Cómo el divorcio de mis padres impacto mi matrimonio

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Las dificultades de mi infancia fortalecen mi matrimonio.

Cuando mis padres se divorciaron yo tenía 8 años. La tarde en que mis padres nos dijeron que se separaban cerró una puerta invisible alejándome de la inocencia de mi infancia. El mundo ya no era el lugar seguro y predecible que había sido el día previo. Nuestro hogar ya no estaba entero; las paredes que yo siempre pensé que eran fuertes resultaron ser endebles y poco confiables.

Desde muy pequeña tuve que aprender a dividir mi tiempo y mis lealtades. Tenía que ser la mejor alumna y la atleta con más logros para compensar todo el quiebre y la imperfección de mi familia.

No existe algo así como un matrimonio que se ame, así que buena suerte.

En la universidad, una de mis amigas que también tenía padres divorciados me dijo que ella nunca se iba a casar. Del divorcio de sus padres había aprendido que el matrimonio es doloroso y disfuncional y que no vale la pena el dolor de cabeza.

Yo le dije: “Debido a que mis padres se divorciaron, yo voy a construir un matrimonio con amor”.

Ella sonrió y me respondió: “No existe algo así como un matrimonio que se ame, así que buena suerte”.

Entendí su amargura. Una parte de mi ser se preguntaba si ella tenía razón. Aunque me sentía motivada a crear el hogar cálido y seguro que deseé con desesperación en mi infancia, me preocupaba no saber cómo lograrlo.

Cuando conocí a mi esposo, no sabía realmente lo que implicaba el matrimonio, y fue difícil. Tuve que aprender cómo construir sin tener un plano. Tuve que imaginarme cómo crear mi propio plano. Pero a medida que creció nuestro hogar y nuestro matrimonio, comprendí que realmente estaba construyendo una conexión más profunda con mi esposo debido al divorcio de mis padres.

Aunque me educaron para dar prioridad a mi carrera, yo elegí dar prioridad a mi matrimonio y a mi familia. Cambié de la facultad de medicina a un master en psicología para poder invertir más tiempo en mi matrimonio y en mis hijos. No lo consideré como un sacrificio para mi familia, era una inversión que hice para mí misma porque mi sueño era crear un hogar cálido y repleto de amor.

Mis padres se separaron sin previo aviso. No peleaban demasiado, así que yo nunca me lo había imaginado. Durante los primeros años de mi matrimonio, estaba hiper-alerta a cualquier desacuerdo con mi esposo. Pensaba que cada discusión era peligrosa, algo que podía transformarse en una fuerza destructiva. Aunque ahora nuestro matrimonio está suficientemente asentado como para que yo entienda que puede soportar nuestras diferencias y nuestros desacuerdos, mi temor al comienzo del matrimonio de hecho evitó que muchas discusiones se salieran de control. Yo decidí que prefería estar felizmente casada antes que tener la razón, y hubo muy pocos temas que permitimos que se interpusieran entre los dos.

Yo elegí tener muchos hijos. Una de las razones es que de niña deseaba una familia grande y feliz. La soledad que sentí al crecer me motivó a crear una vida diferente para mis hijos, y tal vez nuestro hogar cálido y ruidoso existe debido a la casa silenciosa y vacía que quedó tras el divorcio de mis padres.

Yo entiendo que un matrimonio sano requiere buena comunicación, por eso al estudiar psicología pude aprender la ciencia de la comunicación y aprender tanto a escuchar como a entender a los demás.

Una de las mayores bendiciones de venir de un hogar quebrado es la fortaleza mental. Hay algunos niños que no se recuperan de los traumas tempranos, pero aquellos que lo logran son mucho más fuertes y resilientes que los niños que tienen una infancia relativamente fácil. Esta fortaleza mental me dio la capacidad de volver a ponerme de pie ante las inevitables dificultades y tensiones que encuentra cada matrimonio, y no tomarme las cosas de forma personal cuando la vida no satisface mis expectativas.

Mucho de lo que soy y la clase de vida que escogí se debe al desafío que el divorcio de mis padres trajo a mi vida. Mi amiga de la universidad estaba equivocada. Los matrimonios que se aman existen pero no duran a menos que trabajemos en ellos y decidamos amar. A veces las infancias más difíciles nos motivan a tomar esta decisión crucial y nos dan la fuerza para superar los obstáculos que encontramos en el camino.

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