Nuestra batalla casi mortal contra el COVID-19

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No me sentía muy bien y fui a hacerme un test diagnóstico. Veinticuatro horas más tarde estaba conectado a un respirador, luchando por mi vida.

SHIMON: Acababa de finalizar mi mejor trimestre en la historia de mi pequeño negocio, por lo que no estaba demasiado preocupado por las finanzas y podía relajarme y disfrutar de las vacaciones impuestas por este virus.

No me sentí muy bien durante algunos días y pensé que era posible que hubiera contraído una versión suave del COVID-19, como muchos de mis amigos de la comunidad de Los Ángeles, pero no estaba preocupado. Decidí hacerme un test para descartar el virus y fui con mi esposa a los consultorios externos del centro médico de la Universidad de California.

Veinticuatro horas más tarde estaba conectado a un respirador, luchando por mi vida.

LEAH: Varios de nuestros amigos habían experimentado cuadros con “diez días de fiebre”, así que cuando Shimon no se sintió bien, todo el tiempo que su fiebre se mantenía estable (¡y yo lo controlaba 5 veces al día!), todo estaba bien… o al menos eso fue lo que pensamos. El médico de Shimon sólo le dijo que permaneciera en casa.

Un amigo médico sugirió que Shimon se hiciera un test de diagnóstico para que supiéramos exactamente a qué nos enfrentábamos. El médico dijo que su saturación de oxígeno era 84, lo cual es muy bajo, y que tenía que quedarse allí a pasar la noche. No teníamos idea de que mi esposo, a pesar de verse completamente normal, llevaba dentro una "bomba de tiempo".

Eso fue el jueves a la noche. El viernes ya estaba en terapia intensiva, y el viernes a la noche lo conectaron a un respirador. Él me escribió un mensaje de texto diciéndome cuánto me amaba, que lo iban a conectar al respirador y que por favor rezara por él. Basado en todas las historias de horror que había escuchado sobre el COVID-19, pensé que ese sería el último mensaje que recibiría de mi esposo.

SHIMON: Tengo sólo algunos recuerdos borrosos sobre las siguientes tres semanas en terapia intensiva. Pésaj ni siquiera fue un evento, apenas supe que era Pésaj.

Recuerdo claramente a mi esposa Leah diciéndome que luchara por mi vida y que le suplicara a Hashem que me ayudara. Esta fue una de las muchas veces en las que mi esposa literalmente me salvó la vida.

LEAH: El mes siguiente fue una montaña rusa. Apenas lograba dormir y cuando me despertaba en medio de la noche y veía la cama de Shimon a vacía, temía lo peor. No había nada que yo pudiera hacer. No podía estar a su lado porque no permitían visitas. Los hospitales estaban completamente aislados. Todo lo que podía hacer era llamar por teléfono al hospital. Se me detenía el corazón cada vez que sonaba el teléfono. Eventualmente intentaron establecer llamadas por zoom. Por lo menos podía verlo, cuando la conexión funcionaba… El aislamiento impedía que mis hijos casados y mis nietos pudieran acompañarme y darme fuerzas.

En consecuencia comencé a abstraerme, a buscar refugio en mi interior. Recé desde lo más profundo de mi corazón. Lloré mucho. Sabía que esto era una llamada para despertarme. No podía creer cuántas cosas tomaba por obvias. Cuando enfrenté el miedo de perder a Shimon, todo lo que vi fue la realidad de quién es: su bondad, sus increíbles cualidades personales y su paciencia excepcional. Rezaba desde lo más profundo de mi ser. A cada momento sentía que nunca más lo iba a tomar como algo obvio. ¡Shimon, te amo! ¡NO TE MUERAS!

Esas semanas fueron más intensas que todos los Iom Kipur que experimenté en mi vida.

La segunda semana, cuando estaba en el respirador, fue Pésaj, una festividad de tres días en los que no podría usar el teléfono, a menos que fuera un asunto de vida o muerte. Cuando los médicos trataron de dejar de sedarlo y la incomodidad lo puso muy nervioso, me pidieron que lo calmara por teléfono. Era surrealista: en Shabat mantuve una llamada por video con la unidad de terapia intensiva haciendo todo lo que estaba a mi alcance para tratar de salvar la vida de mi esposo.

Honestamente, me sentía terrible. Mis hijos me mantuvieron cuerda. Mis hijos mayores de mi primer matrimonio mantuvieron en funcionamiento la casa y cuidaron a nuestra hija menor. Los amigos nos trajeron muchas comidas deliciosas. Mi hijo condujo un maravilloso Séder de Pésaj y yo me obligué a mí misma a comer. (¡La obligación de beber vino también ayudó!). Incluso ocasionalmente me reí.

Traté de aferrarme a la enseñanza de la Rebetzin Dina Weinberg respecto a que la noche del Séder tiene fuerza para darnos fe para el resto del año. Traté de aprovechar esta energía para fortalecer mi relación con Dios. Oí la voz de Rav Nóaj Weinberg zt''l, quien una vez cuando atravesé una dificultad me dijo: “¿Cuándo vas a aprender que Dios te ama?”. Trabajé para conectarme profundamente con el amor de Dios y con el "abrazo" de esa prueba. De alguna manera logré seguir adelante.

SHIMON: Me maravilla pensar en todos los milagros que salvaron mi vida y es un desafío aceptar la responsabilidad de vivir una vida con mayor propósito y enfoque.

El equipo de terapia intensiva no podía entender cómo alguien como yo, sin ningún factor de riesgo, llegó a estar tan enfermo. No tengo sobrepeso, ni diabetes, ni nada que ponga en compromiso mi sistema inmune. Para mí, es obvio que me enfermé porque ese era el plan.

