El Milagro de los Mineros

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Confrontando la batalla entre este mundo y el próximo.

Cuando los 33 hombres atrapados en una mina chilena emergieron después de estar meses bajo tierra, uno de ellos proclamó: "Estuve con Dios y con el diablo. Ellos pelearon y Dios ganó".

Por meses, el mundo miró y esperó. El suspenso era aterrador. Y finalmente ahora, gracias a Dios, la historia tiene un final feliz. Los mineros están a salvo después de soportar 68 días atrapados a 600 metros bajo tierra, un récord para el tiempo más largo que obreros han pasado bajo tierra después de un accidente minero.

Los esfuerzos de rescate fueron seguidos intensamente por miles de millones de personas en todo el mundo. Y lo que hizo que esta historia fuera tan fascinante es que todos nosotros entendimos que representaba mucho más que el peligro de muerte para esas 33 víctimas indefensas de un derrumbe.

Simbólicamente, esta fue una historia de moral sobre todo hombre enfrentándose a la mortalidad. Ser enterrado es el destino de toda la humanidad; del polvo venimos y al polvo volveremos. Ninguno de nosotros puede escapar a su eventual fin. Es una verdad sombría. Al igual que los mineros, algún día, todos nosotros seremos enterrados.

Pero sin embargo en esta ocasión la muerte fue derrotada. Mientras todavía tenían aliento, eran conscientes de la batalla entre este mundo y el otro, entre aquí y el más allá. Y, milagrosamente, la vida venció. Ellos no simplemente sobrevivieron. Como cada uno de ellos lo expresa, ellos están convencidos de que han nacido de nuevo.

Volver de la tumba a una nueva vida es un concepto profundamente conmovedor que le habla a nuestras almas. Carl Jung, quien junto con Freud es uno de los pioneros principales en el campo de la sicología, popularizó el concepto de los arquetipos. Desarrolló la idea de que hay un inconsciente colectivo con orígenes profundos y primitivos que trasciende continentes y culturas. Percibe al mundo simbólicamente, en un lenguaje propio.

Y está preocupado con las principales preguntas de la vida, de significado y de la posible supervivencia después de la muerte.

¿Nacemos para morir, con la tumba como nuestro destino final?

Los eventos de nuestras vidas son transformados por nuestras mentes en su contenido simbólico. Son vistos en su nivel más fundamental, en base a cómo responden la pregunta de si nuestra existencia se extiende más allá de nuestra fugaz residencia en esta tierra. ¿Nacemos meramente para morir, con la tumba como nuestro destino final? ¿O podemos atrevernos a tener esperanza en que algún día nos levantaremos nuevamente para ser recibidos por todos nuestros seres queridos de quienes habíamos sido separados?

El milagro de los mineros como un arquetipo ofrece una poderosa ilustración de la vida después de la muerte, del renacimiento después de la tumba – y en un mensaje entendido subconscientemente por todos los que participaron en la historia indirectamente, una visión de esperanza para el destino universal de la humanidad mortal.

En el Útero

Cuando los mineros compararon su rescate con el nacimiento, se conectaron inconscientemente con una importante parábola que tiene su raíz en la tradición judía. Es una historia que nos permite expresar nuestra creencia en la vida después de la muerte fantasiosamente, a pesar de nuestra incapacidad de imaginar otro tipo de existencia que difiera marcadamente de la que conocemos como nuestra realidad.

La parábola nos dice que nos pongamos a volar con la fantasía, y que imaginemos dos gemelos antes de nacer descansando tranquilos en el útero de su madre. Sus bocas están cerradas, son alimentados sin ningún esfuerzo a través del tubo que entra en sus ombligos, son calentados por los fluidos del saco embrionario, se sienten completamente en paz y seguros. No pueden de ninguna manera concebir una forma de vida más cómoda ni diferente.

Dales ahora, si quieres, el don de la consciencia. Asume que son conscientes de lo que los rodea, y que comienzan a analizar su futuro. Reconocen que están habiendo cambios a su alrededor, sienten que están descendiendo, y comienzan a debatir lo que va a pasar con ellos.

Es imposible que todo lo que podamos ver hacia adelante sea el olvido.

