El propósito del sufrimiento

6 min de lectura

Si pagas el precio, vivirás con pasión

Hace aproximadamente una década atrás, fui testigo de un hecho estremecedor, vi como un hombre se lanzaba de un séptimo piso (el relato completo de esa estremecedora experiencia lo relato en detalle en el quinto capítulo de mi libro «Propósito» - El eje central de una vida apasionante).

Para esa época, yo estaba estudiando en Israel, y había ido a Venezuela para visitar a mi familia. Normalmente, esas vacaciones las aprovechaba para compartir con mis familiares, a quienes veía un par de veces al año. También me tomaba un tiempo para visitar buenos amigos. En aquel viaje un gran amigo me invitó a cenar en su casa. Ambos reservamos el día y acordamos vernos a las 8:00 de la noche de la fecha pautada.

Durante la mañana del día pautado para la cena, estuve preparando una clase que iba a dar al día siguiente a un grupo de jóvenes en casa de una conocida familia de la comunidad. Para ese momento, yo no sabía que esa conferencia cambiaría mi vida y la de algunos de los participantes para siempre. Mi mayor inquietud era, ¿cómo generar el interés necesario para que sus corazones se abrieran? Había preparado el material para la charla, y le pedí a Dios que me pusiera las palabras correctas. Como la noche anterior al encuentro estaba invitado a cenar en la casa de mi amigo, pensé compartir con él mi visión sobre aquel encuentro y así podría él también aportar alguna idea. Ninguno de nosotros sabía que esa noche cambiaría el rumbo de la conferencia. Esa noche sucedió un hecho estremecedor que sacudió fuertemente mis emociones. Las consecuencias, fueron inimaginables.

No sé cómo revivir el sentimiento que me embargó tras el incidente. Estaba en shock. Este tipo de situaciones vienen sin avisar, sin preparación, sin anestesia. No lo podía creer. Sentía una contradictoria mezcla de indignación y compasión. Durante toda la noche no podía dejar de pensar en lo que había pasado. Me sentía perturbado con preguntas muy fuertes. Siempre había escuchado que de acuerdo con la Torá está prohibido quitarse la vida. No sabía exactamente dónde estaba escrito ni de dónde se deducía tal prohibición, pero me parecía muy lógico desde el punto de vista de la fe. Luego encontré dicha prohibición mencionada de forma explícita en Rashí, Bereshit 9:5.

¿Homicidio?

Aclaro que este tema merece un análisis muy profundo, pero a los fines de este artículo, voy a limitarme a relatar mi perspectiva, según lo enfoqué en aquel momento. Entendía que cometer ese acto es una especie de “homicidio”. ¿Cómo puedes tomar una decisión tan drástica sobre tu vida?, ¿acaso eres el dueño de ella? Si estamos de acuerdo en que no se debe asesinar a otra persona, ¿cómo puede alguien poner fin a su propia vida? Cuando vemos personas jóvenes, de negocios, estrellas de cine o músicos famosos que han acabado voluntariamente con sus vidas, surge la pregunta ¿por qué?, ¿por qué una persona que está sana y cuenta con abundancia material se atreve a tomar una decisión de tal magnitud y llevarla a cabo? ¿Qué pasa por su mente y qué lo lleva a tomar tal decisión?

De algo estaba seguro; si yo había sido testigo de un hecho tan lamentable, seguramente había un propósito detrás de todo ello. Yo tenía que aprender algo de ese episodio, y sobre eso estaba obligado a hablar al día siguiente en mi encuentro con aquellos curiosos y desafiantes jóvenes. Rápidamente, me di cuenta de que las cuestiones sobre el valor de la vida y el dilema de una persona que decide acabar con ella eran temas de mucho provecho para debatir con mis jóvenes amigos.

Estaba seguro de que lograría propiciar un debate sobre el tema, y así juntos obtendríamos sabiduría de ese hecho. Esa era mi misión. A eso dedique todo mi pensamiento. Es conocida la cita que dice (Avot 4:1): “¿Quién es considerado un sabio? El que aprende de todas las personas”. Yo estaba seguro de que había algo importante que debía aprender de esa terrible experiencia, y quería compartirlo con mi audiencia.

La desesperación

Mientras seguía pensando en aquella experiencia, me vino a la mente una idea. Me pregunté: cuando esa persona decidió saltar ¿tenía libre albedrio? ¿por qué alguien decidiría quitarse la vida? Esta pregunta fue una llave para abrir una puerta de entendimiento dentro de este asunto perturbador. Hay una regla en el mundo del coaching y la psicología, que es un principio judío: toda acción (o inacción) se debe a una de las siguientes dos motivaciones: conseguir placer o evitar dolor (véase el ensayo sobre libre albedrio del Rav Eliyahu Dessler en su libro Mijtav MeEliyahu).

