WhatsApp y la alegría de Adar

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De inmigrante pobre a billonario, la fortuna de Jan Koum captura la alegría de las posibilidades.

Jan Koum, un judío ucraniano, vendió WhatsApp a Facebook en 19 mil millones de dólares. Cuando pequeño, Jan asistió a una escuela en Kiev que se encontraba en un pueblo tan pobre que la escuela no tenía ni siquiera un baño. Los niños tenían que correr hacia afuera y cruzar el estacionamiento en medio del frío clima para poder usar un baño.

En 1992 Jan se mudó a Estados Unidos con su madre y abuela para escapar del peligroso ambiente antisemita que había en Kiev. Los inmigrantes, que no tenían ni un centavo, subsistieron por muchos años sólo a base de cupones de alimento y ayuda social. Jan no tuvo un computador sino hasta que tenía 19 años. Él era un estudiante pobre que apenas se pudo graduar del colegio en Montain View y que dejó inconclusos sus estudios en la universidad de San José State. Pero él utilizó muchas partes de su pasado para crear WhatsApp.

Por ejemplo, la falta de publicidad en WhatsApp deriva del hecho que él venía de un país en el cual no existía la publicidad. Crecer en un país que monitoreaba las conversaciones de la gente hizo que Jan se apasionara por la privacidad, lo cual explica por qué WhatsApp no requiere ninguna información para registrarse. Y los propios desafíos de la infancia que tuvo que enfrentar Jan al intentar comunicarse con su familia que aún se encontraba en Rusia lo llevaron a su profesión actual. La compañía tiene tan sólo 50 empleados, y son pocas las personas que entran a las modestas oficinas de WhatsApp en Montain View.

Es la alegría de las posibilidades, de lo improbable volviéndose realidad, del oprimido volviéndose parte de la realeza.

La historia de cómo Koum pasó de no tener un centavo a la riqueza es perfecta para el mes judío de Adar en el que estamos actualmente. A medida que Purim se acerca, nuestra alegría aumenta. Es la alegría de las posibilidades, de lo improbable volviéndose realidad, del oprimido volviéndose parte de la realeza. Ester era una mujer honesta y sin adornos que no estaba para nada interesada en volverse reina; sin embargo, fue precisamente ella quien terminó en el palacio. Mordejai era un justo erudito que se encontraba sumamente alejado de la política; sin embargo, es él quien se transformó en la mano derecha del rey. El poderoso y malvado Hamán fue degradado. La atemorizada nación que se encontraba en peligro salió victoriosa. Las cosas se dieron vuelta de un lado para el otro, de arriba para abajo.

Esa es la alegría de este mes, la alegría de las posibilidades, de saber que Dios puede transformar todo lo que nos rodea en cualquier día, cualquier hora y cualquier minuto. Atrás del escenario, Dios está moviendo las cuerdas, orquestando los eventos con resultados sorpresivos que nadie tenía planeados.

Como la improbable historia sobre cómo conocí a mi esposo. En ese entonces, yo pasaba las noches en vela en la sala de estudio de la Universidad Wharton y salía de fiesta todos los sábados por la noche con mis amigas. Cuando uno de los organizadores del centro Hillel me pidió que hablara en la tercera comida de Shabat, yo casi le dije que no. Me tomaría demasiado tiempo escribir un discurso. Además, a mí ni siquiera me gustaba hablar en público. Y ni siquiera estaba planeando ir a esa comida. Pero yo pasaba mucho tiempo en el centro Hillel, yendo a las comidas y a los rezos cada semana. Sentía que debía dar algo de vuelta, incluso si era solamente un discurso de diez minutos. Así que hablé.

Después, mi futuro esposo se acercó a mí y me preguntó sobre algunas de las ideas sobre las que había hablado. Caminamos juntos de vuelta hasta los dormitorios universitarios conversando sobre Torá e Israel y sobre nuestros ideales en común. En ese punto de mi vida, yo no estaba lista para casarme. Mi plan era primero terminar la universidad. Pero cuando entré en mi dormitorio, lo primero que le dije a mi compañera de cuarto fue: "Acabo de conocer a la persona con la que voy a casarme. Él tiene un alma buena, justo lo que mi abuela me dijo que tenía que buscar".

—¿Te has vuelto loca? ¡Tan sólo hablaste con él por cinco o máximo diez minutos! —me dijo mi compañera de cuarto asombrada—. ¿Recuerdas nuestro plan? ¿Graduarnos de la universidad? ¿Compartir un departamento en Nueva York?

Mi compañera de cuarto pensó que estaba bromeando. Y no la culpo. El matrimonio era algo que estaba muy lejos de mi futuro, o al menos eso pensaba yo. Pero algo había cambiado. Algo se había volteado de arriba para abajo y de un lado para el otro. En ese momento yo sabía que mi propio "plan" estaba siendo transformado en algo diferente, algo que yo no había estado buscando.

—Me voy a casar con él —le respondí.

—Vamos a Smokey Joe's. Creo que necesitas un trago —dijo mi compañera de cuarto entre risas.

Pero justo después de nuestra graduación ese año, esta misma compañera de cuarto se estaba riendo en mi matrimonio, brindando por el emparejamiento más improbable e imposible que cualquiera de nosotros podría haber imaginado.

Recientemente, llevé a mis hijos al planetario. Nos sentamos bajo el domo de miles de millones de brillantes estrellas y observamos las galaxias explotando aquí y allá.

"No sabía que había tantas estrellas", me dijo mi hijo maravillado. Y me di cuenta que yo tampoco sabía que había tantas estrellas. Estrellas, galaxias y capas de realidad. Tantas posibilidades que se expanden y contraen en nuestras vidas.

Sucede todos los días y nosotros ni siquiera lo vemos. Un empobrecido inmigrante vende WhatsApp por 19 mil millones de dólares. ¡19 mil millones de dólares! La meguilá de nuestras propias vidas de pronto se transforma en un nuevo guión, con oportunidades que no podríamos haber imaginado y de profundidades que nunca supimos que existían.

Esta es la alegría de Adar. La alegría de las posibilidades que nos empapan cada día con una nueva esperanza. La risa al darnos cuenta del emparejamiento poco esperado, del trato improbable, de la victoria imposible. La alegría de los miles de millones de estrellas que están sobre nosotros y dentro de nosotros, esperando encender nuestras vidas.

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