El odio a los judíos: Entendiendo la locura del mundo

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El antisemitismo hace parecer que la guerra de Israel no es justa.

Un periodista detuvo de improvisto a la presentadora de televisión Joan Rivers y le preguntó sobre la guerra en Gaza. Ella le respondió que si la ciudad de Nueva Jersey le estuviera lanzando misiles a Nueva York, “borraríamos del mapa a Nueva Jersey”. El periodista continuó importunándola con preguntas sobre las bajas civiles en Gaza. Joan, incrédula, explotó: “Ellos comenzaron. Acaso están todos locos. ¡Ellos comenzaron!”.

Para quienes abogan por Israel, la lógica de una guerra contra Hamás es tan clara como la de una ecuación matemática. El apoyo a la operación terrestre de Gaza abarca todos los espectros políticos de Israel. De acuerdo a una encuesta la semana pasada, el 91% de los judíos de Israel apoyan la campaña militar (¡es la primera vez, si no me falla mi memoria, que el 91% de los judíos de Israel están de acuerdo en algo!). Para nosotros en Israel, es simple y claro. Hamás, que no sólo declara en su acta constitutiva que su objetivo es la destrucción de Israel, sino que lo demuestra también con sus acciones, es una amenaza existencial tanto para nuestras vidas como para las vidas de nuestros hijos.

Pero sin embargo, no importa cuán claro presenten su posición quienes abogan por Israel, de todas formas los diplomáticos del mundo, los principales medios noticiosos, la ONU e incluso el gobierno estadounidense, toda la gente que es supuestamente cuerda e inteligente, no parecen entenderlo. En Israel sentimos que hemos caído en un agujero de conejo, donde todo está patas arriba y nada parece tener sentido.

No tiene sentido que Israel sea acusado de “genocida” por matar a mil palestinos de los cuales la mayoría eran terroristas.

No tiene sentido que Israel sea acusado de “genocida” por matar a mil palestinos de los cuales la mayoría eran terroristas, mientras que decenas de miles de palestinos han sido asesinados en Yarmouk, Siria, sin que la comunidad internacional dijera nada. No tiene sentido que de acuerdo a una encuesta del 2003, la mayoría de los europeos consideren que Israel es “la mayor amenaza a la paz mundial”, más que Irán, Corea del Norte o Afganistán. No tiene sentido que de todas las resoluciones del Consejo de los Derechos Humanos de la ONU, el 38% hayan sido dirigidas en contra de Israel, una democracia que vela por los derechos igualitarios de las mujeres, las minorías religiosas y gays. No tiene sentido que a lo largo de todo Estados Unidos las universidades organicen la “Semana del Apartheid de Israel”, siendo que los árabes gozan de ciudadanía, asisten a las universidades israelíes, reciben un tratamiento igualitario en los hospitales, forman parte del cuerpo médico de éstos a lo largo de todo Israel, están representados en la Knéset e incluso tienen un miembro en la Corte Suprema israelí.

Desde el comienzo de la operación Margen Protector, Israel ha hecho un esfuerzo coordinado para presentar los hechos ante el mundo: que Gaza no está ocupada, que todos los soldados y colonos israelíes dejaron Gaza en el 2005, que Israel no impuso un bloqueo naval sino cuando fue elegida la organización terrorista Hamás en el 2007, y que Israel les advierte a los civiles que salgan de las zonas de peligro por medio de panfletos en árabe, llamadas telefónicas, mensajes de texto y el ya famoso “golpe en el techo” antes de un ataque aéreo. El mundo ha respondido ante estos hechos con violentas demostraciones anti Israel; cuatro países latinoamericanos han retirado a sus embajadores; Estados Unidos ha presionado a Israel para que detenga la guerra aunque esto signifique dejar intactos cientos de túneles; y una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU ha condenado a Israel.

Los inteligentes judíos no logran comprender qué es lo que pasa.

Libelos de sangre

Los clamores sobre “muertes desproporcionadas” en la guerra actual son tan irracionales como los libelos de sangre. Los libelos de sangre, las acusaciones de que los judíos mataban niños cristianos y usaban su sangre para hacer matzá, han existido desde la Edad Media hasta la época de las computadoras. Cualquiera que sepa al menos un poco de judaísmo sabrá que la sangre es tan casher como el puerco. La Torá prohíbe comer sangre, y la carne casher debe ser lavada y salada para remover toda la sangre. Pero a pesar de estos hechos básicos, por cientos de años comunidades enteras han sido torturadas y asesinadas por supuestamente haber asesinado a niños cristianos para usar su sangre para hacer matzá. Incluso durante el Renacimiento, cuando las supersticiones medievales dieron paso al dominio de la razón, cuando en 1588 el niño de dos años llamado Simón de Trent desapareció, 15 judíos locales fueron sentenciados a muerte y fueron quemados por su asesinato, y el Papa Sixto V canonizó al niño “martirizado”.

