Mi Identidad Judía y Árabe

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Haciendo las paces con mis dos vidas.

Mi padre era un árabe cristiano de una ciudad del norte de Israel llamada Rama, y en la década de los 80 conoció a mi madre, quien era una judía norteamericana que había hecho recientemente aliá; él deseaba muchísimo casarse con ella, pero sin embargo, mi madre no estaba del todo segura.

En una ocasión, ella se enfermó y terminó en el hospital, y él viajó diariamente en autobús durante horas para poder visitarla. Eso la terminó de convencer.

Se casaron y se mudaron al sur de Israel. La tía árabe de mi papá fue a vivir con ellos y le enseñó a mi madre a cocinar. Con el tiempo nacieron mi hermano y mi hermana.

Cuando mi madre estaba embarazada de mí, nuestra familia se mudó a Colorado, Estados Unidos. Mi padre era ingeniero y le estaba resultando difícil encontrar trabajo en Israel.

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A pesar de que mi padre creció siendo cristiano religioso (ortodoxo griego), después de conocer a mi madre se interesó profundamente en el judaísmo, de esta manera, cuando se mudaron a Estados Unidos y él estuvo lejos de su unida familia árabe de seis hermanos, sintió al fin la libertad para poder embarcarse en una seria búsqueda espiritual.

Al ser israelí, él tenía la capacidad de leer la Torá en su idioma original, hebreo, y fue así como descubrió importantes interpretaciones erróneas en la traducción cristiana. Él era un buscador de la verdad, por lo que contactó al Beit Din ortodoxo local para comenzar de esa forma un proceso de conversión.

Alrededor de un año después, mi padre se convirtió al judaísmo; mi familia era en ese entonces observante de Shabat, cashrut y todo lo demás.

Él estaba viviendo en dos mundos – era judío observante en Estados Unidos, mientras que estaba reencontrándose con su amada familia árabe en Israel.

Mi padre mantuvo una relación cercana con su familia árabe. Cuando yo tenía tres años me llevó a Israel para el casamiento de mi tía, su hermana menor.

Esa fue una visita realmente difícil para él. Estaba viviendo en dos mundos – por un lado era judío observante en Estados Unidos, mientras que por otro lado estaba reencontrándose con su amada familia árabe en Israel. Además, el hecho de que nunca le contó a su familia que se había convertido al judaísmo hacía que la lucha emocional fuera aún más intensa.

Después de la boda de su hermana, poco después de nuestro regreso a Colorado, mi padre falleció. Dicen que la tensión emocional fue simplemente demasiado fuerte para él.

Descubriéndome

Pocos años después, mi mamá se volvió a casar. Nuestra familia comenzó a hacer cambios poco a poco en nuestra observancia judía; yo fui sacado de la escuela judía y enviado a una escuela pública. Mis nuevos amigos solían mirar dibujos animados el sábado a la mañana y comer pizza con jamón. En poco tiempo, nuestra familia ya no observaba Shabat de manera estricta y nuestros estándares de cashrut habían declinado cada vez más a lo largo del tiempo.

Después de mi bar mitzvá no volví a ver el interior de una sinagoga por los siguientes cinco años.

Después de la secundaria fui golpeado por ciertos desafíos en la vida, los cuales me hicieron perder el rumbo y alejarme aún más del judaísmo; incluso me hice un tatuaje en el brazo con mi nombre escrito en árabe (ver la foto abajo).

Intenté ir a la universidad, pero no sabía qué quería hacer con mi vida. Tomé malas decisiones y me metí en problemas, lo que me llevó a pasar ocho meses durmiendo en el sofá de un amigo y comiendo maíz enlatado.

Mientras tanto, mi hermana se había convertido en parte de la comunidad de Aish en la ciudad de Los Ángeles, y con el tiempo, ella volvió a la observancia completa del judaísmo.

Poco después volví a enderezarme. Alquilé un cuarto con una familia judía, a quienes solía acompañar en las cenas de Shabat y a los servicios religiosos de Aish en la ciudad de Denver.

Pocos meses después estaba listo para descubrir mi verdadera identidad. Sabía que el mejor lugar para comenzar era Israel, por lo que llamé a mi hermana y ella me puso en contacto con un filántropo en Los Ángeles que estaba dispuesto a pagar mi viaje.

