¿Seremos recordados sólo por lo que hicimos mal?

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Es muy tentador reducir a las figuras históricas a una sola característica negativa definitiva. Pero también es falso.

Alan Hurwitz murió de COVID-19 el 6 de junio. Tenía 79 años y unas pocas semanas antes le habían otorgado la liberación compasiva de la prisión federal en Butner, Carolina del Norte, donde la enfermedad se propagaba rápidamente entre los prisioneros. No era la primera vez que estaba tras las rejas. Tras una serie de robos a bancos en los años 90, fue sentenciado a 12 años de prisión.

Nunca oí hablar de Hurwitz hasta que encontré los obituarios la semana pasada. El New York Times publicó uno el 15 de junio y el servicio de noticias JTA publicó otro algunos días más tarde. Al parecer el hombre era mucho más que un "ladrón de bancos".

“Alan Hurwitz tuvo una vida complicada”, escribió Sam Sokol en el obituario en JTA.

Él fue un dedicado activista contra el racismo que pasó muchos años luchando contra la segregación. Era un veterano de la reserva militar que se convirtió en profesor de escuela secundaria…

Sirvió en la Reserva del Cuerpo de Marina de los Estados Unidos antes de completar su título y comenzar una carrera como profesor de inglés y estudios sociales en el nivel medio.

Hurwitz se esforzó por avanzar la causa de la igualdad racial, participó en una comisión contra la segregación en las escuelas públicas de Detroit y fue líder en los Cuerpos de Paz en Kenia.

Su adicción a la cocaína lo llevó a caer en el crimen y aparentemente se dedicó a robar bancos con la misma determinación con la que luchó por la justicia social. La tragedia de la vida de Hurwitz fue autoimpuesta y hay pocas razones que permitan dudar que se merecía la sentencia a prisión que recibió. Hurwitz era un ladrón de bancos, sin embargo cualquiera que lo describa solamente como un ladrón de bancos, claramente estará mintiendo.

Me resultó especialmente significativo leer los obituarios de Hurwitz en este momento. Ellos me brindaron un pequeño recordatorio de la complejidad humana en medio de una erupción de reduccionismo implacable, cuando demasiadas personas no tienen el mínimo interés en los matices y desean rotular a todo y a todos en base a una prueba de fuego contundente: aliado o enemigo, racista o antirracista, iluminado o deplorable.

Ya escribí en otra columna mis pensamientos sobre la ola reciente de derribar estatuas y destruir monumentos, pero los obituarios de Hurwitz me llevaron a pensar nuevamente en el tema, especialmente sobre lo falso que es, a pesar de que se volvió muy tentador, reducir a las figuras históricas a una sola característica negativa definitiva.

En Portlan, Oregón, la semana pasada los vándalos derribaron una estatua de George Washington, después de envolverle la cabeza con una bandera norteamericana a la que le prendieron fuego. Un par de días más tarde, otro grupo en Portland derribó una estatua de Thomas Jefferson, vitoreando mientras atacaban con un hacha la imagen del hombre que escribió la Declaración de Independencia Norteamericana y lo pintaban con las palabras “amo de esclavos”. Portland no fue la única en "arrojar a la basura" a los grandes fundadores de los Estados Unidos. En Chicago, otra estatua de Washington fue cubierta con grafitis y envuelta con una capucha del Ku Klux Klan. Y en la ciudad de Nueva York, miembros del consejo de la ciudad, incluyendo al vocero del consejo, exigieron que remuevan de la municipalidad una estatua del tercer presidente del país.

Washington y Jefferson se encuentran entre los más visionarios e inspiradores líderes de la historia de los Estados Unidos. Sin ellos no hubiera existido una revolución norteamericana, ni los Estados Unidos, ni las famosas palabras “Sostenemos que estas verdades son autoevidentes: que todos los hombres fueron creados iguales”. No habría un modelo para otras naciones respecto al progreso que es posible cuando el gobierno se forma con el consentimiento de los gobernados. ¿Por qué alguien que ama lo mejor de este país va a derribar y desfigurar sus estatuas?

La respuesta de los vándalos no es sólo que Washington y Jefferson tenían esclavos. Es que no hay nada más sobre ellos que sea importante.

Estamos de acuerdo en que la conexión de los dos padres fundadores con la esclavitud fue un grave error moral. Estamos de acuerdo en que fue su peor error moral. ¿Pero eso hace que todo lo demás que lograron en sus vidas empalidezca? ¿Qué sus extraordinarias contribuciones a la creación de los Estados Unidos, la primera democracia republicana del mundo “concebida en libertad”, como dijo Lincoln, “y dedicada a la declaración de que todos los hombres son creados iguales”, no merezcan ningún reconocimiento ni honor?

¿Acaso alguno de los vándalos de Portland, o del consejo de la ciudad en Nueva York, desea ser juzgado con los mismos estándares, ser recordados sólo por lo más vergonzoso que hicieron en su vida y que nunca se preste atención a las cosas buenas que lograron?

Una estatua de George Washington fue derribada y desfigurada por vándalos en Portland, Oregón.

