El "Procedimiento" de mi Doctor

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Un pequeño tumor. Si Él pudo crearlo, seguro que Él puede hacerlo desaparecer.

Los doctores son personas fascinantes, y no sólo porque sostienen la muerte en una mano y la vida en la otra. Ellos son distintos a nosotros. Son diferentes porque son los máximos especialistas, y están totalmente dedicados a su profesión.

Mi doctor, que se especializa en problemas de "plomería" (para halagarlo yo lo llamo hidrólogo), no es una excepción. Él es un gran médico, pero sus aptitudes sociales están al nivel de las de un dragón de komodo, y su comportamiento médico despertaría a un vampiro en pleno mediodía. Creo que su padre debió haber sido un empresario de pompas fúnebres. Digamos que no es muy encantador.

Pero tiene muchas habilidades y es muy emprendedor, lo cual es el motivo por el que lo estoy dejando que me haga el "procedimiento", no quiera Dios que digamos operación, en una parte tan sensible de mi anatomía. Llamémosla el tanque de agua. Ya lo hemos hecho antes; la extracción de pequeños tumores que invaden el tanque de agua. No hay problema. Los remueves antes de que oxiden el tanque y todo estará bien.

Entonces, hacemos el "procedimiento". (Procedimiento, una suave palabra que niega el dolor, las complicaciones, el riesgo y el peligro. Un procedimiento: como una auditoria fiscal es un encuentro social). Ya terminó, y el doctor guarda su equipo y yo hago lo mismo, tratando de recuperarme. Tan pronto el doctor se había desarmado, apoyando sus armas afiladas y plateadas, yo le pregunte, "Entonces Doc, ¿qué opina?". El jugaba con un aparato que yo no podía ver. No me respondió.

"Entonces Doc, ¿qué piensa?" le repetí. Él sabe lo que yo quiero escuchar y lo que no quiero escuchar. Pero el continuó empaquetando su instrumental, y yo advertí que estaba evitando mirarme a la cara. OH OH...

"Bueno, esperemos al reporte del patólogo". Él se refería a los análisis del laboratorio.

Necesito ayuda. Y no estoy pensando ni en píldoras o suplementos, ni en una dieta baja en carbohidratos o un entrenador personal.

Algo no está bien, volví pensando a casa. Necesito ayuda, y no estoy pensando ni en píldoras o suplementos, ni en una dieta baja en carbohidratos o un entrenador personal. Mi necesidad va más allá de esos medios terrenales. Miro al cielo al meditar en las palabras del doctor (más en su actitud que en sus palabras) y en el resultado que me entregarán en una semana. Una frase de una canción religiosa afro-americana se me vino a la cabeza:

¿Acaso no liberaste a Ioná
del estomago de una ballena y después
a Daniel de la guarida de los leones
con la fuerza del rezo?
Así, el Buen Libro lo declara.

El tiempo lo es todo. Sólo ha pasado una semana, o dos, desde las Altas Fiestas. Si tan sólo hubiera sabido de este problema potencial entonces, hubiera agregado la curación de un pequeño, y no invasivo, tumor en mis fervientes rezos. Pero, espera un minuto, Él ya lo sabía. Y Él sin duda tiene el poder de predecir que yo hubiera incluido la eliminación del tumor en mi lista de pedidos. Ya me siento mejor.

Pero sólo para asegurarme he pedido Su intervención. He incluso le conté a algunos de mis amigos observantes sobre mi situación. No podía hacerme daño que haya más gente pidiendo por mí -ellos deben tener más monedas en ese banco divino que yo.

Un pequeño tumor -un desafío pequeño para Él que causó y después curó la lepra de Miriam. Estoy pensando en una analogía increíble. Él diseñó mi cuerpo, que en alguna forma misteriosa que todavía no entendemos, nutrió ese tumor. Y si Él puede hacerlo, seguro que Él puede hacerlo desaparecer.

Entonces recé. Mi familia y amigos rezaron. Si el Santo Templo hubiera existido, me hubiera montado en un vuelo con descuento hacia Jerusalem, comprado una oveja gorda y sin descuento en el patio del Templo, y lo hubiera llevado para que los Cohanim lo asaran como una ofrenda en el altar. No hay ateos en las trincheras (como decían en la Segunda Guerra Mundial) ni en las salas de operación. A mí simplemente no me gustó la forma en que mi doctor evadió mirarme.

Gracias a mis poderes imaginativos, esa fue una semana muy larga. No tengo ni que decir que me saltaba todas las series médicas de la televisión. Todo lo que tenía un doctor lo pasaba por alto. Entonces, una semana después, en la mitad de Everybody Loves Raymond (a veces sospecho que a mi esposa le gusta más Raymond que yo), el teléfono sonó. Era mi dragón de komodo personal, mi súper especialista y socialmente disfuncional, doctor. Es benigno, me dijo. No hay problema.

¡Qué hábil uso de las palabras! ¡Qué habilidad de comunicación!, con una entonación digna de un diplomático profesional. Él nos debería representar en la ONU. La lengua de oro del doctor haría que ese diablo iraní, la reencarnación de Haman, cambiara su laboratorio nuclear por unas vacaciones de dos semanas en Miami Beach. Ah, el poder del rezo y una vida de virtud.

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