El primer pogromo del siglo XX, en Kishinev, Rusia, que dejo un saldo de 49 judíos muertos y cientos de heridos, fue incitado por la acusación de que los judíos habían asesinado a un niño cristiano, Mikhail Rybachenko, y que habían usado su sangre para hacer matzá. Los libelos de sangre fueron también perpetrados en 1910 en Irán, en 1913 en Kiev y en 1928 en Nueva York.

En 1986, Mustafa Tlass, el Ministro de Defensa de Siria en ese entonces, escribió un libro llamado La matzá de Sión, en el cual acusaba a los judíos de realizar asesinatos rituales. En octubre del 2002 fue impresa la octava edición del libro y fue traducido al inglés, francés e italiano.

Una mentira de mil años de antigüedad: Todo lo que necesitas es un niño no judío muerto para “probar” que los judíos son unas despiadadas sanguijuelas.

Las advertencias

Todo el tiempo que mires a través de los lentes de la lógica, la discriminación del Estado Judío será incomprensible. Pero cuando estás en la oficina del optometrista intentando leer las letras del cartel con diferentes lentes, cuando finalmente logras ver la “E” con claridad, entonces el optometrista sabe que ha dado con la prescripción correcta. La actitud del mundo hacia Israel sólo tiene sentido cuando la miras a través de los lentes del antisemitismo.

“Estamos presenciando el potencial inicio de otro Holocausto”.

En una sesión de emergencia de la Knéset el 28 de julio, Vladimir Sloutzker, la cabeza del Congreso Judeo-Israelí, declaró: “Desde el Holocausto, nunca habíamos visto una situación como esta. Estamos presenciando el potencial inicio de otro Holocausto”. Y entonces advirtió portentosamente: “Estos eventos sólo irán en aumento en Europa”.

En la reunión, en la cual habían representantes de las comunidades judías y diplomáticos de Francia, Grecia, Hungría, Bélgica, Gran Bretaña, Holanda, Dinamarca, Austria, Alemania e Italia, se destacó que en las violentas demostraciones que se habían realizado a lo largo de Europa la consigna no era “Maten a los israelíes”, sino que era “Maten a los judíos”. La máscara del antisionismo, la cual sirvió de disfraz para el odio hacia los judíos durante las siete décadas posteriores al Holocausto, ha sido retirada por la guerra en Gaza.

Como dijo el profesor de la Universidad Hebrea Robert Wistrich, quien es experto en antisemitismo: “Hemos entrado en una nueva y complicada era en Europa”. Wistrich aseveró que ya no existe una fachada en las expresiones antisionistas que oculten su antisemitismo.

A pesar de que todos los representantes judíos dieron sus aterradores reportes sobre el antisemitismo de sus países, las pocas soluciones que fueron ofrecidas —como exigir que los gobiernos nacionales condenen el antisemitismo— son el equivalente a levantar una cerca de madera para intentar detener un tsunami. Para poder lidiar con el antisemitismo primero debemos entender que éste no opera con ninguna base lógica ni racional.

Dos soluciones al antisemitismo

Los siglos XVIII, XIX y XX fueron testigos de dos intentos masivos de combatir el antisemitismo. El primero fue el judaísmo reformista, el cual se originó en Alemania a mediados del siglo XVIII y estaba basado en el concepto de que el antisemitismo aparece porque los judíos insisten en vestirse diferente, comer diferente y actuar diferente. La solución del reformismo era eliminar estas diferencias. En los inicios del movimiento, el hebreo fue reemplazado por alemán, Alemania fue declarada la “nueva Zión”, y Shabat comenzó a ser celebrado los domingos con música de órgano y otros adornos que imitaban a la Iglesia Protestante. Después de eliminar las mitzvot como comer casher, Shabat y la circuncisión, los judíos reformistas alemanes se volvieron prácticamente indistinguibles de sus vecinos gentiles. En 1933, la tasa de asimilación en Alemania era del 42%.

En lugar de apaciguar el antisemitismo, la asimilación judía se volvió la excusa para la violenta y antisemita Alemania Nazi.

Sin embargo, en lugar de apaciguar el antisemitismo, la asimilación judía se volvió la excusa para la violenta y antisemita Alemania Nazi. Las Leyes de Nuremberg de 1935 le prohibían explícitamente a los arios cohabitar con judíos, y vetaron a los judíos de diversas profesiones y de enseñar en las universidades, en las cuales los judíos eran acusados de estar tomándose el poder. La “Solución Final” alemana obviamente no hacía distinción alguna entre un jurista judío asimilado y un judío jasídico de barba larga y peot. La asimilación como antídoto para el antisemitismo ardió en las llamas de los crematorios.

