Creencia en Dios

7 min de lectura

Fortaleciendo el entendimiento intelectual y la conexión emocional con lo Divino.

Un extracto del Manual del Pensamiento Judío, de Rav Aryeh Kaplan.

La fe en Dios es la base del judaísmo… Fe no es sólo la pronunciación de palabras, sino que es una firme creencia y convicción con la mente y el corazón. Es también un compromiso a actuar en base a ella, con una ardiente adherencia al curso prescrito por Dios. Es por esta razón que la creencia sola, sin la obediencia a Dios, es una absurdidad…

Nuestra fe comienza con las tradiciones que han sido transmitidas a nosotros por nuestros ancestros y por nuestra sagrada literatura. Por medio de estas tradiciones conocemos a Dios, Sus obras y Sus enseñanzas. La Torá nos dice: "Pregúntale a tu padre y él te dirá, a tu abuelo y él te informará" (Deuteronomio 32:7). También declara [en el Shemá]: "Escucha Israel, Hashem es tu Dios, Hashem es Uno" (Deuteronomio 6:4), lo que implica que uno debe aceptar esas verdades en base a la audición y el entendimiento.

El objetivo final es el conocimiento, no la mera tradición.

Hay quienes sostienen que esto es sólo un primer paso, mientras que el nivel más alto de fe viene de la prueba filosófica de estas verdades. De acuerdo a esta opinión, quien tiene la capacidad está obligado a intentar probar las bases de nuestra fe. A esto se alude en pasajes como: "Debes saber que Hashem es nuestro Dios, Él nos hizo y nosotros somos Suyos" (Salmos 100:3), que indican que el objetivo final es el conocimiento, y no una mera tradición.

Sin embargo, hay otros que sostienen que el nivel más alto de fe es aquel que deriva sólo de la tradición, en cuyo caso una prueba metafísica debería ser utilizada exclusivamente como un último recurso para imposibilitar la incredulidad. De acuerdo a esta opinión, una fe bien razonada y un profundo conocimiento de Dios pueden ser obtenidos solamente a partir de la tradición.

En el análisis final, vemos que uno debería esforzarse por aprender las bases de nuestra fe y por adquirir un entendimiento profundo de las mismas, dado que la creencia basada en el mero hábito y en una tradición ciega, es una fe débil que puede ser atacada por dudas y abatida por argumentos.

Una fe fuerte se basa entonces tanto en la razón como en la tradición, así como enseñó el profeta: "¿No sabes? ¿No has oído? ¿No se te dijo desde el comienzo? ¿No entiendes cómo la tierra fue fundada?" (Isaías 40:21). Similarmente, se nos enseña: "Conoce al Dios de tu padre" (Crónicas 1 29:9). En cada caso, a uno se le ordena saber y entender racionalmente lo que ha sido enseñado y recibido por tradición.

Si uno tiene la capacidad, debería utilizar su conocimiento para sumar a lo que ha sido derivado de la tradición. En esta línea, leemos: "Este es mi Dios y Lo glorificaré, el Dios de mi padre y Lo exaltaré" (Éxodo 15:2), lo que indica que es mi Dios debido a mi propio entendimiento, y al mismo tiempo es el Dios de mi padre debido a la tradición. Similarmente, rezamos: "Nuestro Dios y el Dios de nuestros padres", y los judíos son llamados "creyentes, hijos de creyentes".

Dudas y Preguntas

Si uno puede, debería aprender suficiente ciencia como para ser capaz de reconocer el mundo como el trabajo de Dios y de comprender Su grandeza, como declara el profeta: "Levanta tus ojos hacia las estrellas y ve Quién las ha creado" (Isaías 40:26). Si uno es un erudito, debería hacerlo cuando no puede ocuparse de estudios religiosos.

Al mismo tiempo, uno debería evitar especulación metafísica inútil, al igual que el estudio de filosofía en general, dado que tienden a socavar la fe. Si uno está en una posición en donde debe involucrarse en tales estudios, puede hacerlo, pero con extrema precaución.

