Una familia musulmana y otra judía se salvan mutuamente

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Durante el Holocausto, la familia Hardagas ocultó a la familia Kabiljo en Sarajevo. Ellos les devolvieron el favor 50 años más tarde.

En 1941 los nazis invadieron Yugoslavia, se apropiaron de Sarajevo, saquearon la antigua sinagoga y quemaron los valiosos Rollos de la Torá de 400 años de antigüedad.

Los judíos de Yugoslavia nunca fueron forzados a vivir en guetos y los trataron mejor que a los judíos de la mayoría de los países de Europa Occidental. En los años 30, había unos 12.000 judíos en Sarajevo y otros 2.000 en otras ciudades. Aunque la población judía fue diezmada durante el Holocausto y unas 10.000 personas fueron asesinadas por los croatas pronazis, algunos musulmanes trataron de proteger a sus vecinos judíos.

La sinagoga de Sarajevo, 1941

La Gestapo abrió una oficina frente a la casa de un musulmán que vendía muebles, Mustafá Hardaga y su esposa, Zejneba. Por las noches, los Hardaga oían los gritos agonizantes de los prisioneros que eran torturados en la cárcel.

Mustafá Hardaga, foto de la colección de Yad Vashem

Iosef Kabiljo, un judío, era el socio de Mustafá Hardaga y un buen amigo. Cuando la casa de los Kabiljo fue destruida durante un bombardeo nazi, los Hardaga invitaron a la otra familia a vivir en su hogar, a pesar del terrible riesgo que eso implicaba para sus propias vidas.

“Ustedes son nuestros hermanos y tus hijos son como nuestros hijos. Siéntanse en su casa y todo lo que tenemos es de ustedes”.

Un día la Gestapo apareció en la puerta de los Hardaga para revisar sus documentos. Iosef Kabiljo, su esposa y su hija se escondieron en un enorme armario, detrás de la ropa. Milagrosamente no los descubrieron.

Los Kabiljo permanecieron ocultos en la casa de la familia Hardaga hasta que pudieron reubicarse en la ciudad bosnia de Mostar, bajo gobierno italiano, que en ese momento era un lugar seguro para los judíos.

Rivka Kabiljo con sus hijos y Zejneba Hardaga (a la derecha) caminando en Sarajevo. Colección de Yad Vashem.

Iosef Kabiljo se quedó para liquidar el negocio, pero eventualmente los nazis lo atraparon. Debido a la fuerte nevada, no pudieron transferir a los prisioneros de Sarajevo al infame campo Jasenovac, cerca de Zagreb. Allí los croatas mataban a serbios, judíos y gitanos por igual. Al salvarse de ese destino, los prisioneros fueron obligados a limpiar la nieve de las calles con sus piernas encadenadas.

Un día, Iosef Kabiljo notó que Zejneba Hardaga estaba parada en una esquina. Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas. A pesar del peligro, Zenejba le llevó comida para él y para los otros prisioneros.

Iosef logró escaparse y huyó a la casa de los Hardaga.

Los nazis descubrieron que los Hardaga ayudaban a los judíos y ejecutaron a Ahmed Sadik, el padre de Zejneba, quien había falsificado documentos para familias judías.

La familia Kabiljo logró sobrevivir la guerra y eventualmente se establecieron en Jerusalem. Ellos pidieron a Yad Vashem que reconocieran a la familia Hardaga y a Ahmed Sadik como 'Justos de las Naciones', y plantaron un árbol en homenaje a su valentía.

Tras el fallecimiento de Mustafá Hardaga en los años 60, los Kabiljo se mantuvieron en contacto con Zejneba y con su hija Sara.

Pasaron los años. En 1992 comenzó una guerra espantosa en Bosnia, cuya población era una mezcla de bosnios musulmanes, serbios ortodoxos y croatas católicos romanos. Cuando Yugoslavia se separó, las divisiones raciales y religiosas que habían estado controladas bajo el comunismo finalmente hicieron erupción. La guerra de Bosnia, con sus masacres, barbaridades y genocidio, se convirtió en el peor conflicto de Europa después de la Segunda Guerra Mundial.

Durante los años 1992 y 1994, casi tres millones de personas se vieron obligadas a abandonar sus hogares, más de 100.000 personas fueron asesinadas y miles de mujeres fueron atacadas. Las tropas serbias rodeaban Sarajevo, y los francotiradores le disparaban a cualquiera que intentara salir de su casa.

En medio de ese sufrimiento estaban atrapadas Zejneba Hardaga, su hija Sara Pecanac, su yerno Branimir y una nieta de nueve años, Sacha. Al ver a sus vecinos asesinados en las calles, vivían con temor a ser las próximas víctimas.

Sin tener alimentos, la familia sobrevivió durante semanas comiendo una sopa preparada con césped que juntaron en un parque local. Tenían que refugiarse en el sótano de su casa que estaba sitiada.

Sarajevo en ruinas, 1992

Desesperados, asustados y aislados, perdieron las esperanzas de lograr sobrevivir a esa espantosa situación. Pero entonces llegó un mensaje desde Israel.

En Jerusalem, sus antiguos amigos, los Kabiljo, escuchaban ansiosamente las noticias sobre Bosnia y se preguntaban si la familia Hardaga seguía viva. Ellos se pusieron en contacto con un periodista israelí que viajaba a Bosnia para cubrir la guerra. Este periodista transmitió a una organización en Sarajevo el mensaje de que la familia Kabiljo estaba buscando a Zejneba. Ellos se alegraron mucho al descubrir que Zejneba, su hija Sara y otros dos miembros de la familia seguían con vida.

Sara Pecanac se sorprendió al oír que los Kabiljo trataban de ayudarlos. Ella sólo descubrió la historia del heroísmo de su familia durante el Holocausto en 1984. “Mi padre había fallecido y mi madre no hablaba mucho de eso”, dijo Sara sobre la valentía de su familia. Sin embargo, su madre le había dicho: “Uno no puede controlar cuán rico, cuán inteligente o cuán exitoso será. Pero sí puede controlar cuán bueno será”.

Zejneba (la cuarta desde la derecha) en la ceremonia en que plantaron un árbol en honor a su familia. Yad Vashem, 1985.

Los Kabiljo se pusieron en contacto con Yad Vashem para pedir ayuda en el rescate de la familia que los había salvado a ellos. Yad Vashem pidió permiso al presidente de Bosnia, pero él se negó a permitir que la familia saliera del país en guerra. Los Kabiljo no se dieron por vencidos y siguieron luchando para ayudar a los amigos que consideraban como su propia familia. Ellos llevaron el caso ante el Primer Ministro Itzjak Rabin. Eventualmente, a comienzos de 1994, Sara Pecanac, su esposo, su hija y su madre Zejneba se unieron a otros 300 refugiados en un convoy de seis autobuses que partieron desde las ruinas de la ciudad de Sarajevo. Cuando tuvieron que elegir un destino, de inmediato escogieron Jerusalem.

Sara Pecanac

“Imagina que estás en esa terrible situación, necesitas ayuda y la recibes de la misma familia que tu familia salvó 50 años antes”, dijo Sara Pecanac. El profundo lazo que conecta a las dos familias fue probablemente el ímpetu que inspiró a Sara y a su familia a convertirse al judaísmo. “Fue natural que deseara ser judía. Para mí es un honor pertenecer a este pueblo”, explicó Sara. Ahora Sara trabaja para Yad Vashem, donde la historia de su familia es exhibida como parte del museo, donde el registro de su familia se encuentra en el archivo de los 'Justos de las Naciones', y donde su madre plantó un árbol en honor al coraje y la humanidad de su familia.

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