El Milagro Llamado Yo

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El sonido del shofar nos recuerda que nuestra esencia es verdaderamente libre.

En un edificio situado a poco más de un kilómetro del cerro donde se encuentra el Centro de Entretenimiento Tecnológico, HERB está sentado sin moverse, perdido en sus pensamientos. Mucho más que un mayordomo robótico, HERB ha sido desarrollado por Carnegie Mellon con la colaboración de los laboratorios Intel de Pittsburg como un servicio prototipo que se encargará de los ancianos y discapacitados en un futuro no tan lejano… Un estudiante aprieta un botón, ordenándole levantar una caja de jugo colocada en una mesa cercana. Utilizando un sistema láser, HERB crea una red en 3D y hace un mapeo de la ubicación de personas y objetos cercanos. Su cámara se detiene ante un candidato posible para la caja de jugo requerida. El robot se acerca lentamente y toma la caja”. (Extraído de “Us and Them”, National Geographic – Agosto 2011).

Encontré la historia de HERB y sus amigos robóticos bastante interesante, pero lo que leí a continuación captó toda mi atención:

Levantar un vaso es algo simple para las personas, cuyos cerebros han evolucionado por millones de años para llegar a coordinar exactamente este tipo de acciones. Es también algo muy fácil para un robot industrial que esté programado para esa acción específica. La diferencia entre un robot social como HERB y un robot de fábrica convencional es que él sabe que el objetivo es una caja de jugo y no una taza de té o un vaso de leche”.

¡Espera un segundo! Yo soy el primero en admitir que la ingeniería robótica avanzada está por encima de mi categoría. De hecho, estoy sorprendido de lo que estos ingenieros son capaces de crear. Pero una cosa sí se, y es que los robots no pueden “saber” algo. Sin duda, con discos duros más avanzados, programación sofisticada y procesadores más rápidos, ellos pueden y van a llegar a ser más “inteligentes”. Pero sin importar cuán sofisticados lleguen a ser, los robots son máquinas. Cuando todo está dicho y hecho, ellos juntan, procesan y responden a la información. Como sus ancestros menos glamorosos, los computadores, no consisten en nada más que hardware, software, cables y electricidad. Sin importar cuanto tratemos, nunca seremos capaces de crear un robot que “sepa” algo. Puede que los computadores funcionen con DOS, pero nunca tendrán DAAS (entendimiento en hebreo).

Para realmente saber algo necesitamos tener aquella cualidad la cual llamamos conciencia. Como ser humano, yo también soy una sofisticada máquina. De hecho, estoy formado por más de un billón de máquinas altamente sofisticadas llamadas células, las cuales de alguna manera están combinadas para producir los órganos y tejidos de mi cuerpo. Al igual que HERB, estos órganos me permiten sentir, procesar y responder a la materia y a la información que llena mi mundo. Pero, ¿cómo un conjunto de células se combinan para producir un sentido de conciencia? ¿De dónde viene la conciencia de mí mismo y de mi mundo – esa parte de mí que experimento como “yo”?.

Una cosa es segura: esta entidad mística no fue producida y no está subordinada a las leyes de causa y efecto que gobiernan mi ser físico. Es algo completamente separado y diferente de mi cuerpo; de hecho, yo diría que se pude considerar como un milagro, por lo que está más allá de todo lo que podamos entender y mucho menos reproducir.

Rosh HaShaná, el gran día del juicio, enfatiza el hecho de que lo que yo elijo hoy inevitablemente afectará cómo voy a pensar, sentir y comportarme mañana. Es por eso que nuestros sabios establecen que “cuando una persona comete una transgresión y luego la repite, se convierte para él en algo permitido” (Talmud, Sotá 22a). Mis elecciones crean realidades concretas que me influyen aquí y ahora, y que por tanto determinan el curso de mi vida.

Mi esencia interna incansablemente me exige ser lo máximo que puedo ser, independientemente de lo que haya hecho en el pasado.

Pero hay otro aspecto de Rosh HaShaná que está ejemplificado en el sonido del shofar. El sonido del shofar debe despertarme al hecho de que existe una parte de mí que es completamente diferente, una parte que no se ve afectada por las decisiones que tomo. Este “yo” profundo y verdadero es el asiento de mi conciencia; la parte de mí que experimenta mi vida, maneja las decisiones que tomo, y sin embargo está separada de ellas. Porque esta parte es esencialmente libre, nunca pierde de vista quién soy y de qué soy capaz, e incansablemente exige de mí ser lo máximo que puedo ser, independientemente de lo que haya hecho en el pasado.

Estos dos aspectos de Rosh HaShaná parecen oponerse, pero en realidad convergen en un mensaje general: como ser humano, soy inherentemente significativo e importante, porque mis decisiones no solamente tienen un impacto sino que también son mías – precisamente porque soy libre de tomarlas. El Día del Juicio es mucho más que un recordatorio de que debo “pagar” por mis decisiones; es un recordatorio que independientemente de lo que elija y dónde termine como resultado de esas elecciones, siempre seré capaz de cambiar el curso de mi vida en cualquier momento.

Escuchar la voz del shofar me recuerda nunca perder de vista el más grande de los milagros – el milagro llamado “Yo”.

¡Les deseo lo mejor para este dulce nuevo año!

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