El televisor en el restaurante

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Vivimos en un mundo ruidoso. ¿No puede haber unos pocos lugares donde aún reine el silencio?

Salí a cenar con mi esposo. No entremos en todas las implicancias del COVID-19, excepto para decir que habían abierto las mesas adentro y que no era un restaurante muy popular, por lo tanto las mesas y, más importante aún, los clientes, estaban todavía más separados de lo que requieren las directivas de salud pública.

Cuando nos sentamos, notamos que había un televisor a todo volumen en el fondo. Mi esposo le pidió al mesero que por favor bajara el volumen y él inmediatamente lo hizo. Entonces uno de los dueños del restaurante salió de la parte de atrás y, aparentemente, decidió que quería escuchar las noticias (un evento político en particular) y subió el volumen. Entonces mi esposo le pidió respetuosamente a él que bajara el volumen y también lo hizo, aunque un poco más reacio que el mesero.

Pero esto nos hizo pensar. Yo asumo que, a pesar del obvio interés del dueño, los televisores se ponen en los restaurantes para beneficio de los clientes. Esto no se entiende. Si no se trata de un bar deportivo en donde los eventos en la pantalla son la atracción, y no estás cenando solo (nadie en ese restaurant lo estaba), ¿por qué ver televisión cuando sales a cenar con alguien? ¿No se supone que al menos parte (si no toda) de la idea de la salida es pasar tiempo con tu “cita” (con quien sea que te acompañe: esposo, hijo, amigo, jefe, tía abuela…)? ¿Por qué elegir ver televisión o incluso distraerse por los sonidos y las imágenes de la pantalla de TV?

Incluso si no quieres ver, es difícil mirar para otro lado (la analogía de un choque de autos parece apropiada), por lo que mi esposo me pidió que le cambiara de lugar. Esto parece derrotar todo el propósito de salir juntos. Bastante difícil es no distraernos con nuestros teléfonos; ¿por qué agregar otro obstáculo?

¿Acaso es una de esas cosas (como el color de las paredes del restaurante y el tipo de música que se escucha) que hay estudios que demuestran que afectan la cantidad de lo que las personas piden y cuánto tiempo se quedan en el lugar? (Si la razón es la primera, uno asumiría que los restaurantes desean que sus clientes se vayan lo más rápido posible…)

Vivimos en un mundo ruidoso. Vivimos en un mundo en donde parece que las imágenes y los sonidos “llegan de todos lados”. Incluso cuando vas a jugar al bowling sufres un ataque a los sentidos (estoy recordando algunas experiencias pre-corona) con videos y canciones estridentes sobre las pistas. Yo no lo disfruto. Acepto haber alcanzado un completo estatus de “vejestorio” pero reconozco que así son las cosas ahora (y espero, probablemente en vano, que el silencio vivido durante los últimos meses continúe cuando el mundo vuelva a la normalidad). Excepto en los restaurantes.

¿No debería haber ciertos lugares en donde reine el silencio, en donde lo más importante sea el interés de los clientes de poder comunicarse el uno con el otro? Quizás hemos perdido esa habilidad y la TV enmascara nuestra falta de habilidades sociales o nos permite tomar las cosas con calma. Si es así, eso nos subestima a todos y a todas nuestras relaciones.

Pero creo que lo más probable es que se debe a la flojera y el hábito. Las pantallas de TV están encendidas todo el día en las casas de muchas personas (el estadounidense promedio ve 5,4 horas de televisión al día, lo cual parece imposible a menos que la uses como ruido de fondo), la mayoría de los hoteles tienen televisores en los baños (Dios no permita que haya un instante sin una pantalla). No queremos silencio, no queremos pensar, no queremos ir demasiado despacio.

Cuando nos trajeron la comida, entendimos por qué el restaurante no era tan popular, pero no nos importó. No estábamos ahí por la comida; estábamos ahí para disfrutar un poco de tiempo tranquilo el uno con el otro. Era un día lluvioso y adentro estaba calentito. Podíamos mirar la calle y ponernos al día. Estábamos ahí el uno para el otro y no queríamos que la televisión se interpusiera.

A veces puede dar miedo o ser incómodo estar sin esa barrera externa, pero creo que en definitiva todos nos beneficiaríamos. La próxima vez, antes de elegir un restaurante me voy a asegurar que allí no haya un televisor (y quizás revisaré también los ratings sobre la comida).

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