¿Quién es la persona que causa la mayoría de tus problemas?

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Ni tu peor enemigo te puede hacer tanto daño como tú mismo.

Uno es sin duda su peor enemigo, el juez más duro y la persona más difícil para concederse el perdón. Es fácil condenarse y criticarse a uno mismo, despertando sentimientos de desprecio y enojo por lo que se dijo, se hizo y hasta por lo que se llega a pensar.

Cuando uno se equivoca y no actúa como hubiera querido, niega la sinceridad para reconocer sus errores; entonces se condena con crueldad y enreda sus pensamientos y acciones de tal forma que hace difícil entender cómo se puede perdonar y tener el valor para enfrentar los problemas que causó.

Es común que las personas se metan en sus propios laberintos mentales y  construyan justificaciones personales para evitar sentir los sentimientos de culpa, rechazo, vergüenza o simplemente para aceptar su equivocación.

Estos enredos pueden llegar a ser tan complejos que hacen casi imposible encontrar una salida efectiva, sin antes causar serios daños colaterales.

Cuando una persona cae en sus propios laberintos mentales, sabotea toda oportunidad para tener una buena relación con el universo, con las personas que le rodean y se arranca de la posibilidad para ser feliz.

En un inicio la persona puede estar frente a una situación difícil, sentir impotencia o incomodidad, y busca una forma de defenderse. Dice palabras hirientes, lastima, ofende y después, no encuentra la forma de reconciliar ya que no tiene cara para poder confrontar las consecuencias de sus acciones.

La situación se complica cuando se ofenden a otras personas y entonces, le cuesta aún más trabajo aceptar su falla. Su vergüenza se convierte en orgullo, o soberbia y el diálogo con las buenas intenciones quedan encerradas en ese laberinto sin salida.

Así, recurre a los largos y tormentosos silencios, surge el rechazo y el auto castigo. Su severidad de juicio lleva a reprimir sus verdaderos sentimientos y actúa con indiferencia o con desprecio.

Es así como la persona que inicialmente tenía buenas intenciones, complica sus acciones y se convierte en su peor enemigo. Cada vez, crea un problema mayor y lastima más a la gente que quiere y tiene cerca.

Por mejores propósitos que se tengan, el enojo o la tristeza revuelven los pensamientos y los convierten en razones ilógicas y miedos con suposiciones falsas que auto convencen para sabotear las intenciones iniciales, introduciéndose cada vez más adentro de su propio laberinto.

La mente es un arma peligrosa. Cuando no se la conoce, o no se toma conciencia plena de su poder, puede ocasionar problemas con tristes consecuencias.

Muchas veces el orgullo, la vergüenza o hasta la misma culpa hacen que la persona se meta en un laberinto mental donde la salida se encuentra obstruida por cuestiones inconscientes que le es difícil reconocer. Se defiende aludiendo a que no sabe por qué hizo o dejó de hacer lo que tenía que hacer, y no entiende por qué creó ese problema.

Ahora está metido en un gran lío y solo él es el responsable y es el único que lo puede resolver.

La receta: Libérate de los laberintos mentales

Ingredientes:

  • Conciencia – admitir que uno es la persona que crea y puede arreglar sus problemas
  • Valor – fortaleza para reconocer los errores y repararlos
  • Amor propio – aceptar que uno también se puede equivocar y tratarse con cariño
  • Compasión – poder perdonarse y entender a los demás también
  • Sinceridad – aprender a ver la realidad sin justificaciones ni pretextos

Afirmación positiva para salir de los laberintos mentales:

Elijo liberarme de mis sentimientos de culpa y vergüenza cuando me equivoco. Vivo mi presente con conciencia y responsabilidad. Hago paz con mis errores y mis imperfecciones. Dirijo mis pensamientos para hacer lo correcto sin encontrar excusas. Reconozco que el poder para liberarme radica en mi interior. Me quiero tratar con cariño. Me cuido y reconozco que solo yo puedo reparar los problemas que yo mismo he creado.

Para dejar los laberintos mentales:

  1. Las buenas intenciones tienen que estar acompañadas de buenas acciones. No basta con querer hacer el bien, hay que ser proactivo y llevar a cabo lo que uno quiere y se ha propuesto realizar.
  2. Entre más cariño y respeto se siente por uno mismo, más amor y consideración se les tiene a los demás. El yo real emerge cuando uno se trata con afecto, reemplaza al odio y la crítica con diálogos bondadosos y con la aceptación total de uno mismo.
  3. Cada uno es responsable de los problemas que crea. No se puede cargar con la responsabilidad de las acciones o los sentimientos de otros.

"El amor real no es un sentimiento o una idea en el pensamiento, son las acciones que se hacen cada día".


Extraído de recetasparalavida.com

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