Una Vida Cortada

7 min de lectura

Mi madre murió cuando tenía casi 98 años. Pensábamos que iba a vivir por siempre.

Mi madre murió hace poco menos de 2 años. Los detalles de su vida son igual de insignificantes que los detalles de su muerte. Ya que los detalles sólo reportan lo que ocurrió. No nos dicen nada acerca de lo que ella fue. Yo voy a tratar de explicárselos.

La mayoría de nosotros pensábamos que ella iba a vivir para siempre - está bien, no para siempre, pero ciertamente más que 97 años y 46 semanas. Eso es lo que ocurre cuando vives tu vida con un entusiasmo que transmite, "Este mundo es hermoso. Nunca dejes de pensar, Nunca dejes de crecer. Nunca dejes de aprender". Y así naturalmente todos asumimos que ella nunca... iba a dejar de vivir.

Y cuando yo digo que nunca dejó de crecer, lo digo en serio. Un martes, hace sólo un par de meses atrás, fui a la residencia de "Vida Asistida" que ella llamó hogar durante su último año de vida. Mamá parecía perturbada... molesta. Le pregunté qué andaba mal.

“Estoy preocupada por Beth”.

Beth era su vecina soltera en frente del pasillo y su compañera de mesa en el comedor. Ella estaba en sus 80, brillante, articulada y decididamente no religiosa.

“Beth nunca se casó. Ella está sola y le falta sentido a su vida. ¿Qué va a ser de ella?”.

Yo simplemente la miré y me pregunté. Seguro que mi mamá, a los 97 años de edad tiene otras cosas de qué preocuparse, ¿o no?

“¿Una mujer que nunca estuvo casada puede encender las velas de Shabat?, preguntó ella.

“Bueno... hay diferentes costumbres. En nuestro círculo, las mujeres encienden velas cuando se casan”. Yo contesté.

 

“Pero Beth nunca se casó”, protestó ella. “¿Acaso ella debe pasar toda su vida sin haber experimentado nunca la belleza de encender las velas de Shabat? Mañana la voy a llevar abajo a encender velas conmigo”.

Y así lo hizo; y continúo haciéndolo hasta que su tiempo acabó. Nunca escuché de una mujer que a su edad siguiera preocupándose por sus compañeros judíos.

Para una mujer que vivió una vida destacable, ella experimentó una muerte no tan destacable. Con perfecta salud y con su capacidad mental en perfecto estado, se rompió la cadera, tuvo una “exitosa” operación, y falleció seis días después. Su pequeño cuerpo de 30 kilos no pudo soportar la anestesia en la espina dorsal y el nuevo implante.

 

Recuerdo haberle preguntado no mucho tiempo atrás al Dr. Weinstein si ella podría subsistir pesando menos de 30 kilos.

“Realmente no te puedo decir” dijo él. “Nunca he visto algo así”.

En un mundo donde muchos de nosotros parecemos desmoronarnos cuando perdemos la señal de nuestro celular por un instante. Mamá disfrutaba de no necesitar nada - exceptuando sus 8 tazas de te al día, las cuales preparaba ella misma hasta el final de su vida.

¿De dónde sacó esta independencia? La respuesta fácil es: De su padre, quien nunca recibió asistencia de ningún tipo durante los 100 años que iluminó este planeta.

Otra respuesta es: Su sólida creencia en Dios, a quien ella rezaba diariamente, enunciando cada palabra con concentración y precisión. ¿Por qué apoyarse en los técnicos contratados cuando el Dueño de la empresa nos puede ayudar, sanar y aconsejar?

Pero la mayor influencia provenía ciertamente de sus experiencias de vida, las cuales le enseñaron a apreciar y aprender de cada dificultad en este precario mundo. Cada experiencia se transformó en profesor y estudiante; cada reto, una lección de vida.

Nos sentábamos alrededor de la mesa - mi madre con su pequeño cuerpo de 1,5 metros de estatura apropiadamente sentado en su modesto trono, y nosotros preguntando sobre los días pasados, esperando recolectar alguna enseñanza de aquel mundo turbulento y destruido.

“Cuéntanos acerca de La Guerra”, le preguntamos recientemente, y ella hizo un recuento de cómo tuvo que huir de Antwerp hacia los confines mas seguros de Holanda. Nos tomó un par de minutos entender que La Guerra de la cual ella estaba hablando era la Primera Guerra Mundial, y no la Segunda. No mucha gente hoy en día puede presumir acerca de experiencias que datan del año 1916 - y si es que pueden, ciertamente no todos tienen la capacidad de recordarlas también.

El hecho de sobrevivir dos guerras mundiales, muchas migraciones, muertes de miembros familiares y tribulaciones extremas, puede destruir a las personas débiles, pero también puede fortificar a aquellas personas que fueron diseñadas con vestimentas más duraderas.

Y ella utilizó esas vestimentas para abrigar y enmendar el espíritu quebrantado de mi padre - un sobreviviente de siete campos de concentración diferentes, quien perdió a su primera esposa y a sus dos hijas en los hornos crematorios de Europa.

