Visitar a los enfermos

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Extenderles la mano a los demás en los momentos de dificultad.

Ella me llevó a ver asilos de ancianos para mi madre. Yo podría haberlo hecho sola, pero ella me acompañó… Nunca lo voy a olvidar”.

Después de la quiebra del negocio de mi marido, dos buenos amigos nos ofrecieron préstamos sin interés. No necesitábamos el dinero, pero saber que había gente que se preocupaba por nosotros nos dio mucha confianza en un momento horrible”.

Cuando mi hija enfermó, dos amigas me dijeron que comenzarían a encender las velas de Shabat en su mérito. Fue un gesto muy considerado, me dio mucha fuerza saber que todas las semanas estaban pensando en nosotros”.

Últimamente le he estado preguntando a la gente qué gestos de otras personas les habían sido de ayuda en los momentos de dificultad. Me enteré que todo el mundo tiene una historia para contar y que, en la mayoría de los casos, los gestos que los ayudaron a atravesar sus peores momentos son aquellos que en su momento parecieron ser los más pequeños.

Ella vino de visita y me trajo su famoso dulce casero. Nos sentamos, comimos y hablamos, me hizo sentir mucho mejor…”.

Y lo opuesto también es cierto: escuché de oportunidades desperdiciadas, momentos en que la gente no reaccionó, en que aparentemente a nadie le importó. Por lo general esas emociones siguen frescas muchos años después.

Recuerdo como si fuese ayer el primer evento social al que fui después de la muerte de mi esposo. Me senté sola en el rincón, nadie vino a hablar conmigo y me fui temprano…”.

Comencé a recolectar estas historias el verano pasado, cuando le diagnosticaron cáncer a mi esposo. Todo el mundo nos preguntó si necesitábamos ayuda, y en un inicio nuestra respuesta fue no. Después de todo, mi marido todavía podía arreglárselas solo y yo todavía podía hacer las compras y cocinar para los chicos. En el aspecto práctico, teníamos todo lo que necesitábamos.

Quien visita al enfermo remueve un sesentavo de su carga.

Pero en el plano emocional no era así. Deseábamos que los demás nos ayudaran con nuestra carga, pero no sabíamos cómo pedirlo. El Talmud dice que quien visita al enfermo remueve un sesentavo de su carga. Lo que aprendimos durante la enfermedad de mi esposo es que esto se puede cumplir incluso con poca fanfarria, por medio de las visitas y los favores más comunes.

Dos días después del diagnóstico de mi marido, una vecina nos llamó anunciando: “Les llevo la cena”. “No”, le respondí; tenía el refrigerador lleno de comida y no necesitaba que nos ayudaran con eso. Además, ella ya nos había hecho un favor verdadero al cuidar a nuestros hijos poco tiempo atrás. Pero ella vino igual, haciendo malabares para sostener las bandejas con comida de nuestra rotisería favorita. Yo no lo podía creer, había traído toneladas de delicias que nunca antes habíamos comprado. “¡Esto cuesta una fortuna!”, me quejé, pero ella ya había dejado la comida en casa. Fue sólo después, cuando mi marido y yo hablamos sobre esa comida, que nos dimos cuenta que la ayuda práctica que ella nos había dado era bienvenida, pero el regalo extra (toda esa comida) es lo que nos hizo sentir que realmente nos quería.

Un amigo pasó por el hospital para traernos cappuccino y galletitas; otro viajó 150 kilómetros ida y vuelta sólo para visitarnos por un par de horas cuando mi marido necesitaba compañía. Mi marido y yo disfrutamos esos aparentemente pequeños gestos, y nos maravillamos por lo generosos que parecían ser y lo especiales que nos hicieron sentir.

¿Cómo estás?

