Enfrentando la pérdida de mi hijo adulto

8 min de lectura

La repentina muerte de mi hijo me dejó dolorida y confundida.

Mi lucha emocional e intelectual comenzó hace cuatro meses cuando mi querido hijo de veinticuatro años falleció sorpresivamente de una condición cardíaca que nadie sabía que tenía. Iaakov era un joven dulce y amable, un buen hijo, hermano, tío y amigo de aquellos que lo conocían.

Su repentino fallecimiento me dejó dolorida y confundida. Algo estaba terriblemente mal. No se suponía que debía ser de esta manera. Yo daba por sentado que eventualmente él se casaría, tendría hijos, tendría una buena carrera. Él planeaba estudiar derecho. Se suponía que iba a tener una vida maravillosa. Todos mis planes llegaron a su fin cuando lo arrancaron prematuramente de mi lado. Lloré durante muchas semanas. No podía mirar su foto sin estallar en llanto. Me decían: “Él está en un lugar mucho mejor". Quizás eso me hubiese reconfortado si él hubiera estado sufriendo. Pero no me daba consuelo. Iaakov era joven y sano. No sufría. ¿Cómo es posible que esté en un mejor lugar?

Le pregunté a Dios una y otra vez: ¿Por qué? Dios, ¿qué hiciste? Estaba confundida. ¿Cómo era posible? Estaba enojada con mi esposo. Como muchos hombres, él no muestra sus emociones. Sentía que sólo yo estaba de duelo. Cada noche entraba a una habitación, cerraba la puerta y lloraba sin parar.

¿Cómo voy a superar esta tremenda pérdida en mi vida? Sentía que nunca volvería a experimentar alguna alegría. Sentía que iba a estar de duelo para siempre.

Perder un hijo adulto es una pérdida especial

Cuando se pierde a un hijo, también perdemos una parte nuestra. Incluso cuando nuestro hijo crece y se convierte en un adulto, sigue siendo nuestro hijo. Simplemente no se "supera" la pérdida de un hijo. El dolor nunca se va.

Para mí, perder a mi hijo siendo adulto fue particularmente devastador. Yo estuve íntimamente involucrada en su largo y arduo camino desde la infancia a la adultez. Tengo tantos recuerdos de él cuando era un bebé, un niño pequeño, un adolescente y un hombre. Siento que nutrí una semilla, la vi convertirse en un pequeño árbol y luego en un fuerte árbol. Y entonces lo podaron. ¿Cómo se enfrenta la tremenda pérdida de un hijo? ¿Cómo luchamos con el sentimiento de vacío, la sensación de que todo nuestro esfuerzo como padres fue en vano?

Enfrentar el duelo intelectualmente

Para mí, un punto clave para enfrentar estos sentimientos es ver el terrible evento desde una perspectiva intelectual.

Debido a que somos humanos, siempre recordaremos a nuestro hijo y lloraremos porque ya no está con nosotros. Sin embargo, gran parte de nuestra angustia viene de lo desconocido. Solía preguntarme: ¿Qué ha pasado con mi Iaakov, donde está, qué hace?

Gracias a Dios, tuve el maravilloso apoyo de amigos y rabinos que me brindaron palabras de consuelo, de aliento, y me ayudaron a entender la definición de la vida y a redefinir la muerte. Ahora, unos pocos meses después, mi intenso duelo ha sido reemplazado por una tristeza más apagada. No es el paso del tiempo el que disminuyó la angustia, sino el hecho de haber aprendido que la muerte no es el fin de la vida. La muerte es el fin de la vida física, pero no el fin de la vida misma.

Aprendí qué es un alma, cuál es su camino y la vida en dos mundos.

Nuestra familia, Iaakov está a la izquierda.

¿Qué es el alma? Dios creo el alma de Si mismo. Dado que el alma es una parte de Dios, ella vive para siempre. El alma está compuesta de cinco partes y constituye todo lo que conforma intelectual y emocionalmente a la persona. De acuerdo con la literatura judía, el nivel más bajo de alma, llamada néfesh, es la parte del alma que da vida al cuerpo. El siguiente nivel, rúaj, es la que determina las emociones y el carácter de la persona. El tercer nivel es neshamá, correspondiente al pensamiento o intelecto. El cuarto nivel, jaiá, es el centro de la voluntad. El nivel más alto, iejidá, es la máxima fuente del alma dentro de lo Divino.

Por lo tanto, el alma es toda la esencia de una persona. Es quienes somos. Cuando Iaakov estaba aquí físicamente, teníamos muchas conversaciones agradables. Pero en verdad yo no hablaba con su cuerpo. Hablaba con su alma, porque eso es quienes somos verdaderamente.

