Mi abuela y la epidemia de tifus de 1922 en Rusia

4 min de lectura

Su padre se negó a aceptar el diagnóstico pesimista del médico. Su milagrosa supervivencia le infundió una firme gratitud por Dios, a pesar de la intensa propaganda comunista.

En 1922, la epidemia de tifus llegó a su pico en el territorio soviético cuando hubo entre 25 y 30 millones de casos. Mi abuela Zelda nació en 1924, justo después de la Revolución Comunista y en medio de la pandemia. Su madre murió en el parto de la hermana menor de Zelda, dejando a su padre, David, de 26 años, solo para criar tres niñas huérfanas. La mayor, Rajel, tenía 5 años, Zelda tenía 2 y Olga, que recibió el nombre de su madre, tenía 2 horas de vida cuando ella murió. Fueron años repletos con pruebas de pobreza, hambre y enfermedades.

Cuando Zelda tenía 7 años, la pandemia de tifus llegó a su hogar. Las tres niñas se contagiaron de esa espantosa enfermedad. Tenían fiebre alta, dolores de estómago una debilidad terrible y sarpullido. Las hermanas de mi abuela estaban conscientes, pero Zelda sucumbió a lo peor de la enfermedad.

Su padre le pagó al médico para que fuera a verlas, lo que ya era algo complicado y muy caro. Mi abuela contaba mucho la historia de cómo el médico examinó a cada una de las niñas por separado y le dijo: "David, tú eres un hombre inteligente y voy a ser honesto contigo. Tu hija mayor, Rajel, y la pequeña, Olga, tienen una posibilidad de sobrevivir si las llevas al hospital de la ciudad. Pero la del medio, Zelda, no sobrevivirá. No gastes tu dinero ni tu tiempo. Ella esta inconsciente hace tres días y no hay ninguna posibilidad de que sobreviva".

Aunque aparentemente Zelda estaba inconsciente, ella entendió cada palabra del médico. Luego escuchó a su padre responderle: "Llevaré a las tres al hospital. No voy a dejar de luchar por Zelda hasta que no deje de respirar".

Zelda (a la derecha) en la Unión Soviética con su hija menor, Vera, y la pequeña Sofya.

El hospital tenía una enorme habitación con cientos de camas. David se sentó en una silla cerca de las camas de sus hijas, se quedó dormido y soñó con su esposa. En el sueño, ella le daba cuatro hogazas de jalot para las niñas y le dijo que Zelda necesitaba una porción adicional para recuperar sus fuerzas. David se despertó y oyó la voz débil de Zelda. Después de tres días de estar inconsciente, se despertó y pidió que le dieran agua.

Zelda sobrevivió y tuvo una vida vibrante. Siempre recordó la respuesta de su padre. Ella se convirtió en un símbolo de esperanzas y positividad para su familia y para todos los que la conocían.

Durante toda su vida, Zelda consideró que su recuperación fue un verdadero milagro y un mensaje claro del "otro lado". Este incidente la llevó a sentirse sumamente agradecida de estar viva y a pesar de la propaganda atea del comunismo, ella siempre creyó en Dios. Aunque el gobierno soviético prohibió todas las observancias religiosas, ninguna autoridad tuvo el poder de extirpar la fe del corazón de las personas. Mi abuela sabía que en nuestros momentos más difíciles, siempre nos guía la mano de nuestro Creador.

Cuando encendamos la menorá este año tan difícil, recordemos que la gratitud y el optimismo tienen la fuerza de iluminar al mundo.

Como escribió Rav Jonathan Sacks en su libro Celebrar la vida: encontrar la felicidad donde no se espera: "Bendecir por la vida es la mejor manera de convertir una vida en una bendición". Este era el lema de la vida de Zelda. Huérfana de madre a los dos años, viuda a los 35, crió una hija enferma bajo la opresión comunista, pasó hambre durante todo el régimen de Stalin y sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial sin perder nunca la esperanza, la fe o su disposición positiva. Como enseñó Rav Schneur Zalman de Liadi: "un poco de luz disipa mucha oscuridad".

La última vez que vi a mi abuela fue el día de Purim, al comienzo de la pandemia de Coronavirus. Ella falleció el 6 de mayo del 2020, casi un siglo después de haber nacido, por un problema de salud sin ninguna relación con el virus.

Este invierno, en vez de enfocarnos en las cosas que no hay disponibles, los lugares que están cerrados y los viajes que no podemos hacer, enfoquemos nuestra atención en lo que tenemos el privilegio de tener. Estos regalos incluyen necesidades básicas como agua, aire puro, nuestros hogares calefaccionados, alimentos para comer, tecnología que nos conecta con los demás y millones de cosas que damos por obvias. Como enseñaron nuestros Sabios: "¿Quién es rico? El que está satisfecho con su porción" (Pirkei Avot 4:1).

Mi abuela y yo

Es una gran virtud trabajar para transformarte en una persona agradecida. A diferencia de las pandemias del siglo pasado, nuestra generación tiene muchos más recursos para ayudarnos a sobrevivir y superar este momento difícil.

Cuando encendamos las velas de la menorá de Janucá este año tan difícil, enfoquémonos en los aspectos positivos de nuestra vida y recordemos que la gratitud y el optimismo tienen la fuerza de iluminar al mundo.

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