Hogares imperfectos, tal como deben ser

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No estoy creando un museo de la familia judía norteamericana; estoy creando un lugar para que vivan, coman, estudien y crezcan personas reales.

Hace poco, estudié la Mishná de Pirkei Avot que dice: “Que tu casa sea un lugar de reunión para los eruditos de la Torá…” Al discutir sobre las implicancias de esta idea, me pregunté qué clase de casa yo estaba creando.

Ahora que estoy en el proceso de mudarme, ¿me enfoco en qué me permitirá crear un hogar con significado y bondad o en cómo se verá mejor la sala de estar? ¿Quiero arreglarla para que sea un lugar cómodo para estudiar y conversar o para que se la pueda fotografiar para la revista “Better Homes and Gardens”? Y si ya estamos en eso, ¿para qué queremos casas? ¿Cuál es el propósito de toda esa inversión de tiempo, energía y recursos?

Por supuesto que tenemos una necesidad básica de albergue y protección, pero muchas de nuestras casas exceden en gran medida nuestras necesidades básicas. ¿Cuál es mi verdadera meta para el espacio? Si digo que es para poder ser anfitriona de clases, eventos para recaudar fondos y cenas de Shabat, pero luego me rehúso por el esfuerzo de limpiar mi casa o el miedo de que algo pueda dañarse, entonces he confundido mis prioridades. No estoy creando un museo de la familia judía norteamericana; estoy creando un lugar para que vivan, coman, estudien y crezcan personas reales. Al menos eso es lo que espero estar haciendo. Si eso significa que la pintura no durará y que el piso estará sucio justo después de limpiarlo (¿Quién hubiera sabido que se notaría todo?) y la foto no va a salir en la portada de ninguna revista, pues que así sea.

Mientras caminamos por nuestra nueva casa, comencé a notar una mancha en la pared por aquí, un rayón en el suelo por allá, un armario que no cierra completamente, una puerta mosquitera atorada por un poco de yeso. Aprieto los dientes e intento conquistar mi frustración, pero mi esposo dice: “Qué bueno, ahora no tenemos que preocuparnos de mantenerla perfecta. Ahora los hijos y nietos pueden venir y correr por aquí y nosotros podemos simplemente disfrutarlos.”

Aunque mi respuesta instintiva es decirle: “¡Habla por ti!”, sé que tiene razón. Es una casa, no una obra de exposición.

Y las casas están desordenadas porque allí habitan personas reales. Por supuesto, si vamos a seguir el dictamen de la Mishná y recibir eruditos de la Torá, queremos que la casa esté limpia, pero sabemos que no tiene que ser perfecta. No se trata de la decoración de las ventanas, del color exacto de la pintura ni de un armario perfectamente organizado, digno de ser reconocido en Instagram. Se trata de crear una atmósfera de estudio, de espiritualidad, un ambiente en donde está claro que la relación con Dios tiene prioridad al diseño de interiores.

No estoy criticando la decoración ni a los decoradores. Yo espero que mi casa sea estéticamente agradable. No soy inmune al deseo de crear un espacio atractivo, de escoger cuidadosamente la ropa de cama, las obras de arte e incluso el diseño del jardín. Pero espero poder mantenerme enfocada en la verdadera prioridad, en la clase de hogar que quiero crear, en la clase de personas que quiero atraer, en todo el bien que quiero hacer con este regalo.

La oportunidad de tener una casa propia es un regalo que no debe darse por sentado. Espero que la mía sea un vehículo a través del cuando pueda compartir la gloria de Dios con aquellos que amo. Y si algo de esa gloria se expresa a través de nuevos sillones y cojines…

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