En muchas ocasiones Washington habló sobre su oposición filosófica a la esclavitud., “Puedo decir que no hay ninguna persona viva que desee con más sinceridad que yo que se adopte un plan para esta abolición [de la esclavitud]”, le escribió a un amigo en 1786. A otro le escribió sobre su compromiso a no comprar nunca más un esclavo. En su testamento, Washington ordenó que todos sus esclavos fueran liberados tras la muerte de su esposa y Martha Washington los emancipó a todos durante el año posterior a la muerte de su esposo.

Jefferson fue atacado por su conexión con la esclavitud a lo largo de su vida. Sus oponentes políticos resaltaron su relación con Sally Hemings, y esto fue una mancha en su registro durante más de dos siglos.

Sin embargo, a pesar de tener esclavos, Jefferson estaba lejos de ser un defensor de la esclavitud, tal como escribió Noah Rothman en Commentary:

Él no fue sólo el autor de una de las definiciones más abarcadoras de lo que constituye la libertad humana hasta ese momento de la historia, un documento radical que abrió un camino paradigmático para la emancipación, sino que también practicó esa filosofía. Jefferson fue el autor de una ley que sirvió como la base de la primera legislación contra la esclavitud en los Estados Unidos: la Ordenanza del noroeste de 1787. En un mensaje al Congreso como presidente, él escribió que “la moralidad, la reputación y lo mejor de nuestro país hace mucho que desea proscribir [la esclavitud]". Como los hombres de su época y de muchas generaciones posteriores, Jefferson consideraba a los negros inferiores. Sin embargo, le molestaba el “despotismo incansable” y las “sumisiones degradantes” que sufrían los esclavos norteamericanos.

Es conocido lo que Jefferson escribió sobre la esclavitud en los Estados Unidos en sus “Notas en el Estado de Virginia”: “Tiemblo por mi país cuando reflexiono en la justicia de Dios”. En su borrador original de la Declaración de la Independencia, él incluyó una cláusula condenando la esclavitud de los africanos y se consternó cuando el Congreso Continental la eliminó de la versión final. De todas formas, lo que quedó fue un fuerte golpe moral. Martin Luther King Jr, en su magnífico discurso “Tengo un sueño” en 1963, apeló a la autoridad moral de las palabras de Jefferson en la Declaración, no considerándolas como evidencia de su hipocresía, sino como una promesa de lo que debían ser los Estados Unidos:

Vinimos a la capital de nuestra nación para cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la Constitución y de la Declaración de la Independencia, firmaron un documento promisorio que es la herencia de cada norteamericano. Esta nota era una promesa respecto a que todos los hombres, sí, tanto los negros como los blancos, tenían garantizados los “derechos inalienables” de “vida, libertad y búsqueda de la felicidad”. Hoy es obvio que Norteamérica no cumple con este documento, por lo menos en lo que respecta a sus ciudadanos de color. En vez de honrar esta sagrada obligación, Norteamérica les dio a las personas negras un mal cheque, un cheque protestado por tener “insuficientes fondos”.

Pero nos negamos a creer que el banco de la justicia está en bancarrota. Nos negamos a creer que no hay suficientes fondos en las grandes bóvedas de oportunidad de esta nación…

Tengo un sueño, que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significado de este credo: “Sostenemos que estas verdades son autoevidentes, que todos los hombres fueron creados iguales”.

Martin Luther King se hubiera horrorizado de ver la estatua de Jefferson en el suelo y desfigurada de forma tan grosera. Esto es algo que debe horrorizar a cualquiera a quien le importe la verdad o que entienda que siempre hay mucho más en los eventos humanos, y que los hombres y mujeres que les dan forma a estos eventos tienen mucho más que una sola dimensión moral.

Alan Hurwitz también debe ser recordado por lo mejor que hizo. ¿No ocurre lo mismo con George Washington y Thomas Jefferson? ¿No debe ser así con cada persona?

Rothman preguntó: “¿Acaso piensan por un instante que las generaciones venideras no nos percibirán a nosotros como monstruos que merecen la infamia? Sin duda nadie que considere que este vandalismo es una virtud pensó cómo él mismo será juzgado por la historia”.

Efectivamente, ¿quién sabe qué perspectivas políticas, ideológicas o morales pueden llegar a ser menospreciadas dentro de una o dos generaciones, como una descalificación permanente para brindar cualquier clase de honor o respeto histórico?

Hay algunos hombres y mujeres que son verdaderamente monstruosos, o que dedican sus vidas a alguna causa oculta, y todo lo demás en sus vidas realmente pierde significado. Pero la mayoría no estamos en esa categoría. Somos una mezcla de lo noble y lo más bajo, a veces un poco más que los animales y otras veces un poco menos que los ángeles. Por lo general es una gran injusticia juzgar a los seres humanos sólo por sus peores errores, especialmente cuando gran parte de lo que hicieron es honorable y valioso.

En sus peores momentos, Alan Hurwitz fue un ladrón de banco, pero él también debe ser recordado por lo mejor que hizo. ¿No ocurre lo mismo con George Washington y Thomas Jefferson? ¿No debe ser así con cada persona?


Esta editorial fue originalmente publicada en “Arguable”, una publicación semanal escrita por Jeff Jacoby, columnista del Boston Globe.

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