Llámame Sra. Braverman: Segunda Versión

2 min de lectura

Llamar a alguien por su nombre de pila es una expresión de cercanía que yo reservo para las relaciones que realmente importan.

Hace un tiempo atrás escribí un artículo que discutía el tema de las personas (considerablemente) más jóvenes que yo llamándome por mi nombre de pila. Yo sugerí (y muchos de ustedes parecieron estar de acuerdo) que esto no era conveniente, que implicaba un inapropiado nivel de familiaridad, una relación de pares más que una relación de respeto (sólo para clarificar; no estoy reclamando sabiduría, ¡solamente edad!).

Una interacción con mi proveedor de servicio de Internet el otro día me impulsó a revisar el tema. Estaba hablando con el representante de servicio técnico. "¿Le importa si la llamo Emuna?", me preguntó él. Llámenme cascarrabias pero respondí, "Sí, sí me importa".

Él se sorprendió un poco. Yo sé que están entrenados para hacer la pregunta. Yo sé que es para crear cierto sentido de cercanía entre el cliente y el proveedor de servicios. Pero yo no estaba buscando una relación íntima. Este no es un juicio en cuanto a su valor como ser humano o sus habilidades en su trabajo (aunque en este caso…). Usualmente yo les sigo la corriente porque es más fácil que interrumpir su discurso, pero me incomoda.

Así que este desafortunado trabajador fue la primera víctima de mi decisión de pronunciarme. A su favor, él se recuperó rápidamente y se dirigió a mi más formalmente.

No todas las relaciones son iguales. Y no sólo me molesta la presumida familiaridad del empleado de la compañía de cable, sino que pienso que puede afectar nuestras otras relaciones también, o al menos confundirnos.

Si todos me llaman Emuna y me hablan de manera informal, ¿cuál es la línea de demarcación? El límite entre las relaciones verdaderas y las relaciones artificiales o instrumentales se confunde. En la vida judía, las distinciones son importantes. Al final de Shabat cada semana, recitamos el rezo de Havdalá (diferenciación) que destaca las distinciones entre lo santo y lo profano, los seis días de la semana y el Shabat, el pueblo judío y las otras naciones del mundo. Estas diferencias nos enseñan lecciones importantes acerca de quiénes somos y de cómo ver nuestras experiencias.

Hay claramente una distinción entre la pareja y una amiga, una amiga cercana y una conocida, una conocida y un proveedor de servicios, un empleador y un empleado.

Las relaciones son reducidas en vez de realzadas cuando son tratadas todas por igual, cuando las líneas no están claras.

Nunca olvidaré una experiencia que tuve hace unos 20 años. Yo estaba empezando a conocer a alguien y parecía que estábamos en camino a formar una nueva amistad. Intentando interpretar las señales, yo asumí una cierta profundidad de relación basada en los abrazos y besos intercambiados cada vez que nos veíamos o nos despedíamos. Un día la vi saliendo de su manicuro e intercambiando señales similares de afecto físico con la mujer que le pintaba las uñas. Quizás ella también era una amiga cercana, pero por alguna razón pienso que no.

Puede que hayamos perdido nuestra sensibilidad pero llamar a alguien por su nombre de pila es una expresión de intimidad, de cercanía. A mí me gustaría reservarla para las relaciones íntimas. Para los demás, “Sra. Braverman” está muy bien.

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