Mi retorno desde la homosexualidad

8 min de lectura

Mi lucha personal con la homosexualidad.

Nota del editor: los pensamientos expresados en este artículo no representan necesariamente la experiencia de otros que practican el judaísmo a la luz de sus inclinaciones homosexuales.

El judaísmo enfatiza la importancia de la teshuvá, el ‘retorno’, de trabajar en las características personales y los hábitos negativos que han oscurecido nuestro verdadero yo.

Pero, ¿qué pasa si no tienes un sentido sano de ‘yo’ al cual regresar?

¿Qué pasa si la sensación de estar en falta, de sentirse fuera de lugar, no es la aberración sino la norma? No un efecto localizado asociado a un acto negativo o a una característica mala, sino la forma en la que te ves a ti mismo —y la forma en que sospechas que los otros te ven—.

¿Qué pasa si las personas que supuestamente tenían que construir tu fuerte y sano sentido de identidad —para completar la creación de ti— hacen lo opuesto? ¿Qué pasa si ellos te reducen, si te hacen sentir débil y dependiente para reforzarse a ellos mismos?

¿A qué regresas entonces?

Yo crecí en lo que los psicólogos llaman una "familia triádica", esto es algo tan común en el historial de hombres que luchan con la homosexualidad que incluso tiene un nombre. Un padre distante o despectivo, una madre necesitada o asfixiante, y en el centro un niño sin nadie que lo guié en el camino hacia la hombría. Un niño para quien la hombría se ha convertido en algo peligroso, amenazante, distante. Un niño que crece sintiéndose diferente de otros niños y hombres, sin embargo anhela conectarse con ellos, con su propia masculinidad.

Cuando yo tenía cinco o seis años, mi prima trajo a su novio —un robusto físico culturista— a una fiesta familiar. Yo me lancé hacia él, escalando a su regazo y a sus hombros. Él me lanzó al aire, luchó y jugó conmigo como mi padre nunca lo hizo. Yo estaba fascinado. Los adultos estaban vagamente avergonzados por la intensidad con que yo lo perseguía durante la fiesta; finalmente me detuvieron y me dijeron que era hora de ir a dormir.

La masculinidad de otro hombre es sólo un sustituto temporal de una honesta auto-imagen masculina.

Cuando me inserté en el mundo gay años después, encontré a muchos en la comunidad gay como yo: niños aún buscando desesperadamente descifrar el código de la masculinidad. Pero, la masculinidad de otro hombre es sólo un sustituto temporal de una honesta auto-imagen masculina. Por lo tanto la búsqueda, para muchos hombres gay, se convierte en una serie de encuentros compulsivos infructuosos.

Cuando el encanto de los hombres mayores que nunca encontraron al amante de sus sueños comenzaba a desvanecerse, ellos buscaban hombres más jóvenes y de aspecto infantil para tener romances que parodiaban verdaderas relaciones padre-hijo. Yo caí rendido ante este tipo de relaciones debido a mi gran necesidad emocional, y me vanagloriaba en ser celebrado por mi juventud y vigor.

La descarga de liberación sexual y emocional creó experiencias poderosas. Finalmente me sentí querido y aceptado por hombres. Yo había crecido con un sentido distorsionado de mí mismo y pensaba que era menos que un hombre. Ahora un nuevo —e igualmente distorsionado— conjunto de creencias me ofrecía una explicación, una "solución" a ese dolor anterior. Dada que yo venía de un hogar disfuncional, fue fácil sentir que revelarme significaría "llegar a mi verdadero hogar" a algo mejor. ¿No es esto lo que significa teshuvá, retornar a tu "verdadero" yo?

Enfrentando la verdad

Sin embargo, para resolver un problema debes admitir que existe.

Puedes negarlo, pero entonces debes seguir negándolo a medida que la realidad se desarrolla a tu alrededor. Desde el primer pliegue de la mentira egoísta, puedes, como un caracol, construir un retorcido mundo propio.

En nuestra generación narcisista, hablar de "regresar a tu verdadero yo" puede alimentar un egoísmo dañino, una autoestima vacía, es un mecanismo que puede ser utilizado para tapar una sensación de inferioridad —sin conducir necesariamente a una auto-examinación honesta—. Puede ser utilizado para crear un capullo de excusas que dificulta el hecho de ver —y vivir— la verdad.

Los cabalistas llaman a esta capacidad de autoengaño klipá, ‘cáscara’ en hebreo. Cuando estamos enredados en este mundo físico y nuestras almas están cegadas por horizontes limitados, somos susceptibles a la falsedad.

En nuestra generación aquellos que luchan con la homosexualidad tienen la opción de envolverse en la narrativa de la liberación gay. El manto de la elegante victimización acalla bastante la angustia interna, al menos por un tiempo. El acechador sentido de alteridad se pliega sobre sí mismo para convertirse en una virtud. Se siente maravilloso renunciar finalmente a ese sentido de ser menos que un hombre normal declarando que eres algo completamente distinto.