El camino a la fe verdadera es por medio de la observancia y el estudio de nuestras enseñanzas religiosas. Incluso si uno siente que su fe es débil, debe continuar sus observancias y estudios, y ellos lo devolverán a Dios. Se nos enseña que Dios dijo: "Si Me hubieran abandonado, pero hubieran respetado Mi Torá, su luz inherente los hubiera traído de regreso a Mí".

Por otro lado, si uno no estudia nuestras enseñanzas religiosas, puede encontrarse a sí mismo no observando los mandamientos. Esto lo llevará a menospreciar a quienes sí los observan, e incluso a odiar a nuestros maestros religiosos. Puede incluso intentar evitar que otros los observen, porque habrá encontrado una forma para negar el origen divino. La Torá nos advierte en contra de este tipo de progresión cuando dice: "[Pero esto es lo que ocurrirá] si no Me escuchan y no respetan todos estos mandamientos: Llegarán a denigrar Mis decretos y se cansarán de Mis leyes. No respetarán todos Mis mandamientos y terminarán anulando Mi pacto" (Levítico 26:15).

Si uno es confrontado por dudas y preguntas relacionadas a nuestros principios religiosos, debería tener fe en que esas preguntas pueden ser respondidas. No hay nada que pueda levantarse en contra de la fe absoluta, como nos enseñó el profeta: "El recto vive por su fe" (Habacuc 2:4).

Si uno siente que su fe está vacilando, debería sopesar cuidadosamente el posible perjuicio que implicaría la pérdida de la fe en contra de cualquier beneficio que le podría traer.

Uno debería confiar en su propia creencia, y no dudar de sus principios.

El Nivel Más Alto de Fe

Algunos no creyentes tratan de justificar nuestra creencia sicológicamente. Sin embargo, el mismo argumento puede ser utilizado para explicar su falta de creencia. Más aún, hay una cantidad considerable de evidencia objetiva para la verdad de nuestra religión.

Hay muchas enseñanzas en nuestra religión que son sabidas sólo por tradición y que no pueden ser probadas. Hay un límite a partir del cual la prueba racional falla y cae, y es precisamente en este punto en donde debemos basarnos en la fe y la tradición.

La Torá no nos obliga a creer en absurdos.

Sin embargo, la Torá no nos obliga a creer en absurdos, y uno debería examinar cuidadosamente las fuentes de las creencias comunes para determinar si realmente tienen una base en la tradición. Respecto a esto está escrito: "El tonto cree todo, pero el prudente seguirá el camino correcto" (Proverbios 14:15).

Por lo tanto, uno debe estudiar cuidadosamente y confiar en las palabras y los escritos de nuestros profetas y sabios. La creencia en nuestros grandiosos líderes religiosos, que son los pastores de nuestra fe, se equipara con la creencia en Dios mismo. Así, se nos enseña: "Creer en el pastor fiel es como creer en Quien habló y trajo al universo a la existencia". Similarmente, está escrito: "Cree en Dios y estarás asentado, cree en Sus profetas y prosperarás" (Crónicas 20:20).

El nivel más alto de fe, al que sólo llegan individuos especiales como nuestros profetas y hombres sagrados, es la trascendencia de su naturaleza física hasta realmente sentir lo Divino y poder decir: "Este es mi Dios" (Éxodo 15:2). Una vez que una persona ha experimentado esto, nunca podrá haber una duda en su mente, ya que habrá superado la mera fe y la creencia, y habrá alcanzado la inequívoca percepción de Dios. Para quien nunca ha experimentado esto, es tan inimaginable como lo es un color para un ciego de nacimiento.

Respondiéndole al No Creyente

La creencia en Dios y en nuestros principios religiosos son nuestra posesión más preciada y deben ser cuidados apropiadamente. La Torá habla sobre el ateo y lo llama tonto, como está escrito: "El tonto dice en su corazón: no hay Dios" (Salmos 14:1).

