Pensé que tenía más tiempo

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Lo único que tenemos es este momento.

Uno de los rabinos que habló en la sinagoga este Rosh Hashaná (de acuerdo, ¡fue mi esposo!) dijo algo simple pero muy fuerte; un punto que continúa resonando en mis oídos semanas más tarde. El verano pasado, falleció un buen amigo de mi esposo. Pero “amigo” es una palabra inadecuada. Esta categoría puede incluir diferentes clases de relaciones. Lo que hacía única a esta persona en la vida de mi esposo era que en realidad fue más un mentor y un apoyo – económico, emocional, en lo práctico… Él era una roca. O así parecía…

El golpe fue repentino: al caminar por el campo de golf (su actividad favorita en su tiempo libre), tuvo un ataque al corazón, cayó al suelo y eso fue todo. Sin despedidas, sin oportunidades para reparar las cosas (si era necesario) o de hacer planes (aunque él era del tipo de haber planeado con anticipación). Nos sentimos aturdidos, desconsolados y apesadumbrados.

Mi esposo todo el tiempo me decía: “Pensé que tenía más tiempo. Pensé que tenía más tiempo”. Más tiempo para buscar su consejo y pedirle respuestas a preguntas importantes. Más tiempo para cultivar su apoyo. Más tiempo para que pudiera ir a ese primer viaje a Israel que estaba programado para octubre. Más tiempo…

Todos pensamos que tenemos más tiempo. Y todos postergamos las cosas para ese escurridizo momento en el futuro. Todos estamos esperando un momento mágico para que nuestras vidas realmente comiencen: cuando nuestros hijos comiencen sus propias y exitosas vidas, cuando se gradúen en la universidad o consigan buenos empleos o se casen o nos den nietos… Ahí es cuando realmente empezaremos a vivir. Cuando termine el siguiente proyecto, cuando sean las vacaciones de verano, cuando renuncie a este empleo y consiga uno diferente, cuando me jubile; ahí es cuando comenzará mi vida verdadera.

Pero no sabemos cuántos de esos momentos futuros tendremos. O, si los tenemos (Dios quiera), cómo serán. Lo único que tenemos es el ahora, este mismo momento. Y en este momento podemos elegir ser nuestro mejor yo – o no. Podemos escoger aprovechar el momento al máximo – o no. Podemos realizar nuestro potencial – o no.

Si no lo hacemos, habremos desperdiciado un momento que no podemos recuperar. A veces desperdiciamos un día: nos sentimos letárgicos y dejamos que el día pase. Pensamos que comenzaremos de nuevo mañana. Es el famoso patrón de los que viven haciendo dietas. Rompemos nuestra dieta, decidimos que el día está perdido, nos consentimos con más comidas que engordan y prometemos empezar de nuevo mañana.

Pero, que Dios no lo permita, si no tenemos un mañana, entonces desperdiciamos ese día, perdido en una niebla de azúcar y carbohidratos o de ver TV en exceso o… nombra tu vicio.

No estoy diciendo que a veces no necesitemos un descanso (¡como al final de cada día!). Todos necesitamos recargar nuestras baterías. Necesitamos vacaciones largas, vacaciones cortas y, en el medio, vacaciones medianas. Pero las vacaciones no son la meta de la vida.

Todos soñamos con un mañana mejor y es maravilloso utilizar nuestros talentos para intentar que eso ocurra. Pero incluso el mañana no es la meta de la vida. Aprovechar al máximo el hoy sí lo es. Lo único que tenemos es este momento, ahora mismo. Nada más está garantizado o prometido.

Esta no es una idea nueva, pero me llegó muy profundo y con una nueva fuerza cuando falleció nuestro amigo. Y este año le dio forma a todo nuestro enfoque de las Altas Fiestas. Realmente lo extrañaremos. Que el entendimiento y enfoque que recibimos de su fallecimiento ayuden para elevar su alma.  

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