Cuando la muerte me visitó

7 min de lectura

Esta no fue una película hecha para la televisión. Fue real y me ocurrió a mí.

El dolor es difícil de describir en palabras. No le harían justicia. Los hospitales utilizan una sofisticada escala de "1 a 10". El mío era al menos 11.

El jueves yo estaba andando en bicicleta por Jerusalem y Tel-Aviv, apurado como siempre. Al final del día, sentí un poco de dolor en la parte baja de la espalda, nada inusual para alguien como yo que regularmente practica natación, anda en bicicleta y hace yoga. Me di un baño y me fui a la cama.

El viernes me desperté y el dolor era aún más fuerte. Me levanté de la cama y grité cuando un masivo espasmo repentinamente quemaba a lo largo de la parte baja de mi espalda. Me desplomé en la cama, cegado por el dolor. Fue como uno de esos terribles calambres en la pierna pero mucho más intenso y a lo largo de toda la parte baja de mi espalda. Y el dolor no aflojaba. De hecho, los espasmos estaban haciéndose peores y peores. No tenía idea de que este tipo de dolor existía.

El más mínimo movimiento de cualquier parte de mi cuerpo magnificaba las dagas que se clavaban en mi espalda. Mi esposa recién se había ido, así que hice un esfuerzo masivo para concentrarme y luché para llamar una ambulancia.

Durante el curso de las siguientes horas sólo puedo recordar unos cuantos momentos. No estaba inconsciente pero el dolor era tan abrumador que no dejaba el más mínimo lugar para que nada más entrara en mi conciencia. Las únicas palabras que podía sacar a fuerzas entre quejidos de tormento eran "No puedo" y "¡Necesito un analgésico ahora!". Gracias a Dios ninguno de nuestros hijos estaba en casa para presenciar esto. Mi esposa corrió a casa y desafortunadamente tuvo que verme así.

Después de unos cuantos días, completamente desgastado por el sufrimiento incesante, yo ansiaba solamente liberación.

Pasé la siguiente semana en variados grados de agonía. El dolor de espalda era aliviado sólo parcialmente por morfina y otros analgésicos y dentro de un día todo mi cuerpo comenzó a colapsar. Agua en mis pulmones, bazo y riñones inflamados, fiebre, mi boca tan seca que no podía tragar. Conductos intravenosos, catéteres y tubos de oxigeno invadían mi cuerpo.

Ahora entiendo visceralmente cómo funciona la tortura. Nuestros frágiles cuerpos simplemente no están equipados para este grado de dolor. Hubiera hecho cualquier cosa para escapar de él. Después de unos cuantos días, completamente desgastado por el sufrimiento incesante, yo ansiaba solamente liberación, sin importar de donde viniera.

Los doctores buscaban una explicación. Los sospechosos de siempre fueron descartados relativamente rápido. Después de seis días, los doctores reunieron a mi familia conmigo y cuidadosamente ofrecieron su conclusión. "Creemos que usted tiene mieloma múltiple, un cáncer a la sangre". Nos advirtieron que no lo buscásemos en Google. Mi hermano y mis padres viajaron. Mi esposa dejó todo y se convirtió en mi guardián y enfermera de tiempo completo.

Fui transferido al ala de oncología en donde finalmente me dieron las masivas cantidades de medicinas requeridas para hacer que mi dolor fuera soportable. Finalmente podía pensar en otra cosa aparte de mi dolor y era tiempo de aceptar mi nuevo estado en la vida.

Estaba conmocionado. Nunca pensé que yo era el tipo de persona que sufriría de cáncer, si es que existe algo como eso. Estoy en buen estado físico, me alimento de manera saludable y además, siendo alguien que está constantemente en movimiento, nunca me imaginé que el cáncer me atacaría. Qué equivocado estaba. Dos semanas antes había asistido al funeral de un amigo que falleció de cáncer tres semanas después de su diagnostico, y la imagen llenó mi mente.

Pero el descanso del dolor fue tan relajante que no podía evitar sentir un cierto alivio. Aún confinado en mi cama, completamente debilitado después de una semana de agonía que continuaba visitándome en espasmos regulares, tenía mucho que contemplar: dar un vistazo real a mi vida y los años que se avecinaban de tratamiento, hospitales y vida interrumpida.

Observé desde esa cama de hospital mi vida… y mi posible muerte, un nuevo extraño visitante. Una parte de mí (la parte exhausta y abatida) quería hundirse en la comodidad de dejar todo el dolor y los fastidios de la vida atrás.

Pero el abrumador sentimiento era que estaba conectándome profundamente con la belleza de la vida. Miré por la ventana y observé maravillado las montañas y los árboles. Quise pintar (y yo no pinto). Sé que esto suena cliché pero para mí fue profundo. Repentinamente vi la inherente majestad y significado en todo mi alrededor. Y no quería morir.

Sentí que tenía que lidiar con el significado de mi enfermedad y con cómo debería estar cambiando mi vida.

Al mismo tiempo sabía que Dios me estaba dando un mensaje muy fuerte. Siendo totalmente honesto, la reflexión personal es difícil, y yo me vi forzado a parar y hacerla. Sentí que tenía que lidiar con el significado de mi enfermedad y con cómo debería estar cambiando mi vida. Cuando pensé sobre mi vida, la palabra que se me vino a la mente fue "histeria". Ambicioso y motivado por el trabajo, con esposa y nueve hijos en casa, mi vida es un torbellino constante de correr de una obligación a otra. Y con todo ese correr parece que me estaba perdiendo lo importante. No es solamente "Haz todo para que todo esté hecho", una loca carrera hasta la meta.

