Por qué fracasan las resoluciones

4 min de lectura

El cambio real requiere el uso estratégico de la autodisciplina.

Cada víspera de año nuevo, aproximadamente el 60% de las personas adoptan resoluciones. Estas resoluciones varían, pero por lo general giran en torno a áreas claves de la vida tales como relaciones, salud, espiritualidad y carrera.

¿Por qué adoptamos resoluciones? Porque el nuevo año trae un momento de renovación que nos lleva a sentirnos inspirados. La inspiración tiende a darnos claridad y en un instante podemos articular lo que siempre supimos: que tenemos que hacer un cambio.

Pero un estudio efectuado por la Universidad de Scranton demostró que sólo el 8% de las personas que adoptan esas resoluciones se apegan a ellas durante un período de tiempo significativo.

¡Ocho por ciento! No 80. ¡Ocho!

Se trata de promesas que nos hacemos a nosotros mismos para mejorar nuestras vidas. ¿Por qué es tan bajo el porcentaje de las personas que son capaces de cumplir con ellas?

La falta de autodisciplina

El profesor Roy Baumeister de la Universidad de Florida condujo una innovadora investigación que nos ayuda a entenderlo. Esta investigación de hace más de dos décadas impulsó otros cientos de estudios que cambiaron la perspectiva sobre la autodisciplina.

Baumeister invitó a los estudiantes a su laboratorio para tratar de resolver una serie de rompecabezas geométricos imposibles de solucionar. Él no esperaba que lograran resolverlos. Ese no era el punto. Lo que quería era ver cuánto tiempo pasaba antes de que se dieran por vencidos.

Sin que los estudiantes lo supieran, su investigación comenzó antes de que vieran el primer rompecabezas. Antes del test, los hacía esperar en una habitación en la que había una bandeja llena de galletas con chips de chocolate recién horneadas. A un grupo de estudiantes se les permitía comer de esas galletas, pero al otro le decían que evitaran incluso tocarlas. En cambio podían servirse de una bandeja que tenía rabanitos frescos. ¡Rabanitos! El segundo grupo miraba las galletas con anhelo y tenía que contenerse físicamente para no arrojarse sobre la bandeja.

Cuando llegaba el momento de hacer el test, el primer grupo (al que se le había permitido ser indulgente con las galletas), así como el grupo de control que no fue sometido a ninguna tentación con comida, duraban 20 minutos tratando de resolver el rompecabezas antes de rendirse.

¿Qué pasó con el último grupo? Quienes habían tenido que acudir a su autodisciplina al verse tentados por la presencia y el aroma de las galletas, se daba por vencido después de sólo ocho minutos.

Lo que el experimento demostró fue que la autodisciplina es un recurso finito, y cuando se utiliza en un área, se debilita y agota en otras áreas no relacionadas donde también es necesario tener autodisciplina. Al utilizar su autodisciplina para no comer las galletas, a los estudiantes del último grupo no les quedaba tanta autodisciplina para aplicarla al test.

Un músculo mental

Piensa en la autodisciplina (o fuerza de voluntad, firmeza, determinación, empuje o como quieras llamarlo) como un músculo mental. Al igual que cualquier otro músculo de tu cuerpo que puede ser ejercitado sólo por cierto tiempo antes de que se agote, así también la autodisciplina sólo puede aplicarse durante un período finito antes de que se debilite. Es por eso que al regresar a casa después de un largo día de trabajo es tanto más difícil resistirse a una bolsa de papas fritas, controlar tu enojo o dejar de ver indefinidamente videos de YouTube: ya has usado tu depósito de autocontrol durante el día y te queda muy poco para la noche. Baumeister y su equipo llaman a este estado de agotamiento de la fuerza de voluntad “agotamiento del ego” (“ego” en el sentido freudiano del ser, no arrogancia).

Para hacer cambios duraderos necesitamos utilizar nuestra autodisciplina con discreción.

El hecho de tener una cantidad limitada de autodisciplina significa que no podemos simplemente señalarnos una nueva dirección en un momento de inspiración y esperar que nuestra mente y nuestro cuerpo la sigan hasta el final. Por eso es que en general las resoluciones fracasan. Cuando la novedad inicial pierde brillo después de las primeras horas o días, nuestro músculo mental se debilita.

Nuestras mentes pueden ser ilimitadas, pero nuestra autodisciplina es limitada. Hay una cantidad finita en cada uno.

Todo lo que hacemos que requiere nuestro esfuerzo necesita autodisciplina. Incluso actividades que nos gustan pueden forzar esos músculos mentales. El cambio requiere hacer cosas que son nuevas, incómodas y cansadoras que agotan nuestra fuerza de voluntad, y eso además de las otras áreas de la vida que constantemente requieren esfuerzo de nuestra mente.

Para hacer un cambio duradero necesitamos usar nuestra autodisciplina con discreción. Necesitamos distribuirla estratégicamente, para no gastarla toda y luego fracasar.

Acciones, no resultados

Las resoluciones están destinadas al fracaso porque se centran en un resultado. Ellas articulan un destino, pero no nos dan un mapa que nos muestre cómo llegar allí. No nos dan un plan de acción, sólo expresan el efecto deseado.

Al tener en mente sólo el objetivo, no apuntas al acto o la creencia específica que se necesita cambiar. No puedes comenzar a extirpar las conexiones neuronales negativas que te mantienen atrás ni tienes un claro curso de acción a seguir para lograr tu objetivo.

El cambio es un proceso, no un resultado.

Las resoluciones se enfocan en el resultado.

Por el contrario los hábitos se enfocan en el proceso.

El cambio tiene lugar cuando creas nuevos hábitos.

El cambio no ocurre cuando adoptas nuevas resoluciones. El cambio tiene lugar cuando creas nuevos hábitos. ¿Cómo se crean nuevos hábitos?

A través de rituales.

Los rituales son acciones designadas, diseñadas por nosotros mismos para provocar un cambio en un área particular de nuestra vida.

Los rituales, cuando se los repite de forma regular, apuntan a condicionamientos neurológicos específicos y crean nuevas conexiones neuronales que nos llevan a nuevos hábitos.

El objetivo de un ritual es identificar una acción y repetirla de forma consistente. Al aprovechar la fuerza de la neuroplasticidad, con el tiempo se reduce el esfuerzo mental y la autodisciplina necesaria para llevar a cabo ese acto específico. El cerebro forma y refuerza las conexiones neuronales relativas a esa actividad, y con el tiempo se vuelve más automático y fácil.

La clave es dedicar autodisciplina al comenzar con un nuevo ritual y luego estructurarlo para que cada vez requiera menos autodisciplina para mantenerlo.

Al crear rituales destinados a llevarte hacia tu resolución, no sólo llegarás a la resolución sino que la vivirás. Te convertirás en ella. Puede requerir sólo dos minutos cada día, pero si tus rituales son consistentes, entonces tu cerebro creará nuevas conexiones y con el tiempo esas conexiones se volverán tan fuertes que los rituales se transformarán en hábitos, lo cual te resultará completamente natural.

Como dijo el famoso psicólogo William James: “Los hábitos y los horarios programados son buenos porque liberan nuestras mentes para dedicarse a campos de acción realmente interesantes”.

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