Los hermanos gemelos tienen visiones muy opuestas entre sí. Uno es, por naturaleza, un optimista, el otro un pesimista. El primero es un creyente, el segundo un escéptico. El creyente está seguro de que otra vida los espera después de ser expulsados de su hogar actual. "No puedo creer", dice con convicción, "que Dios nos haya puesto aquí por nueve meses, que nos haya cuidado, que nos haya nutrido, y que nos haya permitido crecer y desarrollarnos sin ningún objetivo. Tiene que haber un plan más grande que todavía no conocemos. Nuestra presencia aquí sólo pudo haber sido la preparación para una vida más gloriosa a continuación. Es imposible pensar que todo lo que podemos ver hacia adelante es el total olvido.

Su hermano, sin embargo, es mucho más realista. Desprecia el pensamiento deseoso y las expectativas insoportables. Para él, el destino – como lo diría Marx — no es más que "un opio para las masas". "Ahí vas", le dice despectivamente a su gemelo, "confundiendo tu esperanza con la verdad. El hecho obvio es que todo lo que nos da vida – el útero en el que vivimos, el cordón mediante el cual somos alimentados, la seguridad de nuestro saco — todo está aquí. Una vez que dejamos este lugar, debemos morir".

El hermano creyente trata nuevamente de demostrar que tiene razón. Sugiere que una vez que estén fuera del útero, podrán moverse aún más libremente. Habla sobre la posibilidad de otras formas de obtener alimento. Comparte su sueño de una forma de independencia que va más allá de su imaginación actual. Pero desafortunadamente no lo puede expresar con palabras. Al faltarle aún todo contacto con la vida como es vivida en la tierra, se frustra cuando su hermano desprecia sus opiniones calificándolas de imposibles, y le pide que defienda sus ideas con ejemplos concretos.

Entonces los gemelos se acercan a su encuentro predestinado con el nacimiento, separados por opiniones sobre su destino drásticamente diferentes. El creyente está confiado no sólo en que sobrevivirá, sino que estará mejor de lo que estaba antes. El escéptico espera de forma arisca el colapso de su mundo cuando se baje el telón.

De repente, estalla el agua dentro del útero. Hay empujones y golpes. Los gemelos se dan cuenta de que están siendo forzados a salir de su hogar. El momento traumático ha llegado. El creyente es el primero en salir. Su hermano gemelo, aún adentro, escucha atentamente algún indicio del otro lado. Afligido, él escucha el llanto desgarrador que proviene de su hermano.

"Entonces yo tenía razón", se dice a sí mismo. "Acabo de escuchar el llanto de muerte de mi pobre hermano". Y en ese momento, un padre y una madre alegres se felicitan uno al otro por el nacimiento de su primer hijo, quien acaba de presentarse con sus llantos de vida.

Lo que parece ser la muerte cuando se ve desde el otro lado es meramente una forma más elevada de vida. La muerte y el renacimiento son sinónimos. Una lleva a la otra.

Elizabeth Kubler Ross lo expresa hermosamente cuando dice: "La muerte es romper un capullo y emerger como una mariposa". O como lo expresó el poeta Tagore: "La muerte es apagar la lámpara porque ha llegado el amanecer".

Y esta es la razón, según mi parecer, por la cual todos sentimos una afinidad tan grande con la historia de los mineros siendo sacados casi literalmente de la tumba para comenzar la vida de nuevo.

Su historia, de cierta forma, es nuestra historia. Nuestras almas la reconocen como un cuento que reviviremos después de que se baje el telón de nuestros días, seguido por un entierro. Al igual que los mineros, nosotros sentiremos la lucha "entre Dios y el diablo". Nosotros también saldremos a una gran luz, tan poderosa que necesitaremos tiempo para ajustarnos a su brillantez. Esperándonos estarán todos nuestros seres queridos a quienes temíamos no volver a ver, abrazándonos con lágrimas de alegría y rodeándonos con un amor indescriptible.

Y como los mineros de Chile, que sabían que habían renacido, nosotros también estaremos abrumados por el regreso a nuestro hogar celestial, y proclamaremos con júbilo: "Dios ganó".

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