La segunda respuesta lógica al antisemitismo fue el sionismo. Teodoro Herzl, el fundador del sionismo político moderno, creía que los judíos eran perseguidos porque no tenían su propio estado, y que la única forma de extirpar el antisemitismo de Europa era remover físicamente a los judíos y situarlos en Palestina. Hertzl, el soñador, nunca se habría imaginado que una vez que fuera establecido el Estado Judío, el antisemitismo simplemente mutaría en antisionismo. Los judíos, quienes siempre habían sido vilipendiados por ser errantes, ahora serían vilipendiados por tener su hogar nacional.

El pacto

El antisemitismo, el cual desafía todas las leyes naturales, es en realidad algo sobrenatural. La historia de los judíos es incomprensible sin Dios. Y lo que desea Dios de la nación judía está claramente estipulado en la Torá: “Una nación que more en soledad y que no sea contada entre las naciones” (Números 23:9).

Los judíos deben ser “una luz para las naciones” (Isaías 42:6). Una luz está separada de aquello a lo que ilumina. La misión Divina para el pueblo judío es ser “un reino de sacerdotes y una nación santa” (Éxodo 19:1). Esta es una misión a la cual no podemos renunciar porque forma parte del pacto que hay entre Dios y la nación de Israel.

El pacto, el cual Dios introdujo en sus promesas a los patriarcas y el cual fue aceptado por toda la nación judía en el Monte Sinaí (en el cual estaban presentes todas las almas judías), estipula lo siguiente:

Por parte de Dios, Él prometió:

  • Que el pueblo judío nunca dejará de existir (Génesis 17:7).

  • Que Él nunca abandonará completamente al pueblo judío (Levítico 26:44).

  • Que el pueblo judío heredará la Tierra de Israel (Génesis 12:7; Génesis 15:18).

Por parte de Israel, nosotros prometimos:

  • Que seríamos fieles a Dios y que cumpliríamos con Su Torá (Éxodo 24:7).

A diferencia de la mayoría de los pactos, este pacto es incondicional. Incluso si Israel reniega su obligación, Dios, en el mérito de nuestros patriarcas y matriarcas, nunca anulará Su pacto con nosotros.

Tal como un adolescente quiere ser aceptado como parte de su grupo social, Israel quiere ser aceptada como unas de las naciones. Este era el ideal de los primeros sionistas. Incluso Benjamín Netanyahu llamó a su primer libro Un lugar entre las naciones. La definición de la Torá de Israel como “una nación que mora en soledad y que no es contada entre las naciones” difícilmente es una receta para la popularidad.

El antisemitismo es el equivalente Divino a un padre de un niño diabético que busca la jarra de galletas.

Dado que la asimilación es el opuesto al designio de Dios para el pueblo judío, ¿qué puede hacer Dios para mantener Su promesa de que los judíos nunca se extinguirán? Una base del monoteísmo judío es que todo —todo— proviene de Dios, Quien es la única fuerza operativa del universo. Al mismo tiempo, los seres humanos tienen libre albedrío para elegir entre el bien y el mal (no se equivoquen, los malhechores que odian y matan judíos deberán rendir cuentas por sus acciones). ¿Pero qué pasaría si en una generación todos los judíos decidieran asimilarse hasta desaparecer?

Ahí es donde entra en escena el antisemitismo. El antisemitismo es el equivalente Divino a un padre de un niño diabético que busca la jarra de galletas. Un judío en la Alemania del siglo XX o en Holanda del siglo XXI puede querer mezclarse con la sociedad que lo rodea, pero el antisemitismo finalmente lo encontrará, lo marcará y lo excluirá. El antisemitismo evita que los judíos se disipen en el olvido.

El antisemitismo tiene otro efecto beneficioso: nos une. Tan sólo unos meses atrás, la sociedad israelí estaba a punto de rasgarse por sus diferencias políticas y religiosas. El brutal secuestro de nuestros tres jóvenes por parte de los terroristas de Hamás nos unió. En los funerales de nuestros soldados caídos, estuvimos juntos. Y en los refugios antibombas de Beer Sheva, Ashdod y Tel Aviv, cuando la sirena comienza a sonar, somos una sola familia. Mientras más nos ataca el mundo antisemita, más nos aferramos los unos a los otros.

Es un alto precio que no estamos dispuestos a pagar de forma voluntaria. Pero cuando nos vemos obligados a pagarlo, nos encontramos con dos preciadas posesiones: nuestra verdadera identidad y la reunificación de nuestra familia.

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