Nuestros hijos están mirando

3 min de lectura

¿Qué les enseñamos a nuestros hijos cuando gritamos y maldecimos durante un partido de fútbol?

En 1991 después del juicio de Rodney King, hubo disturbios en Los Ángeles. Uno de los mayores componentes de esos disturbios fue el saqueo de tiendas locales. El saqueo fue transmitido por televisión con imágenes muy claras de hombres y mujeres que salían de los negocios con bicicletas, pañales, televisores, ropa y artículos de tocador.

Yo asumo que los hogares a los que regresaban también tenían televisores. ¿Cómo se sintieron sus hijos cuando reconocieron a sus padres saliendo de las tiendas con toda esa mercancía “gratis”? ¿Estaban emocionados con sus juguetes nuevos? ¿Qué lección creían que les estaban enseñando a sus hijos? ¿Les importó?

¿Cómo reconciliaron sus acciones con lo que les estaban mostrando a sus hijos?

La misma pregunta la tuve al escuchar a algunas mujeres hablar sobre los entrenadores de fútbol de sus hijos y, lo que es aparentemente peor, los otros padres. Parece ser que la cancha de fútbol se ha convertido en un laboratorio de carácter, un campo donde se exhibe tanto lo bueno como lo malo. Aunque estoy segura de que la mayoría de los padres quieren que sus hijos disfruten del deporte, que desarrollen hábitos de ejercicio saludables, que aprendan un buen espíritu deportivo y que simplemente la pasen bien, ellos no son los únicos que están ahí. Hay padres que gritan, padres que maldicen, padres que son desagradables, padres que son abusivos, padres que son violentos… Todo para ganar un partido de fútbol de escuela secundaria.

¿Acaso ellos se detienen un instante para reflexionar sobre lo que les están enseñando a sus hijos? ¿Reflexionan un segundo antes de gritarles a sus hijos o a los compañeros de equipo de sus hijos?

Parece incomprensible y sin embargo, me han dicho, esta mala conducta es algo rutinario, lo cual obligó a las madres a tomar el tema en sus manos e insistir en despedir a ciertos entrenadores o a prohibir que ciertos padres estén en las gradas.

En realidad no lo entiendo (¿Soy demasiado ingenua?). ¿Somos tan frágiles que nuestra autoestima depende de un juego de béisbol infantil y de la proeza física de nuestro hijo de 10 años? ¿Estamos reviviendo nuestra infancia, intentando corregir errores y desaires del pasado? No importa cuál sea el motivo, la conducta es claramente equivocada y necesita ser revisada. ¿Por qué estos padres no piensan en el impacto que tienen sobre sus hijos (quienes probablemente se estremecen de vergüenza en la parte trasera de la cancha)?

Aparentemente ellos han perdido toda la perspectiva. Parecen estar enfocados en objetivos equivocados. Me sorprende, porque vivimos en una época de gran consciencia psicológica. Me sorprende porque abundan las clases para padres y los libros de educación. Me sorprende porque mi generación y las posteriores nos enorgullecemos de ser padres considerados, involucrados y preocupados.

Pero a menos que nos entrenemos para responder de forma diferente, en los momentos de estrés, entusiasmo o grandes emociones se revela nuestro carácter más básico. Esto se aplica a todos en todas las situaciones. Todos somos propensos a “perder el control”, a no estar a la altura de la ocasión, a que nos presionen, a dejar surgir nuestros instintos más bajos.

Nuestro trabajo es reconocer esas situaciones detonantes y estar preparados. Si ver a nuestros hijos en la cancha de fútbol nos lleva a emociones y acciones negativas, deberíamos quedarnos en casa. Podemos pensar que al ir apoyamos a nuestros hijos; pero créanme, si perdemos el control ellos preferirían que no estuviéramos ahí. Si el hecho de que nuestros hijos ganen o pierdan significa demasiado, deberíamos quedarnos en casa. Ellos no quieren y no necesitan la presión y termina siendo destructivo para todos los involucrados. Si no podemos disfrutarlo como una experiencia ligera y divertida de la infancia, tenemos que quedarnos en casa. Quizás nos avergonzaremos cuando nuestro vecino pregunte dónde estábamos, pero nos avergonzaremos más si vamos y actuamos de forma inapropiada.

Cada una de nuestras acciones es una oportunidad para que nuestros hijos aprendan y crezcan. También es una oportunidad para nosotros mismos. Podemos aprovechar esas oportunidades o perderlas. Como sea que respondamos, nuestros hijos nos miran. De nosotros depende asegurar que les guste lo que ven y que lo que vean sea una buena lección para su futuro.

EXPLORA
ESTUDIA
MÁS
Explora
Estudia
Más
Contacto
Lenguajes
Menu
Donar
Únete a nuestro newsletter
Redes sociales
.