El camino del alma y la vida en dos mundos

El alma vive en dos mundos: uno físico y otro espiritual. Una vez que Dios crea un alma, ella reside en el mundo espiritual. Un alma tiene su propia identidad, consciente de su entorno espiritual. Cuando llega el momento, Dios la envía hacia abajo, a este mundo físico, para cumplir su misión única, y le da un número preciso de años para completar el trabajo. Al cumplir esa misión, además de efectuar actos de bien y bondad, el alma obtiene una cercanía a Dios que no podría adquirir si se quedara en el ámbito espiritual.

Si el alma no tiene éxito en su misión, regresa nuevamente para tratar de concretarla. En un momento predeterminado, el alma deja el cuerpo y asciende de regreso al mundo espiritual en donde comenzó. Este pasaje entre los ámbitos físico y espiritual puede continuar por varias vidas.

A veces, el número de años de una persona se basa en lo que precisa para corregir el pasado. Quizás en la vida pasada hubo mitzvot no cumplidas. Tal vez, hubo cosas que no debería haber hecho. El alma necesita regresar a este mundo por un tiempo corto para compensar esas oportunidades perdidas o para rectificar lo malo, y entonces puede regresar al ámbito espiritual.

Una persona no recuerda su vida previa porque cada vez que el alma desciende, reside en un nuevo cuerpo y tiene un nuevo cerebro que actúa como filtro entre el mundo espiritual y el mundo físico. Cuánto tiempo vive una persona es determinado por una cuenta precisa, basada en lo que esa persona necesita lograr en este mundo.

Una perspectiva judía sobre la muerte

Dado que el alma tiene un camino y una misión que cumplir, la idea de la muerte parece ser un poquito menos terrible. ¿Por qué entonces sentimos una tristeza tan inmensa? La respuesta es que no vemos el cuadro completo del plan de Dios, no vemos el bien inherente en lo que parece ser un evento trágico. Por ejemplo, cuando un niño recibe una vacuna, lo único que él siente es dolor. Es inútil intentar explicarle que la vacuna lo protegerá de enfermedades. El niño es demasiado pequeño para entender. Lo único que podemos hacer es consolarlo hasta que se le pase el dolor. Rav Menajem Mendel Schneerson, el Rebe de Lubavitch, tenía esta idea en mente cuando en Rosh Hashaná les deseaba las personas un año bueno y dulce. Su intención era que la bondad de Dios fuera palpablemente dulce, que realmente podamos ver el bien.

Esta diferencia entre la perspectiva humana y la perspectiva Divina aparece en la Torá y en las palabras de nuestros sabios. Rashi, el comentarista de la Torá, explica en la parashá Toldot, por qué Itzjak perdió la vista al final de su vida:

“…cuando él estaba atado en el altar y su padre quería sacrificarlo, en ese momento se abrieron los cielos y los ángeles ministeriales vieron y lloraron. Sus lágrimas descendieron y cayeron en sus ojos…”.

¿Por qué tenían que abrirse los cielos, como si los ángeles tuvieran que mirar por la ventana para ver lo que ocurría? Sin duda ellos sabían lo que estaba pasando, y desde su perspectiva espiritual eso era bueno. Pero lloraron cuando miraron por la ventana y lo vieron desde la perspectiva de nuestro mundo físico.

Rav Shneur Zalman de Liadi (1745-1812) en Igueret HaKodesh, epístola 11 del Tania, explica que el mundo es recreado a cada momento. Dios crea continuamente este mundo con Su Divina sabiduría, y dado que Su sabiduría es la fuente de toda la vida, sólo hay bondad. Un extracto de esta epístola dice:

“…ningún mal desciende de arriba y todo es bueno, aunque no es comprendido debido a Su inmensa y abundante bondad”.

Rav Shneur Zalman lleva este concepto de bondad un paso más allá. Él nos dice que el evento que parece ser malo, en verdad es bueno.

Como seres finitos, nunca entenderemos por completo por qué Dios hace lo que hace o la lógica que lo respalda.

Cuando la bondad está oculta, significa que la fuente espiritual de esa bondad está en un lugar muy elevado. A nosotros nos parece malo porque no entendemos la infinita sabiduría de Dios. Como seres finitos, nunca entenderemos por completo por qué Dios hace lo que hace o la lógica que lo respalda. Necesitamos creer totalmente que cuando un alma deja el mundo físico, eso en verdad es algo bueno.

La transición del alma

Todo el tiempo me sigo preguntando: ¿Qué estará haciendo ahora Iaakov? Ya que nos referimos al ámbito celestial como un mundo, él debe estar haciendo algo allí. Las costumbres judías relativas a la muerte y al duelo nos permiten saber qué ocurre con el alma después de la muerte:

Los miembros de la sociedad funeraria, la Jevrá Kadisha, tienen una práctica estricta de no hablar de cosas triviales mientras preparan a una persona para su entierro. Esto se debe a que el alma “escucha” y tiene consciencia de lo que le están haciendo a su cuerpo. Nuestros sabios dicen que el alma, debido a su apego con el cuerpo, merodea cerca de la tumba durante un periodo prolongado de tiempo.