Pero es una identidad falsa. Como pude constatar de cerca, las valientes afirmaciones no acaban con la compulsiva búsqueda por masculinidad. No hay resolución, no hay revelación del verdadero yo.

Mi lucha

El primer paso en teshuvá es ver claramente que se ha cometido un error. La Torá demanda que uno admita verbalmente la trasgresión, decirla en voz alta. Esta no es una confesión para nadie más que para nosotros mismos. Dios ya sabe.

Suena simple, pero todos justificamos nuestros errores. Y es incluso más difícil perforar fachadas falsas que nosotros mismos hemos construido para cubrir profundos pozos de dolor y vergüenza.

Mi primera lucha fue por la verdad de mis propias percepciones. No vi la prometida felicidad y realización en la comunidad gay, a pesar de lo que “todo el mundo” decía. Y a pesar de lo que “todo el mundo” sabía sobre esos retrógrados judíos observantes, yo vi —y recibí— más conexión real, confianza, amor y alegría en familias y comunidades judías que en ningún otro lugar. Sin importar cuán inseguro me sentía yo de mi valor, no me sentí como que había sido creado diferente a los judíos que estaban viviendo esa vida de familia y comunidad.

Comencé a excavar para desenterrar la verdad.

Aprendí que hogares como el mío son comunes entre hombres con deseos homosexuales.

Descubrí que hay evidencia insuficiente para el alegato de que la homosexualidad es genética o biológicamente predeterminada. En vez de eso aprendí que hogares como el mío son comunes entre hombres con deseos homosexuales. Descubrí que los grandes fundadores de la psicología, desde Freud y Jung hasta 1960, habían descrito cómo los problemas en aquellos hogares conducían a la atracción homosexual. Aprendí que sus estudios nunca fueron desaprobados, sino que simplemente fueron silenciados. Al igual como personas cuyas defensas fantasiosas se vieron amenazadas por mis propias observaciones me silenciaron a mí, diciéndome que no creyera en mis propios sentidos y sentimientos.

Descubrí que los homosexuales declarados aún sufrían depresión, suicidio y abusos de sustancias a tasas varias veces mayores que la población general. Y que muchos hombres gay se conformaban con una vida de breves, compulsivas y a menudo anónimas uniones sexuales, marcadas por elevadas tasas de abuso físico.

Mi punto de apoyo en las comunidades judías y el apego a la Torá —a una medida externa de valores morales que se ha mantenido en el tiempo— mantuvo mi perspectiva arraigada en la realidad. La explotación por acuerdo mutuo no era amor. Las relaciones que había tenido con hombres mayores no eran una guía saludable. No podía seguir engañándome inventando mis propias y convenientes definiciones.

Tenía que luchar para descubrir y admitir verdades, dolorosas verdades que terminarían llevándome a un camino más largo y más solitario que el ofrecido por los "expertos".

Tuve que aceptar que mi dolor era causado por trauma interno, en vez de prejuicio externo.

Tuve que aceptar que sanar requeriría trabajo duro para cambiar mis hábitos y mi mentalidad, y en el camino tendría que desenterrar y revivir episodios profundamente dolorosos. Para restaurarme a mí mismo y reinsertarme a la comunidad de hombres reales, tendría que renunciar a la comodidad narcisista de ser "especial", superar miedos paralizantes y arriesgarme a ser rechazado. También tendría que renunciar y estar de duelo por relaciones que nunca sanarían y encontrar a otras personas a las cuales querer y en quienes confiar.

A medida que me aconsejé con amigos tanto en el mundo gay como en el mundo de Torá, surgió una paradoja: aquellos que se llamaban a sí mismos humanistas liberales afirmaron que yo era como un animal, que mi naturaleza esencial era irreversible, y que no había una dimensión más alta para "complacerme a mí mismo" más allá del abandono sexual. Y el judaísmo de Torá —descartado por ellos como primitivo— afirmaba que yo era libre de definirme a mí mismo y de generar lazos profundos con otros a través de la cualidad humana del libre albedrío.

Retorno versus cambio

Después de la lucha por la verdad, viene la lucha por actuar en base a esa verdad.

Las personas preguntan, "¿Cómo cambiaste tu orientación sexual?" pero el lenguaje de la pregunta revela nociones incorrectas sobre la homosexualidad.

Yo no tuve que "cambiar" nada, dado que la atracción sexual que sentí hacia otros hombres no era mi verdadera naturaleza.

