El verano familiar en Israel que cambió mi vida

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Mi hermano, el judío más observante en nuestra familia ultra liberal, nos convenció a mí y a mis hermanos a explorar Israel juntos.

Fui una típica estudiante universitaria de los 80, con una educación judía que incluyó algunos fragmentos básicos de conocimiento sobre Janucá y Pésaj. Israel no se me venía a la mente.

Mi hermano Adam estaba en un programa de estudios internacionales en la Universidad de Cambridge. Su currículo de relaciones internacionales era excelente, pero estaba cansado de los cielos nublados de Inglaterra y del clima sombrío. “Dime adónde puedo ir, donde siempre esté soleado”, le preguntó a un amigo.

“Anda a Israel”, le contestó su amigo. “Allí no hay una nube en todo el verano”.

Así es como Adam se encontró junto al Muro Occidental durante sus viajes de verano. El único problema fue que se había esguinzado el tobillo, lo cual limitó drásticamente su movilidad.

Rav Meir Schuster, el omnipresente rabino que iniciaba breves conversaciones con los viajeros judíos en el Muro Occidental sobre su identidad judía, se acercó a Adam y lo tocó en el hombro. Después de un breve saludo, Rav Schuster le contó a mi hermano sobre oportunidades para aprender judaísmo, en donde podría explorar la importancia y el significado del judaísmo. Como su tobillo le impedía realizar todos los paseos que tenía planeado, pensó que valía la pena darle una oportunidad.

Esas pocas semanas que pasó en Aish HaTorá, en la Ciudad Vieja de Jerusalem, tuvieron un profundo impacto en su vida. Yo advertí cambios de inmediato, cuando volvió a Nueva York. Mientras transitábamos la autopista Palisades, Adam me contó sobre las clases de Rav Nóaj Weinberg sobre los ‘48 caminos a la sabiduría’, y cómo el curso brindaba sabiduría judía práctica, que cualquiera podía aplicar a su vida.

Siempre pensé que mi hermano era inteligente e ingenioso, valiente y sereno, pero este era un Adam diferente.

Cuando llegamos a un peaje en el cruce del George Washington Bridge, Adam pronunció un amistoso “hola”, sacó un bocadillo para darle al empleado del peaje y dijo “que tengas un buen día”. Siempre pensé que mi hermano era inteligente e ingenioso, valiente y sereno, pero este era un Adam diferente. Era alguien que hacía un esfuerzo consciente para ser más considerado y atento con los demás. ¿Acaso este cambio en su personalidad era producto de sus encuentros recientes con el mundo religioso en Israel?

Un judío en tierra extraña

Era mi turno de pasar un semestre en el exterior, y uno de mis profesores universitarios me convenció para unirme a un grupo que iba a Viena. Estudiaríamos historia de la música, de arte, alemán, y el favorito del profesor: la era atómica. Pero yo estaba a punto de recibir una educación paralela: una “Introducción al alma judía”.

Mientras recorríamos el vacío baldío de Buchenwald, me llenó una inexplicable sensación de alienación del resto del grupo.

Todo comenzó cuando nuestra profesora, una judía no observante, casada con un mormón cristiano, incluyó sitios de interés judío en nuestro itinerario. Mientras recorríamos el vacío baldío de Buchenwald, me llenó una inexplicable sensación de alienación del resto del grupo. Fui inundada por emociones que no podía compartir con los otros estudiantes, ni siquiera podía entenderlas yo misma.

De regreso en Viena, parte de nuestro grupo fue a una presentación en alemán de El violinista en el tejado. Sabía que la obra describía el alejamiento del judío de su tradición en el crisol de la vida moderna, pero para mí cualquier contacto era un buen contacto.

Estaba sentada en medio de una audiencia austriaca gentil, en la tierra patria de Hitler.

De repente advertí que me conectaba con los personajes representados en el escenario mucho más que con las personas que me rodeaban. Dejé el oscuro teatro y salí a pasear en el brillante sol de invierno, y me sentí confundida.

Nuestro programa incluía un viaje a Praga. Uno de los lugares que visitamos fue el famoso Altneuschul y su museo contiguo. La profesora nos dio una guía rápida por el museo, apenas ofreciendo alguna explicación. Pero, incluso apurándome para permanecer con el grupo, vi algunos hermosos artefactos de plata, extrañamente familiares y extraños al mismo tiempo.

Me dirigí a la única otra judía del grupo. “¿Y si volvemos mañana, solas, y recorremos bien?”.