Después del entierro se acostumbra no visitar la tumba durante un año (puede haber excepciones durante ciertos momentos, pero esta es la práctica general). ¿Por qué? Cuando el alma se separa del cuerpo, es un cambio extremo. Es como un astronauta que estuvo en el espacio exterior durante un largo periodo y después regresa a la tierra. Así como el astronauta precisa un reajuste físico, hay un reajuste espiritual para el alma. El alma ahora se está acostumbrando a vivir sin un cuerpo. Este proceso demora doce meses. Una visita a la tumba durante el primer año interferiría con este proceso, haciéndole más difícil al alma poder adaptarse al mundo espiritual.

La vida en el mundo espiritual

Cuando falleció el patriarca Abraham, la Torá dice:

“…él se reunió con su pueblo”.

Esta frase se utiliza varias veces para describir el fallecimiento de diversos individuos. Por consiguiente, cuando regresamos al mundo espiritual, somos recibidos y nos reunimos con nuestros parientes que han fallecido. En el rezo de Izkor recordamos a nuestros parientes que fallecieron y decimos:

“…que su alma esté ligada al vínculo de la vida con las almas de Abraham, Itzjak y Iaakov, Sará, Rivká, Rajel y Leá, y con los otros hombres y mujeres que están en el Gan Eden…”

Citando partes del Zohar y de Proverbios, Rav Shneur Zalman de Liadi dice:

“…Y esta es la esencia de la fe para la cual el hombre fue creado: para creer que ‘no hay un lugar vacío de Él’ y ‘en la luz del semblante del Rey hay vida’…”

Esto significa que hay vida en el mundo espiritual. Una vida muy diferente a nuestro mundo físico, pero no obstante vida. Nuestros sabios dicen que dado que allí la presencia de Dios es mucho más revelada, el alma está extremadamente feliz sólo por estar cerca de Él. Nuestros Sabios también dicen que el alma le reza a Dios en beneficio de aquellos que aún están en el ámbito físico. Dado que el alma es verdaderamente feliz, ella se entristece al saber que otros están afligidos por ella. Es por eso que la ley judía prescribe un periodo de duelo limitado y se nos advierte que no debemos estar afligidos excesivamente más allá de ese período.

Redefinir muerte como una continuación de la vida

Gran parte de nuestro dolorproviene de la idea de que la vida de nuestro hijo acabó. Si vemos este mundo físico como el único, entonces se entiende que nuestra aflicción dure para siempre. Sin embargo, no tenemos un mundo, sino dos, y hay vida en ambos.

Pienso en mi hijo día y noche. Una parte mía está enterrada con él.

Lo que llamamos muerte es simplemente que el alma se separó del cuerpo y regresó al mundo espiritual del que vino. No es un final, sino una continuación de la vida que llevó antes de venir a este mundo. La persona vivirá su vida allí hasta que necesite regresar para el propósito que Dios decida. Antes de que Iaakov falleciera, él sirvió a Dios en este mundo físico. Ahora él sirve a Dios de una forma diferente.

Si podemos internalizar este concepto, podremos enfrentar mejor nuestros sentimientos de tristeza y perdida por nuestro hijo.

Luchar con el dolor

Interiorizar un concepto que entendemos intelectualmente es muy difícil. Somos humanos. Dejar atrás el duelo por un hijo es imposible. Lo mejor que podemos hacer es pensar sobre estas ideas una y otra vez para finalmente incorporarlas emocionalmente. Este puede ser un proceso de toda la vida, pero sigue siendo nuestra meta.

Le agradezco a Dios por haberme dado la bendición de educar a Iaakov, de verlo crecer y convertirse en un buen joven. Él se está acostumbrando al mundo espiritual. La presencia de Dios es mucho más revelada para él y eso lo hace extremadamente feliz.

¿Acaso realmente he integrado todos estos elevados conceptos? Aún no. Sigo trabajando en ello. Pienso en Iaakov día y noche. Una parte mía está enterrada con él. Cada día lucho con la realidad de que él no esté aquí. Pero… ¿qué puedo hacer? Llorar amargamente no lo traerá de regreso. A veces lloro. Quiero que él esté feliz. Trato de no llorar demasiado. En las palabras del Rey David cuando estuvo de duelo por su hijo pequeño: “¿Puedo traerlo de regreso? Yo iré con él, pero él no regresará a mi” (Samuel II, 12:23).

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