Buscando a Dios

3 min de lectura

Mi travesía espiritual de miles de kilómetros comenzó con un solo clic.

Recuerdo perfectamente mi primera búsqueda en Google. Era una típica y agradable tarde de verano en Australia en el año 1999. Bueno, probablemente. Para ser honesto, no recuerdo haber echado un vistazo hacia afuera ese día. Ni tampoco por muchas de las semanas subsiguientes.

Nuestra radiante y nueva computadora familiar estaba recién instalada, y el mundo entero estaba a la disposición de un curioso joven de 16 años. De toda la información que el ser humano ha podido recolectar durante toda su existencia, no había nada fuera de mi alcance. ¿Cuáles eran mis deseos más secretos?

"T-R-A-M-P-A-S-P-A-R-A-L-O-S-J-U-E-G-O-S-D-E-N-I-N-T-E-N-D-O"

Y ahí estaban, como magia. ¡Una gran búsqueda!

Nos hicimos los mejores amigos. El me ayudaba con las redacciones de biología, no le importaba si era muy tarde en la noche (o muy temprano en la mañana). Escoger la universidad correcta fue simple, ¡el sabia todo sobre ellas! Mis aventuras por las selvas de Sudamérica hubieran sido un desastre si no hubiera sido por sus buenos consejos. ¿Y un postgrado? No hay problema, él incluso me sugirió las formas más rápidas para llegar a las entrevistas.

La vida corría sin problemas. Para un típico hombre de 22 años, todas las casillas estaban marcadas. ¿Carrera? Marcado. ¿Automóvil? Marcado. ¿Diversión bajo el sol? Marcado, marcado. ¿Pero espiritualidad? No era parte de la lista.

El judaísmo era como el equipo favorito de mi familia en un deporte que a mí simplemente no me gustaba.

Yo siempre había visto al judaísmo como el equipo favorito de mi familia en un deporte que a mi simplemente no me gustaba. Claro esta, yo tenía entradas para cada temporada, pero raramente asistía a uno de sus juegos. El espectáculo no era tal, y pasar mis ojos por la programación del partido sólo me confundía más. Pero aun cuando mi lealtad disminuía constantemente, siempre admiré a los fanáticos en las gradas. Qué era lo que estaban viendo, quien lo sabe.

Al pasar otro intolerable Rosh Hashaná, se me ocurrió que quizás Google podía tener la respuesta. Después de todo, el le enseñó a mi padre todas las canciones de "El violinista en el tejado". Pero yo perdone a mi amigo virtual por eso. Eventualmente...

"J-U-D-A-I-S-M-O"

Aparecieron en la pantalla muchísimas fuentes para explorar. Una de las opciones mas creíble era "Aish.com - Tu Vida, Tu Judaísmo".

Clic.

Al aparecer la primera página, el artículo "Falling in Love with Judaism" (Enamorándonos del Judaísmo) del Rabino Najum Braverman atrapó mi ojo escéptico. Di un vistazo a mí alrededor, asegurándome que no hubiera nadie en el cuarto.

Clic.

Aún intrigado después de un rápido vistazo al artículo, lo volví a leer. Mientras digería las palabras, sentí que mis defensas se caían. Después de la tercera lectura, la cual fue un estudio más metódico, mi cinismo desapareció. Estaba listo para explorar.

Tenía preguntas. Muchas preguntas. Pero quería abordar los fundamentos inmediatamente:

¿Cómo sabemos que existe un Dios?

¿Hay alguna evidencia de que la Torá fue escrita por Dios?

Ellos tenían respuestas. Muchas respuestas. Pero yo no esperaba que ellos tuvieran respuestas críticas y lógicas. ¿No eran todas las religiones dependientes de la fe, vacías de intelecto? Los artículos que había examinado en casa, los correos diarios y semanales que leía en la oficina, y las clases que escuchaba mientras manejaba hacia y del trabajo sugerían lo contrario.

Decidí que si existía una verdad, yo tenía que saberla inmediatamente. Y mi amigo Google iba a ser mi navegador.

Durante los meses siguientes él me llevó a todos los confines de la Tierra, desde las montañas de Tibet hasta la librería filosófica Oxford. Y ni si quiera tuve que dejar mi estudio. Pero yo seguía regresando a la sala virtual de estudio de Aish.com en Jerusalem. Después de analizar otro tema alarmante y racional de la Torá, me encontré a mí mismo sentado en silencio frente a la computadora, mirando al Kotel a través de la cámara en vivo en Internet.

Estaba aterrorizado. Me había tropezado con la verdad, y no sabía hacia donde me estaba llevando. ¿Por qué, y cómo, esto debería obligarme? Pero por un asunto de integridad, lo que yo sabía debía ser parte de quien yo era.

Armándome de valor, le envié un correo electrónico a la comunidad de Aish HaTorah más cercana. Antes de poder parpadear, me encontraba sentado en la mesa de Shabat de un rabino con otros 10 invitados. Y no era el único que tenía puesta una Kipá llena de polvo.

Empecé a asistir a clases todas las semanas, donde me sumergía cada vez más en los pensamientos de la Torá y descubrí que habían otros como yo que estaban enamorándose del judaísmo.

Mientras lentamente me adentraba en las profundidades y belleza de la Torá, yo supe que necesitaba tomarme un tiempo libre del trabajo y dedicarlo al estudio. El inevitable momento eventualmente llegó:

"V-U-E-L-O-S-A-J-E-R-U-S-A-L-E-M"

Mi travesía espiritual de miles de kilómetros empezó con un simple clic. Ahora me encuentro en la primera fila de las gradas, tocado las piedras del Kotel manchadas con lágrimas, y con mi corazón lleno de esperanzas.

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