Visitar al enfermo, bikur jolim, es una mitzvá importantísima; la Torá relata cómo Dios Mismo visitó a Abraham cuando estaba mal (Génesis 18:1). Consolar a las personas que están aquejadas generalmente no requiere más que estar allí con ellas. Son los gestos pequeños que expresan “estoy aquí para ti” los que nos ayudan a conectarnos con los demás. De hecho, el gran sabio talmúdico Rabí Jama explicó que cuando Dios visitó a Abraham sólo le preguntó cómo estaba; eso fue suficiente consuelo.

Pensé en esto recientemente, cuando me crucé con una conocida que no veía hace tiempo. “¿Cómo está tu mamá?”, le pregunté. Estábamos en un cuarto con mucho ruido y ella me escuchó mal. “¡Mi papá no anda tan bien!”, gritó, y me contó lo que estaba pasando. Había tantas cosas que le preocupaban, tantas cosas que necesitaba compartir, que el sólo hecho de preguntarle cómo estaba le abrió las puertas para una muy necesitada descarga emocional. Durante unos momentos estuvimos unidas, compartiendo y aliviando su carga.

Cuando era pequeña, mi papá perdió su trabajo. Un día encontramos bolsas de comida frente a nuestra puerta. Recuerdo sentirme sumamente segura al saber que había gente en nuestra comunidad que nos podía ayudar”.

Me aterraba tener que decirle a mi hija que no podría ir al paseo de la clase, pero las otras familias de su clase contribuyeron creando un fondo para los niños que no podían costearlo”.

Mientras mi marido estuvo enfermo, nuestra comunidad nos dio mucha fuerza. Cuando le dieron el diagnóstico, le pedí a la gente que rezara por él. A las pocas semanas escuché sobre gente de todo el mundo que había agregado su nombre a la lista de enfermos de las sinagogas o que le habían dado su nombre a algunos grupos de mujeres que dicen Salmos para la sanación de las personas. Algunas amigas se comprometieron a encender las velas de Shabat en su mérito. Incluso nos enteramos, varios meses después, que un buen amigo había comenzado a estudiar Torá con otras personas de nuestra comunidad en mérito de su recuperación. Nos impacto profundamente el hecho de que a pesar de estar enfrentando nuestros desafíos más difíciles, igualmente podíamos ser catalizadores del bien.

En medio de la enfermedad de mi marido, algunas amigas de la sinagoga decidieron prepararnos la cena de Shabat. La mujer que traía la comida paró accidentalmente en una casa vecina y estaba a punto de entregar la cena cuando advirtió el error. Disculpándose (y dejando una botella de jugo de uvas para desearles a nuestros vecinos un Shabat shalom), nuestra amiga vino a casa a traernos la comida. Más adelante, cuando hablé con la vecina que casi recibe nuestra comida, nos dijo que éramos sumamente afortunados. Ella era nueva en el vecindario y ahora estaba pensando unirse a una sinagoga, motivada en parte por la imagen de una comunidad que se une para apoyar a sus miembros.

Aquí hay algunas sugerencias que he aprendido en conversaciones y en base a mis propias experiencias familiares, sobre cómo conectarse con otras personas durante tiempos difíciles:

  1. Deja que la otra persona guíe la conversación. Por lo general sólo hace falta preguntarle a alguien cómo está para que se abra y comparta sus dificultades.

  1. Pasa tiempo con la gente. Incluso sentarse con una persona durante unos minutos para tomar un té es suficiente para hacerla sentir acompañada en los tiempos difíciles.

  1. Date cuenta que no necesitas actuar. No hay nada mágico que puedas decir para ahuyentar los problemas de la gente; mostrar que te interesas es suficiente para aliviar su carga.

  1. Los gestos pequeños pueden hacer una gran diferencia. Nunca olvidaré la taza de cappuccino que una amiga me trajo al hospital.

  1. No hace falta que lo hagas solo; cuando consueles a las personas, haz que tu comunidad te ayude. Incluso si es organizando plegarias, grupos de estudio de Torá o una comida comunitaria, darles a los demás la oportunidad de ayudar significa que puedes ser una ayuda mucho más grande para la gente que la necesita

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