El día siguiente fue viernes. Era casi de noche cuando mi amiga y yo entramos al antiguo edificio de la sinagoga. Los bancos estaban llenos con judíos ancianos y un puñado de hombres más jóvenes —luego me enteré que eran disidentes—. Al igual que sus contrapartes en Rusia, estos jóvenes judíos habían pedido permiso para abandonar la Checoslovaquia comunista y aún lo estaban esperando, perdiendo su trabajo en el camino.

La gran Estrella de David grabada sobre la puerta, la brillante lámpara sobre el arca, y el hecho de identificarme, por sorpresa, con las luchas de estos judíos de una cultura extraña, revolvieron aún más mis emociones sobre mi identidad judía.

Con mis hermanos en Israel

En aquel entonces, Adam ya había vuelto a Israel para continuar estudiando y planeaba llevar a sus hermanos con él: nuestro hermano mayor, un ingeniero eléctrico viviendo en Rhode Island, nuestra hermana universitaria y yo. Él había estado escribiéndonos cartas y convenciéndonos, a cada uno, de encontrarnos con él en Israel ese verano. En ese momento de nuestras vidas, dos de nosotros estábamos a punto de casarnos con no judíos. Nuestros padres ultra liberales habían tenido hasta entonces una filosofía de “a quien tú ames, nosotros amamos”, pero cuando el matrimonio pasó a ser inminente y nuestras opciones incluían culturas incluso más ajenas a las que ellos esperaban, mis padres repentinamente se volvieron sionistas. Mi hermano nos estaba invitando a Israel, y mis padres pronto estaban empujándonos para que aceptáramos, pagando y arreglando todos los detalles.

Dos de nosotros estábamos a punto de casarnos con no judíos, algo con lo que ni siquiera nuestros padres ultra liberales estaban de acuerdo.

Entonces, en el último día del semestre, dejé Viena con fondos que se extinguían con rapidez y viajé en tren a través de Yugoslavia y Grecia. Un corto vuelo me trajo a Israel, sin un centavo y llena de curiosidad.

Adam estaba allí, para mi alivio, y mis otros hermanos nos esperaban en Jerusalem. Al día siguiente fuimos todos a Masada. Tuvimos tiempo para ponernos al día después de años de ir en distintas direcciones. Ahora, a los veintitantos, habíamos comenzado a solidificar ciertas perspectivas sobre la vida, ya todos bien encaminados en sendas específicas. ¿Podríamos conectarnos, a través de esta experiencia, en un camino en común?

Adam se convirtió en nuestro guía de turismo en Israel, el mundo de las Ieshivot y nuestro primer Shabat.

Después de explorar el encanto y el misterio de Tzfat, y la expansiva belleza del Golán, todo mientras absorbíamos algunas clases de historia que Adam había recogido durante su tiempo en el país, ya estábamos listos para asentarnos y explorar el estudio de judaísmo. Nos dispersamos en varias direcciones para estudiar más sobre judaísmo, cautivados y entusiasmados, y luego nos reencontramos para Shabat.

¡Nuestros pobres anfitriones de Shabat! Invariablemente, nosotros tres, dos feministas y todos liberales, ateístas de izquierda, llegábamos armados con un bombardeo de preguntas. Evolución, creencia en la Biblia, el lugar de la mujer en la sociedad… discutíamos apasionadamente sobre todos estos temas y nos dejábamos impresionar por la gracia, generosidad e inteligencia de las personas que conocíamos.

No fue un viaje fácil. Los cuatro, en distintas formas y tiempos, navegamos aguas turbulentas, a veces enfrentando lo que parecían ser olas gigantescas, hasta encontrar nuestras nuevas costas.

Toda lectura superficial de la Torá que había encontrado en el pasado me había alejado o dejado completamente desinteresada. Ahora, en un aula de Jerusalem, me encojo ante la primera mención de Dios porque crecí con esa palabra representado para mí la invención de las mentes débiles o algo sacado del Inferno de Dante. Darle a la perspectiva judía una nueva oportunidad fue desafiante pero gratificante.

¿Qué ocurrió con esos planes que nuestros padres querían frustrar en el último minuto? Bueno, la magia de Jerusalem sacudió todo: los cuatro nos casamos con judíos y dos de nosotros convertimos a Israel en nuestro hogar. Aún caminamos senderos únicos, pero ese verano nos hizo estar más unidos entre nosotros y con nuestro legado, alterando también, y para siempre, la dirección de nuestra familia.

Y pensar que todo comenzó con Rav Schuster tocando el hombro de mi hermano.

En honor a Rav Meir Schuster en su tercer yortzait, 17 de adar de 5774, 17 de febrero de 2014. Yehí zijró baruj.

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