En consecuencia, se nos ordena no dejar que pensamientos ateístas o deseos materiales socaven nuestra fe, como declara la Torá: "No te desvíes detrás de tu corazón ni detrás de tus ojos" (Números 15:39).

Este es un mandamiento negativo que depende del pensamiento, el cual puede ser observado en todo momento haciendo valer la voluntad y rehusándose a ser alejado de nuestra fe…

Uno debería estar lo suficientemente familiarizado con los principios de nuestra religión y con sus argumentos racionales para saber cómo responderle al no creyente. Sin embargo, uno debiera involucrarse en un debate religioso sólo cuando éste sea iniciado por el no creyente y cuando haya riesgo de que él pueda influenciar a otros; e incluso en ese caso, uno no debería debatir salvo que tenga mucha claridad sobre la pregunta y que sea habilidoso para debatir. Si uno confía en que puede triunfar, entonces puede debatir, como se nos enseña: "Respóndele a un tonto de acuerdo a su tontería, no vaya a ser que se considere sabio" (Proverbios 26:5).

Apoyarse en Milagros

La fe y la confianza en Dios son socios, dado que quien cree en un Dios omnisciente, omnipotente y benevolente debe también creer que les proveerá a sus fieles. Entonces, uno debería confiar en Dios y no estar excesivamente preocupado por el futuro. Respecto a esto, está escrito: "Encomienda tu camino a Dios. Confía en Él y Él hará [para ti]” (Salmos 37:5), y "Bendito es el hombre que confía en Dios, y cuya confianza es Dios" (Jeremías 17:7).

Por lo tanto, uno no debería intentar averiguar el futuro con cartomancia, astrología u otras supersticiones. Respecto a esto, la Torá nos comanda: "Debes permanecer completamente fiel a Hashem, tu Dios" (Deuteronomio 18:13), lo cual algunas autoridades cuentan como un mandamiento positivo.

Confiar en Dios no significa que uno no debería hacer ningún plan a futuro, ni tampoco significa que debamos quedarnos de brazos cruzados y confiar en que Dios nos alimente milagrosamente o que debamos descuidar nuestra salud y esperar que Dios nos mantenga sanos. Respecto a esto, está escrito: "La tontería de un hombre pervierte su camino; en su corazón termina culpando [por sus desgracias] a Dios" (Proverbios 19:3).

Ciertamente uno no debería ponerse en una situación de peligro para luego confiar en que Dios lo salve.

Incluso en situaciones en las que era muy probable que ocurrirían milagros, nuestros sabios no dependieron de ellos, e incluso rehusaron beneficiarse de ellos.

No deberíamos probar a Dios pidiéndole recompensa inmediata por nuestras acciones.

Si uno está haciendo una buena acción, debe confiar en Dios e ignorar un peligro posible. Pero, si es muy probable que el riesgo se materialice, debe tomar precauciones.

Se nos exige que no probemos a Dios pidiéndole un milagro o exigiendo una recompensa inmediata por nuestras acciones, como está escrito: "No pruebes a Hashem, tu Dios" (Deuteronomio 6:16).

La única excepción a este mandamiento es la caridad, respecto a la que Dios dice: "Trae todos los diezmos… y ponme a prueba con esto, dice el Dios de las Huestes, para ver si abro para ti las ventanas del cielo y vierto para ti una bendición abrumadora" (Malají 3:10).

Algunos sostienen que uno puede pedirle a Dios una señal que lo ayude a tomar una decisión difícil si no se dispone de ningún otro medio lógico, pero esto sólo debería ser hecho como último recurso…

Muy grande es la recompensa de la fe. Es así como vemos que nuestros antepasados fueron redimidos de Egipto gracias a su fe y confianza en Dios.

De "The Handbook of Jewish Thought" (Vol. 2, Moznaim Publishing). Reimpreso con permiso.

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