Resolví que si Dios me perdonaba y tenía la oportunidad de regresar a la vida otra vez, no me permitiría perder de vista mis metas finales – estar conciente de Dios en mi vida diaria, dándole a mi esposa e hijos más atención y amor, apreciando con qué gran equipo de personas estoy trabajando y qué especial privilegio es dedicar mi vida a ayudar al pueblo judío – y no perderme en los infinitos medios para alcanzar esas metas.

Una Pesadilla

Compartí mi habitación en el ala de neurocirugía con otras ocho personas – personas que sufrieron heridas cerebrales, tumores cerebrales, derrames cerebrales. Todos gemían por atención. Era una escenario tercermundista: no había suficiente personal médico, cada persona estaba metida en sus cinco metros cuadrados delimitados por una cortina – que eran constantemente violados por las visitas de todos los demás – compartiendo dos sucios baños con aquellos suficientemente afortunados como para llegar ahí.

Una cosa que todos teníamos en común era que todos estábamos luchando por nuestras vidas, luchando a través de las montañas de dolor para regresar al punto en el cual nos salimos de nuestras vidas.

¿Por qué? Me pregunté. ¿Por qué estamos todos luchando tan desesperadamente por la vida, a través de tal sacrificio e incluso horror? ¿Para regresar a casa, regresar al trabajo y lanzarnos una vez más a la carrera de locos? Espero que no. Todos instintivamente sabemos que es porque la vida es preciada, maravillosa, hermosa. Incluso si ignoramos eso el 99% del tiempo.

Rav Noaj Weinberg zt''l, le preguntaba a las personas si ellas estarían dispuestas a entregar a uno de sus hijos por 100 millones de dólares ("Vamos, ¡todavía te quedarían dos!" ¿Qué hay del que siempre se está quejando?"). Naturalmente, nunca nadie respondía afirmativamente.

"Pero ¿piensa en todo el placer que puedes comprar con $100 millones? ¡Yates, vacaciones, casas en Paris, Nueva York y Palm Beach! ¡Cada cena gourmet que te imagines!". Eso significa, señalaba él, que cada uno de nuestros hijos vale más de 100 millones de dólares. "¿Y entonces por qué no estamos pasando más tiempo con ellos? ¿Por qué no los estamos disfrutando?".

El problema no es la vida y sus interminables responsabilidades. El problema es con nosotros y con cómo escogemos vivir nuestra "mundana" (maravillosa, deslumbrante) vida diaria. Es nuestra negativa a respirar profundo, elevar nuestro periscopio de las profundidades de esa histeria y recordar constantemente que estamos haciendo todo esto por el significado y el placer inherente en todo ello. Es mucho más cómodo simplemente perderse en la ocupada vida que hacer el constante esfuerzo de elegir enfocarse en lo bueno y amar y abrazar genuinamente a la vida. Y cada persona enferma luchando por su vida es un testimonio de esta verdad. Nadie soportaría una batalla tan intensa a menos que estuviera profundamente consciente del infinito valor de la vida misma.

Retractado

Después de una semana en el ala de oncología, los doctores vinieron a mi cuarto y me informaron a mi esposa y a mí que había habido un mal diagnóstico. ¡Yo no tenía mieloma! Lo más probable era que estuviera sufriendo de osteomielitis, una infección en los huesos de mi columna vertebral, tratable por medio de un intenso y largo tratamiento de antibióticos.

Recordando esta experiencia, siento que Dios me ha dado uno de los regalos más grandes que pudiera imaginar.

La ola de alivio que corrió a través de mis venas no puede describirse en palabras. ¡Se me estaba concediendo el regalo de la vida nuevamente! Y esta no era una película hecha para la televisión. Era mi vida.

Recordando esta experiencia, aún tomando pequeñas cantidades de morfina, siento que Dios me ha dado uno de los regalos más grandes que pudiera imaginar. Mi sentencia de muerte fue retirada y mi vida fue renovada. ¡Salvado! Un nuevo comienzo. Todos los beneficios de una enfermedad mortal sin tener que pasar por ella en realidad.

Cuando te registras por unas semanas en el ala de oncología o de neurocirugía, lo más probable es que salgas de ahí siendo un ser humano diferente. Es un viaje que vale mucho más que unas vacaciones en Tahití.

Mis resoluciones son muchas y sí, lo sé, ingenuamente poco realistas. Esas terribles semanas en el hospital me enseñaron tanto sobre lo que me gusta y lo que no me gusta de mí mismo. De ahora en adelante me detendré regularmente para saborear la belleza de la diaria, aburrida, simple y no dramática (¡Dios por favor no más drama!) vida. Seré paciente y estaré agradecido eternamente con mi esposa (quien estuvo locamente dedicada a mi recuperación), pasaré más tiempo con mis hijos y los disfrutaré de verdad, disfrutaré mis rezos y recordaré que estoy en realidad hablando con el Creador del Universo, y le pediré que me ayude a sentir placer en mi día. Le sonreiré al cajero. Y bailaré con alegría por el regalo de realizar un trabajo significativo que está ayudando al pueblo judío y a Israel.

Aún soy humano. Puede que todo eso no pase inmediatamente, pero sí espero que algo de ello se concretice. No solamente espero – planeo, si Dios quiere, trabajar duro en eso. Por ahora, estoy disfrutando el lento desaparecimiento del dolor en mi espalda (¡ahora puedo lavarme solo los dientes y ponerme los pantalones!). Y estoy disfrutando el esfuerzo de morderme la lengua cuando mi esposa maneja demasiado lento y de sonreír cuando mis hijos están peleando.

Es la lucha por la sanidad mental y estoy de regreso en el cuadrilátero.

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