¿Sacrificarías tus sueños por dinero?

4 min de lectura

Pensé que la respuesta era obvia hasta que me enfrenté a la prueba.

Odiaba mi primer trabajo. Trabajaba como analista de riesgo de crédito en una de las instituciones financieras más grandes del país. Era la envidia de todas mis amigas y tenía un sueldo excesivamente alto. Pero lo detestaba. El trabajo era aburrido, repetitivo y lo peor de todo es que no era un trabajo significativo. Odiaba que mi labor fuera intentar generar más dinero para los accionistas por medio de obligar a nuestros deudores a realizar pagos con intereses sumamente elevados.

Pero en ese trabajo aprendí mucho sobre mí misma. Aprendí cuán importante es para mí trabajar en algo que genera un impacto en la sociedad y aprendí que mi pasión es mejorar el mundo, no analizar datos. Así que cuando me enteré de una nueva oportunidad laboral, llamé inmediatamente. Era para trabajar en el desarrollo social de una empresa con fines de lucro que estaba llena de gente incluso más apasionada que yo en lo que se refiere a cambiar el mundo. Quedé enganchada, y cuando me llamaron para ofrecerme el trabajo tan sólo horas después de la entrevista, estaba entusiasmada a más no poder. No podía creer mi suerte y no podía esperar a renunciar a mi otro trabajo.

Mi jefe sabía cuán infeliz yo era y estaba emocionado de que hubiera encontrado algo que me excitara. Pero justo antes de que le enviara por email mi renuncia oficial, me llamó a su oficina. “Eli”, me dijo en su fuerte acento hindú, “vamos a pagar los bonos en seis semanas y quería decirte que vas a recibir uno. Trabajaste duro para nosotros este año, muchas gracias”.

Repentinamente mi plan perfecto se estropeó. $5.000 dólares serían míos si esperaba seis semanas.

Mis ojos se abrieron grandes y casi me caí de la silla. Ni siquiera había pensado en mi bono y había asumido que no recibiría uno. No había logrado tanto como pensaba que era mi potencial y no creía que mi jefe lo aprobaría. Pero obviamente estaba equivocada. Repentinamente mi plan perfecto se había estropeado.

El juego había cambiado. Mi nuevo empleador quería que comenzara en un mes. Sin embargo, si no estaba empleada en mi cargo actual para la fecha en que se pagarían los bonos, no sería elegible para mi recompensa anual. Y no era una suma pequeña de dinero. $5.000 dólares serían míos si esperaba seis semanas.

Tenía una gran decisión que tomar. Siempre creí que el dinero no era el factor decisivo en mi vida. Me gustan las cosas lindas y quiero estar cómoda y segura, pero vivir una vida significativa era más importante para mí que un balance bancario. No estaba preparada para trabajar horarios horribles y sacrificar tiempo con mi familia, amigos, mis proyectos comunitarios, trabajos voluntarios y calidad de vida. Había crecido con seis hermanos y mis padres siempre ayudaron a la comunidad. Mi padre es un rabino que pasa cada segundo de su día enseñando, aconsejando, estudiando y guiando a la comunidad. Mi madre es consejera y líder de proyectos comunitarios. La vocación que escogieron mis padres junto con el hecho de tener siete hijos significó que el dinero nunca fue algo abundante. Nunca me sentí privada, pero el dinero siempre fue un tema. No había viajes al extranjero y nos poníamos ropa prestada, pero mi infancia fue feliz, llena de alegrías y buenos recuerdos. Mis padres son dos de las personas más felices que conozco, y a pesar de no ser materialmente ricos, siempre los consideré personas extraordinarias, ya que sacrifican su tiempo y sus finanzas por el bien de otros.

Yo quería ser como ellos y dedicarme a cambiar el mundo. Siempre supe que valoraría hacer algo significativo por sobre el dinero. Si alguna vez tenía que decidir, estaba confiada de que la elección sería automática... hasta que me enfrenté realmente a la decisión.

Por primera vez, aquello que daba por sentado fue puesto a prueba de forma cataclísmica. Le envié un email a mi nuevo empleador y le expliqué la situación. Les dije la verdad: que mi esposo regresaría a estudiar el próximo año y que el dinero extra nos ayudaría considerablemente. Sin embargo ellos se mantuvieron firmes: tenía que comenzar en cuatro semanas o no podían asegurarme el cargo.

En un nivel más profundo, ellos querían que yo demostrara que estaba preparada para dejar la libertad financiera para unirme a su visión. Yo estaba destrozada. El preciado cheque de bono brillaba en el horizonte. Había trabajado tan duro por ese dinero. Pero el nuevo trabajo y la esperanza que ofrecía habían despertado profundos sentimientos en mi interior. Un futuro en el que podría trabajar en un lugar con personas dedicadas a mejorarse a sí mismas y a la sociedad. Estaría rodeada de personas arriesgadas, soñadoras y apasionadas. Mi trabajo adquiriría sentido y alegría. Podría usar los talentos que Dios me dio para regresarle algo al mundo.

Pasé varias noches en vela. Pasé horas y horas debatiendo y discutiendo sobre el tema con cualquiera que quisiera escuchar. Este dinero podía ayudarnos. Podríamos comenzar a ahorrar. Podríamos tener unas vacaciones exóticas. Estaba destrozada. No había una respuesta correcta.

Mis valores fueron puestos a prueba y me probé a mí misma que no sacrificaría mis sueños por dinero.

Y entonces me di cuenta. Una mañana mientras conducía al trabajo, me di cuenta que en diez años el dinero sería cosa del pasado. Si me quedaba por el bono, entonces probablemente gastaría el dinero en algunos aparatos nuevos, unas increíbles vacaciones y ahorraría el resto. Pero eso no haría realmente un impacto en nuestras vidas.

La vida me estaba ofreciendo una opción. El dinero era una cantidad finita, el cual me ofrecía una mayor capacidad de gasto. Pero el nuevo trabajo era una forma de vida, un camino introspectivo hacia vivir mi sueño.

Así que lo hice. Abandoné el bono y renuncié. Y una vez que lo hice, nunca miré hacia atrás. No pensé ni siquiera una vez durante los últimos años, cuando nuestras finanzas estuvieron apretadas, que “si tan sólo hubiera tomado ese bono...”. Incluso cuando estuve en licencia por maternidad sin sueldo y mi esposo estaba desempleado, nunca pensé con nostalgia sobre ese bono. Irónicamente, el trabajo soñado no funcionó. Pero no me arrepiento de mi decisión ni por un segundo. Mis valores fueron puestos a prueba y me probé a mí misma y al mundo que el dinero no será el factor decisivo de mi destino y que tampoco sacrificaré mis sueños por éste.

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