¿Por qué fueron decapitados?

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El profundo significado de esta espantosa muerte.

Daniel Pearl, James Foley y Steven Sotloff compartieron el mismo destino, la misma muerte espantosa que se ha transformado en el sello mortal de los islamistas fanáticos. El tipo de muerte que el EI (Estado Islámico) y sus seguidores han prometido infligir a los americanos y al resto de los infieles alrededor del mundo.

Y es el tipo de carnicería que genera una respuesta visceral de asco, miedo y horror.

Cualquier tipo de asesinato es un crimen que no tiene comparación. Sin embargo, la decapitación pareciera ser una categoría en sí misma. Nos estremecemos al contemplar algo así. Nuestra mente no puede creerlo. En el más poderoso sentido, no podemos asimilar una desconexión entre la auto-conciencia de nuestras cabezas y la capacidad de respuesta y la integridad de nuestros cuerpos.

La misma idea de la decapitación es irónicamente suficiente para que “perdamos nuestras cabezas”.

Y sin embargo se ha transformado en el método preferido de ejecución de los grupos extremistas islámicos, los enemigos contemporáneos de la civilización. Y creo que existe un profundo motivo subconsciente —además del obvio deseo de asustar— que lleva a los terroristas de hoy a elegir la decapitación.

Se nos dice en la Biblia que los seres humanos fueron creados a imagen de Dios. Pero no es en términos de nuestra apariencia física que compartimos una similitud con nuestro Creador. Es en nuestras mentes que compartimos Su sabiduría, intuimos Su grandeza y percibimos Su santidad. Es por eso que a nuestra mente se le asignó la misión de controlar al resto de nuestro cuerpo. De allí provienen las órdenes que manejan y supervisan todas nuestras acciones.

No es de extrañar entonces que a los judíos se les ordenara atarse tefilín ‘filacterias’ diariamente, “como señales en sus brazos y como frontales entre sus ojos”. Hay dos componentes en esta mitzvá, dos cajas simbólicas que sirven como recordatorios de nuestra conexión con Dios y de nuestra necesidad de vivir vidas santas. Una caja se coloca en el brazo para simbolizar que dedicamos nuestras acciones a Dios. Y la otra se coloca en nuestra cabeza, la sede de nuestra actividad intelectual. El mensaje es que entendemos que la soberanía última de nuestras acciones proviene de las decisiones voluntarias de nuestra mente, la parte de nosotros que se asemeja a nuestro Creador.

La conexión entre nuestra mente y nuestro cuerpo define nuestra identidad espiritual.

Hay una historia fascinante en el Talmud que a primera vista parece incomprensible. En ella nos cuentan sobre una decapitación que se llevó a cabo en tiempos bíblicos, en el momento en que enterraron a nuestro patriarca Yaakov.

El cuerpo de Yaakov fue trasladado a Hebrón, a la Cueva de los Patriarcas, Mearat Hamajpelá. Sólo había ocho lotes en la cueva. Adam, Javá, Abraham, Sara, Itzjak, Rivka y Lea ya habían sido enterrados allí, dejando sólo un lugar libre. Esav, el hermano gemelo de Yaakov, reconoció que había vendido su primogenitura a Yaakov pero sostenía que no había renunciado a su derecho de ser enterrado en la Cueva, y con fuerza física, detuvo la procesión fúnebre de Yaakov. Los hijos de Yaakov enviaron rápidamente a Naftalí de vuelta a Egipto para que trajera un comprobante de propiedad.

Mientras ocurría todo esto, Jushim, el hijo sordo de Dan, preguntó por qué había tanta conmoción, y se indignó al descubrir que Esav había detenido el funeral de su venerado abuelo. Con un fuerte golpe de su espada, Jushim decapitó a Esav, y la cabeza de Esav rodó hasta la Cueva de los Patriarcas y cayó finalmente en el regazo de Itzjak, donde permanece hasta el día de hoy. Así aconteció que “la cabeza de Esav reposa en el seno de Itzjak”.

¿Cuál es el significado de esta extraña historia?

Esav era un villano. Sin embargo el podría haber sido un hombre de bien. Él era hijo de Itzjak. Y como hermano gemelo de Yaakov, ciertamente tenía el mismo potencial para alcanzar la grandeza espiritual. Pero Esav siguió un camino diferente. El eligió una vida hedonista de cazador. Cuando tuvo que elegir entre su cabeza y su cuerpo, él eligió este último como guía para su vida.

Su cuerpo no tenía el derecho de ser enterrado en un lugar santo. No se le rindió este honor. Pero a su cabeza —su vínculo y semejanza con Dios, bendecida con el potencial para la grandeza— sí se le otorgó el honor de ser enterrada junto a su padre que lo amaba tanto, no por lo que era, sino por su potencial, por lo que podría haber sido.

Cuando la mente y el cuerpo trabajan juntos, nos unimos en pensamiento y acción. Separarlos es una declaración que tiene un profundo significado: la intención es rechazar el poder de la mente. Este acto busca destruir la influencia del único regalo Divino que nos diferencia del resto de las criaturas. El propósito es transformar a los seres humanos en descerebrados, en bárbaros motivados sólo por deseos corporales.

Es por eso que la lucha hoy en contra de los salvajes islámicos que filman sus decapitaciones es una batalla que debe ser librada si es que la civilización pretende sobrevivir.

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