Yo no tuve que "cambiar" nada. La definición de teshuvá es regresar al verdadero yo de uno mismo, al alma. La atracción sexual que sentí hacia otros hombres no era mi verdadera naturaleza; era un intento motivado por mi ietzer hará, mi yo más bajo, para satisfacer necesidades no cubiertas, era un síntoma de oportunidades de desarrollo perdidas y percepciones distorsionadas.

El camino de curación para los hombres luchando con estas atracciones se enfoca en las causas subyacentes. Construimos relaciones de confianza que satisfacen nuestra sana necesidad de relaciones con hombres de una forma no sexual.

La Torá no prohíbe las necesidades sinceras y saludables. Nos advierte que estas necesidades pueden llevarnos a caminos emocionales sin salida, y nos guía hacia formas saludables de satisfacerlas, y de crecer a través de ellas.

Cuando estas necesidades son cubiertas —cuando los hombres ya no son misteriosos o inalcanzables—, la atracción sexual hacia los hombres disminuye. A medida que encontré mi propio poder masculino dentro de mí, la necesidad de buscar y consumir la masculinidad de otro hombre se debilitó. Y calzando en un patrón típico de este tipo de curación, encontré que sentirme mejor conmigo mismo como hombre me llevó a sanas y normales atracciones heterosexuales.

La vida comunitaria judía provee muchas oportunidades para la amistad y la camaradería masculina. He encontrado muchos padres y hermanos y esta ha sido una herramienta básica de curación para mi.

Una organización comunitaria dedicada a ayudar a judíos a lidiar con sus deseos homosexuales me entregó apoyo específico con una orientación judía que no podría haber recibido en otro lugar. Ellos me permitieron expresar mis sentimientos más profundos por primera vez en un círculo de hombres amorosos y aceptadores, y me refirieron a profesionales de terapia que tenían conocimiento sobre sexualidad y judaísmo, y compartían mis metas en términos de terapia.

El judío homosexual

Hay varias ventajas únicas para el judío que lucha contra la homosexualidad:

El judaísmo ve a las personas básicamente como buenas. No hay concepto de “pecado original”, lo que facilita forjar una visión sana y positiva de uno mismo y del mundo.

Yo encontré un ideal masculino positivo dentro del judaísmo que identifica a la masculinidad con la sabiduría y la lealtad.

Descubrí que el retorno y la reparación no son sólo posibles, son la razón por la que estoy aquí. Son la esencia de Tikún Olam, ‘reparar el mundo’. Esta actitud me ayudó a liberarme de un espiral descendente de pasividad, miedo al fracaso e inactividad, y sigue ayudándome a lidiar con inevitables altibajos.

Encontré un ideal masculino positivo dentro del judaísmo que identifica a la masculinidad no sólo con la conquista sexual o la proeza deportiva, sino con la sabiduría, la lealtad y otras virtudes. El judaísmo le da a los hombres oportunidades de realizarse como estudiosos, esposos, padres, hermanos y vecinos.

Los caminos de curación generalmente no son rectos, sino circulares o en zigzag. Cuando yo controlaba mis impulsos, aprendía una nueva habilidad o construía una nueva amistad, eso me daba el apoyo necesario para lidiar con sentimientos que fueron una vez demasiado dolorosos de desenterrar. La introspección y el hecho de lidiar con esos sentimientos condujeron a más cambios de conducta y mejores relaciones. Similarmente, el intenso trabajo con terapeutas fue seguido de arduo trabajo para traducir esos nuevos conocimientos en hábitos de vida. Y desde esa nueva posición, pude adquirir una nueva perspectiva.

¿Qué hay de Dios?

Nuestra relación con Dios depende directamente de nuestra relación con nuestros padres. Mi relación con Dios ciertamente contiene elementos de una relación padre-hijo que he anhelado por mucho tiempo. Pero también acarrea viejos temores y enojos. Aún tengo miedo de ser rechazado o avergonzado por Dios. Tengo miedo de Su poder sobre mí, porque mi padre abusó de su poder sobre mí.

Entonces mi acercamiento a Dios es a veces indirecto —a través de la Torá, a través de maestros y otras personalidades con quienes he construido relaciones cálidas y de confianza—. Dios está allí, como dice el salmista, "mirando desde la grietas". Me concentro en corregir la visión distorsionada con la que fui criado y ver la verdad claramente. Ese esfuerzo también está revelando gradualmente una visión más verdadera de Dios.

He encontrado modelos reales de masculinidad y heroísmo en las páginas de la Torá y el Talmud y en cada comunidad judía en la que he vivido. La calidez, compromiso y fuerza de mis maestros y vecinos me ha ayudado a sentar bases firmes. Hoy formo parte de la comunidad judía: me casé, formé una familia y me transformé, espero, en un buen padre. Recientemente celebramos el Bar Mitzvá de nuestro hijo mayor.

Finalmente he regresado... a una imagen sana y balanceada de mí mismo.

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