technion es mucho más alto que el salario promedio del resto de la sociedad. ¿Qué la motivó? ¿Ella también era una víctima del apartheid? ¿Sentía la desesperación de un pueblo ocupado que es privado de todo privilegio y que no tiene una oportunidad de acceder a una educación para mejorar su suerte?

¿Has visto la fotografía de Hassan Manasra, el joven árabe que acuchilló e hirió de gravedad a un joven israelí que estaba andando en su bicicleta en Pisgat Zeev? Hassan, sobre quien el presidente Abbas declaró que había sido cruelmente asesinado sin razón en un incendiario discurso a su pueblo, se encuentra descansando cómodamente en una cama del hospital Hadassah. Está vivo y en buen estado, recibiendo comida gratuita y la mejor atención médica posible, al igual que todos los terroristas que lograron sobrevivir a sus propios actos de violencia.

El mundo musulmán reiteradamente venera a los asesinos de civiles como héroes, nombra parques y calles en su honor y los presenta como modelos a seguir para los niños. Y nosotros, en el occidente, nos rehusamos a llamar al mal por su nombre.

¿Acaso nuestro amor por el relativismo moral nos ha llevado tan bajo que ya no podemos reconocer el mal en su forma más pura y llamarlo por su nombre? Cuando personas inocentes son asesinadas de forma rutinaria y yo estoy de duelo por la pérdida que sufrió mi familia, es hora de que el supuestamente civilizado mundo lo identifique como un crimen y exija su inequívoco fin. Hay momentos en los que es mucho más importante denunciar los actos, que buscar supuestas razones que justifiquen la barbarie.

Haz clic aquí para comentar sobre este artículo
guest
0 Comments
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
EXPLORA
ESTUDIA
MÁS
Explora
Estudia
Más
Contacto
Lenguajes
Menu
Donar
Únete a nuestro newsletter
Redes sociales
.