Todo lo que he pasado me ha traído adonde estoy ahora. Todo ocurre por una razón.

Unas semanas después de llegar a Israel fui a una larga caminata en una tarde de Shabat y pensé en cómo la difícil vida que me había tocado había causado que acumulase mucha rabia en mi interior; pero yo sabía que para poder seguir adelante necesitaba dejar esta ira atrás.

Las clases que tomé en la Ieshivá de Aish HaTorá en Jerusalem me ayudaron a entender que todo lo que había experimentado en mi vida, es lo que me había traído adonde estoy ahora.

Todo ocurre por una razón.

Deseando Conectarme

Actualmente estoy estudiando en la Ieshivá y disfruto muchísimo mi vida. El estar estudiando frente al Muro de los Lamentos, en el centro de la historia, es una experiencia increíble. Además, el estudio de Torá es intelectualmente fascinante y emocionalmente constructivo, y los chicos son excelentes – brillantes idealistas que anhelan hacerse responsables por sí mismos y por el mundo.

Pero parte de mí sigue sin estar completa. Constantemente tengo un deseo de conectarme con mi padre, a quien nunca conocí y sobre quien quisiera aprender.

Es por eso que he estado yendo a una villa en el norte de Israel para conocer a mis tíos, tías y muchos, muchos primos. Son gente increíble. Son muy amables y amorosos, y van más allá de lo esperado para ayudar a los demás. Me llenan de amor y harían lo que sea por mí.

Son mi familia.

En las visitas suelo preguntarles sobre mi padre, mirar fotos familiares y recorrer los mismos senderos que mi padre recorrió. Estar allí es mi conexión con él, una conexión que nunca tuve.

En muchas formas yo también represento para ellos su conexión con mi padre, especialmente dada mi similitud física a él.

Mi familia árabe es muy pro-Israel. Mi tío administra una organización de servicio social que ayuda tanto a árabes como a judíos, y mi tía fue la primera mujer árabe-cristiana en ser elegida en la Kneset.

Sin embargo, a pesar de dicho apoyo, ellos perciben una desigualdad social. Los servicios municipales y las asignaciones del gobierno al parecer son menores para la comunidad árabe. Por más que la sociedad israelí es sensible ante la dificultad de ser una minoría, la realidad es que acá la minoría son los árabes-israelíes, y dentro de estos, los árabes cristianos son quienes más difícil la tienen, ya que son excluidos por los musulmanes por ser cristianos, y por los judíos por ser árabes.

Pero a pesar de todo, ellos se sienten 100% israelíes. Mis primos están integrados a la fuerza laboral y consideran que su identidad principal es como israelíes. Además, como cristianos se sienten más cercanos al judaísmo que al islam. De hecho, uno de mis primos árabes se casó con una judía.

Aún no me siento cómodo mostrándoles mi judaísmo cuando los visito.

Sin embargo, aún no me siento cómodo mostrándoles mi judaísmo cuando los visito, en términos de rezar y usar una kipá; además, como la cultura árabe es tan hospitalaria, me resulta especialmente difícil respetar la cashrut.

Como son israelíes, saben mucho sobre Shabat y las festividades judías, pero de todas formas les resulta sumamente extraño verme como judío, ya que de acuerdo a su cultura la herencia religiosa sigue al padre; no saben que mi padre se convirtió al judaísmo, por lo que siempre está la pregunta de por qué estoy eligiendo la religión de mi madre por sobre la de mi padre.

En ese aspecto supongo que estoy siguiendo los pasos de mi padre –dividido entre una lealtad a su familia árabe y la vida judía que abrazó por completo.

Espero que con el tiempo me sienta más confiado y que mi judaísmo sólo enriquezca la relación que tenemos. Y creo que puedo, de alguna manera, servir para cubrir la brecha de entendimiento que hay entre varios grupos. Después de todo, yo tengo muchas perspectivas: judía y árabe, religiosa y secular, norteamericana e israelí.

La Torá enseña que en lugar de sentir lástima por mí mismo, debo asumir responsabilidad y hacer los cambios necesarios para arreglar las cosas. Después de todo, mi desafío más grande será cerrar el círculo entre estas dos vidas – árabe y judío, padre e hijo.

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