Mi Seder de Pasta

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Hizo falta una tragedia para gatillar mi crisis de ateísmo.

Tuve muy poca educación judía cuando crecí. Era agnóstico a los nueve años, ateo a los 11 y zelote a los 15. De niño celebraba pascuas y navidad. Janucá no era más que una excusa para recibir otro regalo de navidad, y Pesaj no era más que una secuela del Día de Acción de Gracias. Matzá. Charlton Heston. Gracias a Dios no estamos en Egipto, sino viviendo en Estados Unidos. ¡Libertad! A disfrutar.

Dios era un monstruo aterrorizante y un amigo imaginario todo en uno, como una máquina 4 en 1 de fax/scanner/impresora/lo que sea. Cualquier fenómeno que necesitaba ser explicado, aquí estaba tu razón o tu chivo expiatorio. La gente primitiva necesitaba a Dios porque de niños temían al caos. Pero yo no era un niño. Yo era grande. Al menos eso es lo que pensaba. Darwin era mi Torá. Dawkins era mi Rashi.

Pero a la edad de 21 mi “fe” comenzó a colapsar. Hizo falta una tragedia para gatillar mi crisis de ateísmo.

Tenía un amigo al principio de sus cuarenta – un hombre de familia con dos hijos que comenzaban la universidad en el otoño. Era atractivo, esperanzador, el epítome de seguridad en sí mismo y de optimismo. Poseía una de esas actitudes que te hacían pensar que podía hacerse cargo del mundo con una sola mano. Luego un día, de la nada, apuntó un arma a su corazón y apretó el gatillo. Escuché que no dejó una nota.

Dos semanas antes me había dicho unas palabras que me persiguen hasta el día de hoy (en ese momento no sabía que iban a ser las últimas palabras que lo escucharía decir). Dijo: “No te preocupes. Todo estará bien. Ya verás”. Sus cenizas fueron desparramadas y yo quedé preguntándome cómo era posible estar tan equivocado sobre mi amigo. No parecía ser del tipo suicida. “Si estaba equivocado respecto a él, ¿en qué más podría estar equivocado?”. Las preguntas comenzaron a amontonarse.

Él se preocupaba por mi alma inmortal. Yo no creía tener una.

Los judíos por Jesús entraron en la escena cuando un amigo mutuo me llamó el día después del funeral, preguntándome si quería hacer esta “cosa judía” con él. Creo que era su manera de consolarme. Este amigo había tratado de meterme en esas reuniones antes, pero siempre me había negado. Él sabía que yo era judío, pero eso no significaba nada para mí en ese momento, y él lo sabía. No era más relevante para mí que el color de mis ojos. Sin embargo, mi amigo era persistente. Él se preocupaba por mi alma inmortal. Yo no creía tener una. Pero con o sin alma, comencé a buscar respuestas.

Cuando estás enojado por algo, hacer preguntas ayuda. Y yo estaba enojado con Dios pero no quería estarlo. Me gustaba ser ateo pero estaba perdiendo mi “religión”. Estar realmente enojado con Dios parecía extraño. Al igual que culpar al Viejo del Saco por una multa de estacionamiento o al Cuco por una cajera con malos modales. Era absurdo.

Sentía que un verdadero ateo tenía permitido estar enojado en una situación como ésta, pero no enojado con algo que era producto de su imaginación. ¿De qué serviría eso? Si el mundo es sólo un hallazgo producto del rodar afortunado del dado cósmico, entonces la justicia o la injusticia no deberían jugar ningún rol en lo absoluto. La justicia y la injusticia no existen. Un universo sin Dios no tiene que ser justo. Sólo tiene que ser un universo. Entonces, ¿por qué la muerte de mi amigo provocó en mí una crisis existencial?

Por esta razón, cuando mi amigo me preguntó si quería ir a esta reunión contesté: “¿A qué hora me pasas a buscar?”.

Después de la primera reunión fui a otras, sobre todo porque disfrutaba estar con mi amigo. Acababa de perder uno, no quería perder otro. Desafortunadamente nuestros apretados horarios hicieron de estas “reuniones mesiánicas” el único momento en el que podíamos estar juntos. Y yo me conectaba mucho con lo que decían. Hice una fiesta de “Purim” con ellos – fue la primera vez que escuché sobre la festividad. Un mes después me invitaron a pasar un Seder de Pesaj en un hotel de Miami. Yo acepté. Mi amigo me llevaría allí.

Mientras toda la historia del Éxodo estaba siendo contada por un “rabino”, un mozo me preguntó qué quería para cenar. “¿Pollo a la Parmesana o pasta?”. Elegí la opción B. Unos minutos después estaba devorando pasta y mordisqueando matzá, mientras el orador estaba contando una historia en la que un policía lo había detenido en su coche y en lugar de darle una multa por exceso de velocidad le había dado una tarjeta con los Diez Mandamientos. Me sentí muy raro y no sabía por qué.

Viendo la pasta que quedaba en mi tenedor, sabía que algo andaba mal. Pero no sabía qué.

Viendo la pasta que quedaba en mi tenedor, sabía que algo andaba mal. Pero no sabía qué. La comida fue muy buena y sabía que ese sentimiento extraño no era causado por una indigestión. Sospechaba que era porque tenía la consciencia sucia. Pero, ¿qué estaba causando el sentimiento de culpa? Sentía que estaba mirando una película de terror sobre mí mismo, en la que un consejero estudiantil entra a una oscura cabina un viernes 13, sin saber que el asesino sicópata está justo allí sosteniendo un machete. “¡Raulito! ¿En dónde estás?”, grita el consejero mientras nosotros, que ya sabíamos lo que le había pasado a Raulito unas cuantas escenas antes, estamos pensando: “¡Sal de allí!”.

Cuando estaba mirando la pasta en mi tenedor, una parte de mí se sintió como esa audiencia mirando al pobre consejero que ahora ya está escuchando la pesada respiración del corpulento hombre enmascarado. Estoy pensando: “¡Corre!”, pero no puedo simplemente huir. Después de todo, mi amigo es quien me llevó allí. No tenía otra forma de volver a casa.

Pero me disculpé, diciendo que tenía que usar el baño. Di vueltas por el hotel, volviendo cada tanto para ver “El Seder” y ver en qué parte de la cena estaban. Esperé a que mi amigo terminara para poder volver a casa, y sabía que ya había tenido suficiente de los “Judíos por Jesús”.

Dos horas después mi amigo me llevó a casa y nunca volví a una de esas reuniones. Mi vida había dado un vuelco fundamental. Aunque todavía tenía mis preguntas, sabía que no iba a encontrar mis respuestas con ellos. Pero me di cuenta que algún día encontraré las respuestas que estoy buscando.

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