El juego entre el dolor y el placer es nuestro motor. Toda persona necesita conseguir placer y evitar dolor, tanto en el plano físico como en el emocional. Es una ley natural. El verdadero desafío consiste en definir qué placer vale la pena perseguir y qué dolor vale la pena sufrir. Siendo así, entendemos que alguien que se suicida persigue algún placer o busca suprimir un dolor. Esta persona posiblemente busca una “solución” a algún problema. Entendí que esa persona estaba tan desesperada por su sufrimiento, que pensó acabar con su vida para acabar el sufrimiento. Lamentablemente, estaba muy lejos de la realidad, pues, el sufrimiento está conectado a la mente y no al cuerpo.

Hay que ser muy valiente para suicidarse

Esto lo digo con cierta ironía, pues alguien que comete este horrible acto está buscando escapar del sufrimiento; sin embargo, para cometerlo, hace falta mucha valentía. El hombre por instinto busca sobrevivir. Nuestro organismo se protege incluso de la propia necedad. Para burlar estos mecanismos de supervivencia hace falta creatividad, persistencia y determinación. Esas destrezas no deberían usarse para la atrocidad de un suicidio, sino para ser creativo y crecer emocionalmente; para beneficiar a otros con amor y bondad; para ser más generosos; para acumular sabiduría; para vencer miedos y atreverse a conquistar límites.

Si esta persona quiso acabar con el sufrimiento, éste seguramente era insoportable. Ahora, existen decenas de sufrimientos que uno está dispuesto a experimentar porque sabe que valen la pena. Alguien que sufre con un propósito tiene fuerza y motivación para superarse, quien sufre sin un propósito, solo tiene melancolía y tristeza. ¿Cuándo el sufrimiento se hace doloroso e insoportable? Únicamente cuando carece de propósito, cuando no se puede visualizar un provecho. Ese tipo de sufrimiento es desesperante.

El propósito del sufrimiento

El Dr. Víctor Frankl —quien fue prisionero en Auschwitz— escribe que el sufrimiento es parte de la vida. Estas líneas de su libro me llamaron la atención:

“El sufrimiento es un aspecto de la vida que no puede erradicarse, como no pueden apartarse el destino o la muerte. Sin todos ellos, la vida no es completa”.

Eso no significa que el propósito de la vida sea sufrir. Pero, si el sufrimiento carece de propósito, entonces no vale la pena. A partir del sufrimiento, se puede crecer emocionalmente, ganar humildad y sabiduría, paciencia y visión. El sufrimiento puede ser un maestro para aceptar que no sabemos nada. Por supuesto, nadie quiere sufrir; pero cuando ocurren situaciones que escapan de nuestras manos, podemos acudir al maravilloso poder de la actitud para decidir cómo sufrir y conectarnos a un propósito mayor que da sentido al sufrimiento.

El dolor es el precio que se paga por el verdadero placer

Una madre sufre en la sala de parto, pero apenas ve a su recién nacido, se emociona y agradece por tan bella experiencia. Mi esposa incluso le dice: “Por ti lo volvería a pasar mil veces… ¡No es nada, mi vida!». En mi humilde opinión, eso es grandeza. El nacimiento de un bebé es peligrosísimo para la madre y para el bebé; y es también muy doloroso para ambos. Entonces, cabe preguntar, ¿por qué ponerse en esa situación?, ¿somos acaso masoquistas? Igualmente pasa con la crianza de un hijo, ¿por qué aceptamos tanto sacrificio, incertidumbre, noches sin dormir, años de esfuerzo y gasto? Rav Nóaj preguntaba a sus alumnos: “¿Cuál es el mayor placer de vuestros padres?”, y todos respondían “¡Los hijos!”; a lo que el Rav preguntaba: “Ahora díganme, ¿cuál es el mayor dolor de cabeza de vuestros padres?”. Y, riéndose, respondían: “¡Los hijos!”. ¡Nuestro mayor placer es a la vez nuestro mayor dolor! ¿Por qué?, muy simple: El dolor es el precio que se paga por el placer. Cuanto más placer uno aspira, mayor será el precio por pagar.

Querido lector ¿has pensado alguna vez en el propósito del sufrimiento? ¿En qué áreas de tu vida enfrentas desafíos y cómo crees que puedes usarlos a tu favor? Piensa en el placer y el dolor como fuentes de motivación, y siempre define tu propósito. ¡éxito!


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Dedicado por Alberto Benbunan G. en memoria de sus tíos Simona, Elías, Raquel e Isaac Garzón Serfaty z»l. En memoria de Oro Bat Esther z»l. Y para la pronta recuperación de Yaacov Ben Sara.

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