Mi milagro personal

4 min de lectura

Recibí un milagro. Ahora espero otro.

Las Altas Fiestas son el momento para comenzar a pensar en lo impensable. Quizás la frase más poderosa que recitamos en todas nuestras plegarias es la que reconoce que nuestros días están contados. “En Rosh Hashaná se escribe y en Iom Kipur se sella… quién va a vivir y quién va a morir”.

Nadie quiere creer que es mortal. Vivimos nuestras vidas como si siempre fuéramos a estar aquí. No podemos imaginar nuestra no existencia y por eso negamos la posibilidad de nuestra desaparición. Tercamente insistimos en creer que de alguna manera nosotros seremos la excepción al destino de toda la humanidad.

Pero la vida tiene una forma de obligarnos a confrontar la amarga verdad.

Mi momento de la verdad llegó hace siete años. En lo que yo supuse que iba a ser sólo otro examen de rutina, mi médico me sorprendió al decirme que tenía que informarme algo que no era una buena noticia. Me pidió que me sentara en la sala de espera hasta que mi esposa pudiera llegar a su consultorio para que pudiéramos escucharlo juntos. Una hora más tarde nos dijo: “Tiene una enfermedad para la cual no hay cura. Es fatal y la probabilidad es que no le queden más que seis meses de vida”.

No pueden imaginar el impacto que esas palabras tuvieron en mi esposa y en mí. Sin embargo esto ocurrió hace siete años y sigo aquí. Es importante resaltar que el diagnostico no fue erróneo. El médico vio correctamente que sufro de amiloidosis cardíaca. Se trata de un endurecimiento de las paredes del corazón que progresivamente y con bastante rapidez evita que continúe con su función vital. Pero de alguna forma sigo aquí. El endurecimiento se detuvo sin ninguna explicación médica. El estado en que se encuentra ahora mi corazón me permite funcionar prácticamente como si no tuviera ningún problema.

Sí, es un milagro. Mi médico asiste regularmente a conferencias sobre amiloidosis y presenta mi caso para ilustrar la existencia de casos que inexplicablemente no se adecuan a las expectativas médicas. Gracias a Dios me convertí en un modelo de lo que los médicos consideran una anormalidad. Pero creo que tengo una explicación. Estoy firmemente convencido de que la continuidad de mi presencia en esta tierra es una respuesta divina a la fe.

No había ningún remedio específico que el médico pudiera darme. Así que yo acudí a una antigua respuesta ante la enfermedad, el sufrimiento y la perspectiva de la desesperanza.

La plegaria no viene a cambiar a Dios. Viene a cambiarnos a nosotros, para que Dios nos vea de otra forma.

Mi corazón me dijo que rezara. Me uní a una larga lista de los más prominentes de mis ancestros que hicieron precisamente eso cuando el mundo pareció volverse en su contra y sus dificultades parecieron ser insuperables. Abraham, Itzjak, y Iaakov rezaron. Moshé rezó. Los profetas rezaron. El rey David rezó y compuso los Salmos que continúan emocionándonos y acercándonos a Dios hasta el día de hoy. A lo largo de toda la historia, desde cada rincón del mundo, reyes y personas comunes y corrientes, el poderoso y el débil, los pecadores y los santos, todos acudieron a Dios para recibir la ayuda que sólo Él puede brindar.

Llegué a entender que la plegaria no viene a cambiar a Dios. Viene a cambiarnos a nosotros, para que Dios nos vea de otra forma.

La plegaria no se trata de recibir algo, se trata de estar con Alguien.

La plegaria es la conversación más importante de nuestro día. Porque le llevamos nuestros problemas a Dios antes de llevárselos a cualquier otro.

Hablamos con Dios para recordarnos que fuimos creados a Su imagen, y por lo tanto tenemos a Quien mirar como nuestro modelo.

Hablamos con Dios porque eso nos pone en contacto con nuestra alma y nos inspira a convertirnos en todo lo que podemos ser.

Hablamos con Dios como un “descanso” de nuestra obsesión con las posesiones y nuestra fijación con las tonterías, para recordarnos que sólo nos volvemos dignos de las bendiciones Divinas cuando nos concentramos en Sus preocupaciones por lo que es santo y sagrado.

Hablamos con Dios porque somos los hijos de Dios, y Él ama escucharnos.

Hablamos con Dios porque eso nos recuerda depender de Él, que los milagros ocurren pero que son la respuesta Divina a aquellos que creen en Él.

Hablamos con Dios porque eso nos da la oportunidad de expresarnos completamente ante Él, de mantener regularmente la conversación más importante de nuestra vida con Quien más puede hacer para mejorar nuestra vida y volverla más significativa.

La plegaria está enraizada en el amor. Ella fortalece nuestra relación con Dios. Ella cambia la forma en que miramos el mundo. Ella redefine nuestros valores. Ella da forma a nuestro carácter. Ella mejora nuestra personalidad.

Por eso es que la plegaria siempre obtiene respuesta, a veces con las palabras que deseamos oír y otras veces con la respuesta que necesitamos escuchar.

El pronóstico médico era que yo iba a morir muy pronto. Mis plegarias fueron una poderosa fuente de consuelo personal. También cambiaron mi vida. Mi plegaria en primer lugar me cambió a mí mismo. Y entonces parece que Dios decretó que mi nuevo yo merecía un poco más de tiempo en esta tierra.

Mis plegarias se intensificaron a niveles que nunca pensé que era posible llegar. Hablé con Dios como un amigo, como un confidente, como aquél en quien confío la decisión final de vida o muerte con completa confianza. Hoy estoy vivo para escribir estas palabras no sólo porque Dios respondió a mis plegarias sino porque mis plegarias lograron cambiarme. Ellas lograron lo que la plegaria debe hacer y lo que de hecho constituye el tema de Rosh Hashaná y de Iom Kipur: volverse una mejor persona al reforzar nuestra consciencia de la presencia de Dios en cada momento de nuestras vidas.

Esta consciencia de repente para mí volvió a asumir un nuevo significado. Espero no estar pidiéndole demasiado a Dios al acudir nuevamente a Él pidiendo otro milagro al enfrentar una nueva crisis médica. En este momento estoy pasando un tratamiento de radiación con la esperanza de curar un recién descubierto cáncer de próstata. Una vez más deposito mi confianza en la plegaria. Con la misma “medicina” que me ayudó tanto en el pasado haré aquello en lo que todos nos concentraremos en estos días de las Altas Fiestas.

Que todas nuestras plegarias ofrecidas con sinceridad, esperanza y fe reciban respuesta Divina con la misericordia y compasión que sólo Dios es capaz de brindar.

Por favor, rezar por la curación completa de Benjamín ben Guitel.

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