La verdad sobre el amor

4 min de lectura

No amaba a mi esposa cuando me casé.

Soy un tonto enamoradizo ridículamente emocional y demasiado sentimental. Supongo que por eso le dije a mi esposa en nuestra segunda cita que la amaba.

Había hecho un gran esfuerzo hasta ese momento por retenerme. En serio. Quería decírselo en la primera cita, pero sabía que sonaría raro.

Todavía recuerdo su reacción. Me dio una media sonrisa entre tímida y divertida; luego asintió y desvió su mirada hacia el cielo.

No estaba descorazonado por la respuesta. Creo que parte de mí reconoció que ella era mucho más inteligente y modesta que yo.

Sin embargo, a medida que pasó el tiempo, me di cuenta de que ella sabía algo que yo no.

Al igual que para la mayoría de los judíos jasídicos (ambos nos volvimos religiosos siendo adultos), nuestro período de citas duró muy poco tiempo. Después de dos meses de salidas ya estábamos comprometidos, y tres meses después de eso ya estábamos casados.

Estaba enamorado, pero después me casé y todo cambió.

Y durante todo ese tiempo estuve en éxtasis, tenía un fuego que ardía en mi interior de la misma forma en que había ardido en esa segunda cita: estaba enamorado.

Pero después nos casamos y todo cambió.

El matrimonio comenzó a extinguir esa emoción antes de lo que yo habría esperado.

Me esforcé mucho para que el fuego siguiera ardiendo, para mantener la emoción encendida, pero cada vez era más difícil.

Lo que quiero decir es: ¿Cómo puedes sentir ese amor ardiente cuando estás sentado en la mesa conversando sobre cuál es la mejor manera de usar los últimos veinte dólares de tu cuenta bancaria?

¿Cómo puedes sentirlo cuando discutes?

¿Cómo puedes sentirlo cuando crees que lo adecuado es dejar las medias sucias en el piso pero ella tiene la disparatada idea de que hay que ponerlas en el canasto de lavado?

Cuando las preocupaciones mundanas comenzaron a invadir nuestras vidas, me fue imposible mantener el fuego que sentíamos cuando salíamos de citas.

Y al principio eso me estaba volviendo loco. ¡Esa emoción significaba amor! ¡Esa excitación era la forma que tenía para saber que me preocupaba por ella! Pero de repente, la vida se había convertido en algo monótono. Incluso cuando estaba con ella. Particularmente cuando estaba con ella.

Y lo peor de todo es que parecía que cuanto más sentimental y amoroso trataba de ser, menos recíproca era la actitud de ella.

No era que no me estuviera dando amor, sino que simplemente parecía hacerlo en otros momentos.

Como cuando yo me ofrecía para lavar los platos, para hacer la cena después de que ella había tenido un día difícil o, después de que tuvimos una hija, cuando compartía la responsabilidad de cuidarla.

No creo haberlo notado conscientemente durante un tiempo; tan sólo continuó ocurriendo.

Pero creo que tuvo un efecto en mí. Porque a medida que nuestro matrimonio fue progresando, me encontré ofreciendo ayuda en la casa cada vez con mayor frecuencia.

Y, después de cada vez, ella me daba esa mirada. Una mirada de amor absoluto, una mirada suave y hermosa.

Entender lo que estaba ocurriendo me llevó más tiempo del que quiero admitir.

Pero eventualmente entendí. Por medio de dar, por medio de hacer cosas por mi esposa, la emoción que había estado buscando con tanta desesperación comenzó a surgir naturalmente. No era algo que hubiera podido forzar, sino que fue algo que surgió como resultado de dar.

En otras palabas, fue en lo mundano que encontré el amor que había estado buscando.

Y lo más interesante de todo es que una vez que entendí esto en un nivel consciente y comencé a intentar encontrar más oportunidades para dar, más aumentó nuestro amor.

Ahora que ya soy un poco mayor y tengo más experiencia en esta relación, me he dado cuenta finalmente de algo que no había querido admitir durante mucho tiempo, pero que es innegable.

No amaba a mi esposa en esa segunda cita.

No la amaba cuando nos comprometimos.

Ni siquiera la amaba cuando nos casamos.

Amar no es una emoción; amar es un verbo, mejor definido como dar.

Amar no es una emoción. El fuego que sentí había sido simplemente eso: fuego emocional. Se había originado por la excitación de salir con la mujer que creía que podría llegar a ser mi esposa, pero no había sido amor.

Amar no es una emoción; amar es un verbo, mejor definido como dar. Es poner las necesidades de otra persona por sobre las propias.

¿Por qué cuando yo era amoroso al principio de nuestro matrimonio ella no actuaba de forma recíproca? Porque no era por ella, sino que era por mí. Era una emoción que tenía en mi corazón.

E incluso cuando la dejaba salir de mi corazón, no era amor.

Estar tontamente enamorado no es amor. Que le digas a alguien que lo amas no significa que sea cierto.

Por eso mi esposa sólo me sonrió a medias. Ella sabía, a diferencia de mí, qué es realmente el amor.

Y ahora que he comenzado a cambiar la forma en que veo el amor, más me han sorprendido los mensajes de amor que recibí en mi juventud.

Desde las películas de Disney y mis series de televisión favoritas hasta prácticamente todas las canciones pop, el amor se vende constantemente como una emoción que sentimos antes de casarnos. Una emoción que, una vez que uno la tiene, de alguna manera se las arregla para permanecer mágicamente en el matrimonio para siempre.

No puedo imaginar una mayor mentira que esa. Y me entristece pensar en cuánto dieron vuelta por mi cabeza esos mensajes durante tanto tiempo, y en cuánto están dando vueltas por las cabezas de otros también.

Creo que esa puede ser en parte la razón por la cual la tasa de divorcio es tan alta en el mundo occidental. Imagina a toda una sociedad persiguiendo constantemente las emociones que sintieron cuando estaban saliendo de citas. Imagina a toda una sociedad tratando de vivir una película de Disney.

Es una receta para tener un matrimonio desastroso; para tener una sociedad con una tasa de divorcio por sobre el 50%; para llegar al adulterio (el intento clásico para volver a encender la llama); para terminar siendo personas que permanecen casadas en matrimonios funcionales pero sin amor.

Es muy penoso ver cuán común es todo esto. Ver cuánta gente sufre simplemente porque le han mentido.

Esas personas merecen algo mejor; todos merecemos algo mejor.

Es hora de que modifiquemos nuestra forma de referirnos al amor. Es hora de que redefinamos qué consideramos amor.

Porque hasta que lo hagamos, el adulterio continuará siendo algo común, al igual que los matrimonios sin amor y los divorcios.

Seguiremos viviendo una película de Disney en nuestra mente y una tragedia en nuestras vidas.

Haz clic aquí para comentar sobre este artículo
guest
0 Comments
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
EXPLORA
ESTUDIA
MÁS
Explora
Estudia
Más
Contacto
Lenguajes
Menu
Donar
Únete a nuestro newsletter
Redes sociales
.