Corrí 10 kilómetros sin parar y no sufrí un infarto

4 min de lectura

Increíbles lecciones de vida que aprendí de un enorme logro personal.

Hace un par de días, hice algo que nunca pensé que lograría hacer. Corrí 10 kilómetros sin parar, durante más de una hora. Me convencieron para que me inscriba en RabbisCanRun 10k (Los rabinos pueden correr 10k), en asociación con Olami, junto a otros 25 rabinos de los Estados Unidos. ¡Y logré completar la carrera, justo en medio del grupo!

Aquí hay algunas lecciones que aprendí a partir de este enorme logro personal.

1. Enfocarse sólo en el kilómetro actual, no en cuántos quedan por delante.

El Dr. Owen Anderson, un reconocido entrenador de carreras, nos explicó que al correr es fácil dejar vagar la mente y pensar constantemente en cuántos kilómetros nos faltan todavía. Esto puede provocar que uno se sienta completamente desalentado. Él explicó que es vital concentrarse sólo en el kilómetro actual, no en cuántos quedan por delante.

Mi primer día de entrenamiento

Esta poderosa herramienta me ayudó a llegar a la línea final. Este principio se aplica también a otras áreas de la vida. Nos damos cuenta que nos queda mucho más por aprender, y tantas formas en las que tenemos que seguir creciendo. Hay demasiados aspectos en los que podemos mejorar, tantos que nos sentimos agobiados. Necesitamos enfocarnos en superar los desafíos que enfrentamos ahora mismo, y no mirar todo el camino que nos queda por delante. De esta forma podemos ir avanzando gradualmente en nuestro camino hacia el crecimiento continuo.

2. Un paso a la vez.

Al entrenarme, no me levanté una mañana y simplemente corrí 10 kilómetros. Comencé corriendo 10 minutos, y fueron 10 minutos de absoluto sufrimiento. Algunos días después corrí 1,5 km. Después llegué a 2,5 km. Luego 3. Eventualmente llegué a mi meta.

Lo mismo se aplica a cualquier objetivo que deseemos lograr. Necesitamos armar un plan metódico y comenzar a dar pasos graduales, realistas, lentos y que estén a nuestro alcance.

3. Nuestros pensamientos son sumamente poderosos.

El Dr. Rosmarin, fundador del Centro para la Ansiedad, profesor asociado de psicología en la escuela de medicina de Harvard, nos explicó que el miedo o un nivel bajo de ansiedad no son inherentemente malos, porque pueden alertarnos de un peligro. El problema es cuando comenzamos a enojarnos con nosotros mismos y a juzgarnos por estar nerviosos, ansiosos o asustados. Entonces la ansiedad y el miedo pueden llegar a paralizarnos.

Por eso, al correr una maratón, al enfrentar momentos de duda debíamos recordar no desanimarnos por sentir cansancio y no dudar de nosotros mismos.

Uno de nuestros entrenadores nos dijo que los estudios demuestran que los pensamientos literalmente provocan fatiga y pueden afectarnos físicamente. Nos aconsejaron que si en cierto punto nos escuchábamos a nosotros mismos decir que simplemente no podíamos seguir adelante, debíamos ser cuidadosos de no quedarnos en ese pensamiento que puede llegar a provocar más ansiedad y provocar un espiral de negatividad. Por el contrario, debíamos reconocer que en ese mismo momento teníamos un desafío, decirnos a nosotros mismos que sabemos que podemos hacerlo y seguir adelante.

Cuando las personas experimentan ansiedad por primera vez, como les ocurre a millones de personas, cuando comienzan a entrar en pánico, ¿se enojan consigo mismas por sentirse ansiosas y asustadas? Si lo hacen, el pánico sólo se exacerbará. Pueden reconocer cómo se sienten y elegir no enojarse con ellas mismas, y en cambio amarse y aceptarse.

4. Sólo compito contra mí mismo.

Otra lección importante la aprendí a mitad de la carrera. Miré hacia adelante y vi a una persona de 50 años que me llevaba mucha ventaja. No había forma de que pudiera alcanzarla. Miré hacia atrás y había otra persona de 50 detrás de mí. Probablemente nunca lograría alcanzarme. A pesar de ser una persona competitiva por naturaleza, comprendí que no ganaba nada comparándome con otros participantes. Yo tengo limitaciones naturales en mis habilidades para correr, y en lo único que tengo que preocuparme es en hacer lo mejor que soy capaz de hacer. No tengo que compararme con nadie más; sólo compito contra mí mismo. ¿Me estoy esforzando tanto como puedo para lograr el máximo rendimiento que soy capaz de obtener?

En la vida, es fácil y muy tentador compararnos con los demás. Pero en definitiva es una tontería. Cada uno fue creado con un grupo singular de talentos que Dios le dio, y la tarea de cada uno en la vida es optimizar esos talentos y desarrollar su máximo potencial. Mi misión en la vida no es la misma que la de los demás, y mis habilidades también son diferentes. Todo lo que puedo hacer es esforzarme por ser lo mejor que yo puedo ser, con los dones que Dios me ha dado.

¿Qué sentido tiene compararme con otros?

No veo la hora de comenzar a entrenarme para la próxima carrera y aprender más herramientas maravillosas para navegar por la vida.

EXPLORA
ESTUDIA
MÁS
Explora
Estudia
Más
Contacto
Lenguajes
Menu
Donar
Únete a nuestro newsletter
Redes sociales
.