Ellos se casaron en Nueva York en 1947 - los dos tenían 36 años - y construyeron una nueva vida a partir de las astillas de la amargura y las esperanzas de una nueva frontera. Trato de imaginar lo que debe haber sido dar a luz dos veces por cesárea, a la edad de 37 y luego a los 41, cuando la sofisticación médica estaba casi en pañales. ¿Quién sabe que aprehensiones y súplicas de desesperación deben haber llenado su psiquis? Pero para Super Bubby (así la llamaban algunos de sus bisnietos) no debe haber sido ni siquiera un tema. Yo nunca la escuché mencionarlo. Nunca nadie la escuchó mencionarlo.

Pero su independencia no sólo se expresaba en su auto-suficiencia, sino que se convirtió en el marco de su boletín intelectual, en el cual destacaba su increíble ingenio, su filosofía parental, y sus opiniones desde política hasta semántica. Lo que sea que creyera, ella lo apoyaba con confianza y certeza.

Las telenovelas occidentales eran enormemente populares cuando nosotros crecimos. Pero Izzy y yo no teníamos permiso para ver ningún tipo de violencia. Esto fue muchísimo antes de que comenzaran los estudios que demuestran los perjudiciales efectos de la violencia en la televisión. Teníamos que pretender que sabíamos “los últimos sucesos” cada semana, para evitar la vergüenza frente a los amigos.

"Pero a ninguna otra madre parece importarle", rogábamos nosotros.

"Algún día me lo agradecerán", sonreía ella.

Y por supuesto lo hicimos.

Ella nunca vio televisión.

"Una pérdida de tiempo", proclamaba, prefería Chopin, palabras cruzadas, puntillismo, escribir poesía y tocar piano.

Pero indudablemente, su pasatiempo más gratificante - aparte de jugar con sus hijos, nietos y bisnietos - era pensar. No había para ella felicidad mayor que utilizar su cerebro. Ella amaba descubrir cosas y no parecía importarle cuanto tiempo tomara. Era como si tuviera atención infinita.

Ella se podía sentar por horas - literalmente - resolviendo metódicamente el cubo de Rubik, o por días con el más complejo rompecabezas. Y cuando lograba su tarea, nunca comentaba su logro o se enorgullecía. Ningún rompecabezas fue enmarcado o colgado. Ella usualmente lo desmantelaba y comenzaba todo de nuevo. No me extraña que haya comenzado con el Sudoku a los 93.

A los 95 me pidió que le comprara una computadora portátil.

“Pero mamá, tú ni siquiera conoces los computadores”, razoné yo.

“¿Y qué? ¡Voy a aprender!”, respondía ella. Y lo decía en serio.

 

Pero una simple conversación que tuvimos hace algunos años, describe su persona casi perfectamente.

La estaba visitando en una tarde cualquiera, un privilegio que tuve casi todos los días de sus últimos 14 meses. Estaba sentada en su cama, recién despertando de una breve siesta. Me senté a su lado. Ella raramente dormía siesta, y si es que lo hacía, nunca era por más de unos cuantos minutos (adivinen, una pérdida de tiempo).

Estábamos hablando acerca del último libro que ella había leído. Ella era una lectora voraz - generalmente alternando entre seis o siete libros de estilos completamente diferentes simultáneamente. Y en un punto de la conversación, hice el maleducado gesto de bostezar. Como siempre, ella me descubrió.

“¿Estás cansado verdad?”.

"Sí, siempre estoy cansado".

"No duermes como deberías", dijo ella.

"Ya sé mamá. Ya sé".

Ella continuó. (Ella iba a algún lado. Sólo que yo no sabía adónde).

"Cuando te vas a la cama, ¿te quedas dormido de inmediato?".

"Oh sí. Absolutamente. Cuando mi cabeza toca la almohada, estoy fuera".

"¿De verdad?", ella concluyó. "¿Es decir que tú realmente no sabes lo que es estar acostado en la cama de noche sin quedarte dormido?".

Me sentí culpable e insensible, pero tenía que admitir la verdad

"No, mamá. Tienes razón. Yo realmente no sé lo que debe ser. Pero estoy seguro que tú si lo sabes”.

"Sí… por supuesto", respondió ella.

Yo no tenía la menor idea de que en las próximas palabras ella voltearía completamente la conversación y me dejaría sin habla, como lo hizo cientos de veces a lo largo de mi vida.

“Dime”, dijo ella, mirando fijamente en mis ojos y mi alma. “Si tú te quedas dormido tan pronto como tocas la almohada, ¿cuándo tienes tiempo para pensar?”.

Supongo que debería haber sabido que mamá iba a renegar el insomnio e iba a transformar la adversidad en una oportunidad. Mirando hacia atrás, era obvio. Ella nunca perdía un minuto. Ella utilizaba esos minutos, cada uno de ellos, para pensar, planear, contemplar y entender la vida.

Yo sonreí a sabiendas y acaricié su anciana y huesuda mano. Ella amaba enseñarme y amaba que le enseñaran.

Yo secretamente me preguntaba cuánto tiempo más nos daría Dios para compartir esos especiales momentos. Recé para que nunca terminaran. Besé su frente y me levante para irme. Con amor sus ojos me siguieron hasta la puerta.

97 años y 46 semanas es un largo tiempo. Yo lo sé.

Pero estoy tan triste.

Realmente pensé que duraría para siempre.

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