Sólo dos meses antes, nuestro agente de seguros nos recomendó que pagáramos otros 50 dólares por mes para tener acceso al Centro Médico de la Universidad de California. Esos 50 dólares me permitieron recibir la atención médica más maravillosa en la unidad de terapia intensiva y luego en el centro de rehabilitación afiliado con la Universidad de California. Este se considera el mejor sistema para el tratamiento de COVID-19 al occidente del río Hudson, y todos los gastos estuvieron cubiertos.

Otro milagro tuvo lugar durante la tercera semana que estuve en terapia intensiva. Me entubaron por segunda vez debido a una infección secundaria de neumonía. Cuando por tercera vez pensaron que no estaba suficientemente fuerte para respirar por mí mismo, el equipo médico quiso insertar una traqueotomía para controlar mi oxígeno antes de tratar de volver a sacarme del respirador. El problema (que terminó siendo una bendición), fue que aunque ya habían pasado varias semanas, mis exámenes de COVID seguían resultando positivos, por lo que no podían hacerme una traqueotomía. Todos los centros de rehabilitación (incluso los que asisten a pacientes con traqueotomías) sólo aceptaban pacientes COVID negativos. Durante esos días adicionales mejoré a tal grado que estuvieron dispuestos a arriesgarse a entubarme por tercera vez, lo que permitió evitar la traqueotomía, lo que hubiera necesitado un período de recuperación mucho más largo y complicado. Además, cuando estaba listo para salir del hospital y ser transferido a una clínica de rehabilitación, de repente mis pruebas de COVID resultaron negativas.

LEAH: Yo me alegré mucho cuando del hospital me informaron que iban a retirar a Shimon del respirador por primera vez y que podría respirar por sí mismo. Todavía estaba preocupada, pero pensé que había alguna posibilidad de que él pudiera volver a casa para los últimos días de Pésaj. Pero parece que Dios no había terminado de enviarnos su llamado para despertarnos. Necesitábamos cambiar más, hacer más introspección, rezar más. Shimon contrajo una neumonía secundaria y volvieron a conectarlo al respirador.

Por todo el mundo se pidió que rezaran por él. Traté de obtener bendiciones de muchos Rabinos grandes y sagrados. Recité un capítulo tras otro de Tehilim y muchas otras plegarias. Una amiga que vive en la Ciudad Vieja de Jerusalem me hacía llamadas por video cada vez que un pequeño minián en el Muro Occidental decía Salmos y plegarias por los enfermos. Estuve en contacto con expertos y equipos médicos y seguí de cerca las últimas novedades sobre los estudios respecto al COVID.

Sin importarme si Shimon podía o no escucharme, le decía por teléfono: “¡Debes rezar por ti mismo! Tus plegarias son más poderosas que las mías!”. Le gritaba: “¡Lucha contra esta bestia!”.

La montaña rusa continuaba, más luz, más oscuridad. Por segunda vez lo sacaron del respirador. Pero no estaba bien y volvieron a conectarlo una tercera vez. Nuevamente el miedo. Ya llevaba tres semanas en terapia intensiva. Entonces milagrosamente Shimon pudo salir por tercera vez del respirador, sin una traqueotomía.

Estaba muy nerviosa hasta que finalmente salió del hospital. Corrí para encontrar la ambulancia que lo llevó al centro de rehabilitación, donde no volví a verlo durante otras dos semanas. ¡Logré verlo afuera durante todo un minuto, antes de que nuevamente lo aislaran!

SHIMON: La pregunta que me sigo formulando es por qué era tan crítico enviarme semejante llamado de atención. Yo sé que soy terco, pero de todas formas… El Talmud enseña que si una persona pone la mano en el bolsillo para sacar una moneda de diez centavos y saca una de cinco, eso se considera un sufrimiento que requiere que se evalúe a sí mismo. Pero claramente en el Cielo decidieron que para entenderlo yo necesitaba un poco más… algo así como tres semanas en terapia intensiva con 50 por ciento de posibilidades de sobrevivir.

¿Qué fue lo que aprendí? Muchas cosas. Pero lo más importante: a valorar a mi amada esposa. Ella puso su vida en pausa y no durmió durante varias semanas, perdió 4 kilos y medio, derramó un océano de lágrimas y movilizó a todo el mundo para que sacudieran los Cielos por mí.

Si alguien tiene dudas respecto a la eficacia de la plegaria, pueden llamarme a mí o a cualquier miembro de mi familia para discutirlo.

Pido haber entendido el mensaje y hacer los cambios que necesito para no volver a precisar otro llamado de atención como este. En retrospectiva, creo que el COVID-19 nos dio a mí y a mi familia más de lo que nos quitó.

LEAH: Le agradezco a Dios (nunca puedo agradecerle lo suficiente) que mi esposo ya haya salido del centro de rehabilitación y esté en casa. Todavía nos queda un camino por recorrer, pero Shimon volvió a ser él mismo.

Yo estoy diferente. No voy a ser perfecta, pero hago todo lo que puedo para valorar lo que tengo, ¡Sigo agradeciéndole a Shimon por estar vivo! Pienso en las personas que construyeron matrimonios después del Holocausto. Ellos no se quejaban de cosas tontas como que sus esposos no sacaran la basura o que les pusieran una multa por mal estacionamiento. Ellos habían visto la muerte frente a sus ojos y tenían una perspectiva mejor.

Siento que nosotros somos los sobrevivientes afortunados.

Quiero agradecer especialmente a todos los que rezaron y ayudaron a mi familia, al Dr. Iosi Englanoff, mi maravilloso abogado, y al equipo médico de UCLA, especialmente a Luis y a Rajel, los mejores enfermeros que existen.

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