Dejar partir a mis hijos

3 min de lectura

Dos niños diferentes, dos caminos diferentes.

Durante las vacaciones de verano enfrenté cara a cara la mortalidad de mi maternidad tal como la conocí durante los últimos 30 años. Mi “bebé” está creciendo.

Tenía todo planificado. Mis hijos mayores no estarían en casa durante algunas noches porque se fueron de campamento y yo estaría sola con el menor, mi hijo de 8 años. Su colonia de vacaciones termina a las 14:30 y después iríamos a pasear los dos solos, compartiendo un momento especial juntos. Él eligió como destino el acuario de la ciudad.

Al final, mi hijo recibió “agua”, pero eso no incluyó peces y tampoco me incluyó a mí. Ese día su colonia de vacaciones había programado una salida especial a un parque de agua y regresaría a casa a las 21:00. Él se preparó para su salida sin ningún pensamiento respecto a dejar a Mami sola todo el día. Lo ayudé a empacar, asegurándome que tuviera suficiente comida, bocadillos, bebida y traje de baño.

Me pregunté cómo me gustaría pasar todo el día sin niños a mi alrededor. Y me pregunté sobre mi futuro. ¿Acaso mi carrera de 30 años de maternidad estaba llegando a su fin? ¿Ya no me necesitarán como la principal proveedora después de todos estos años? ¿Es que mi hijo menor realmente tiene que crecer y alcanzar su independencia? Por supuesto. Sólo que a pesar de que él está listo para hacerlo no estoy segura de que yo también esté preparada.

Estas divagaciones me llevaron a otro preciado niño en mi vida, quien partió en su camino eterno. En ese caso, no se trataba de un niño tan pequeño, pero el viaje es mucho más largo. Hace catorce años, mi hijo mayor, de casi 18 años, estudiaba en una ieshivá no muy lejos de nuestro hogar. Eran los últimos días de clase. En un bosque cercano comenzó un incendio y con una decisión que no era habitual para él, mi hijo decidió ir en su bicicleta a ver de dónde venía el humo.

Enviaron un grupo de búsqueda y unas pocas horas más tarde encontraron su cuerpo en la oscuridad, en el suelo del bosque.

Yo ignoraba por completo su exploración y seguí con mi día como cualquier otro miércoles. A las 17:30 llamó un hombre para informarme que había encontrado una bicicleta en el bosque con nuestro número de teléfono. No era raro que robaran bicicletas y luego las abandonaran en el bosque. Pensé que no era más que una gran molestia. Tenía que revisar cual bicicleta faltaba. Como tenemos muchos hijos, contábamos con una pequeña colección de bicicletas.

Mi hijo

Llamé a mi esposo para decirle que tendríamos que tomarnos la molestia de recuperar la bicicleta. Mi esposo intentó llamar a la ieshivá para informarle a nuestro hijo que habían robado su bicicleta. Dentro de la hora siguiente nos enteramos que él había partido de la ieshivá en su bicicleta y cuando no regresó sus amigos pensaron que había vuelto a casa. Enviaron un grupo de búsqueda y unas pocas horas más tarde encontraron su cuerpo en la oscuridad, en el suelo del bosque. La evidencia forense reveló que se cayó en uno de los barrancos del montañoso bosque de Jerusalem.

También este niño pequeño partió en un viaje. Su alma bajó y nos acompañó sólo 17 años y 9 meses. Era amable y afectuoso, tímido e inteligente, curioso y profundo. Él permanece por siempre en mi corazón, pero tal como no puedo controlar a mi hijo menor en su travesía desde la infancia a la adolescencia y más allá, no podría haber evitado que mi hijo mayor siguiera su camino. Ahora su viaje lo llevará al lugar en donde el alma florece sin el impedimento de un cuerpo.

Sé que se considera aceptable e incluso apropiado sentir enojo en el momento que se sufre una pérdida, pero yo nunca lo sentí. Obviamente estuve triste. Lloré cada día durante todo el año después de su fallecimiento. Hasta hoy en día no puedo dejar de pensar en qué clase de adulto hubiera llegado a ser. Pero en todos estos 14 años nunca sentí enojo. Prefiero pensar en el regalo de haber tenido a mi hijo en mi vida durante esos 17 años en vez de enfocarme en su pérdida.

A medida que mi hijo más pequeño crece y adquiere su independencia, espero y rezo poder ser testigo de su progresión a adolescente, adulto, paternidad y más. Estoy segura de que habrá tropiezos en el camino y que mi involucramiento (léase interferencia) no siempre será deseado. Es una lección de “dejar partir”. Aprendí esta lección hace más de una década cuando recibí el mensaje Celestial de que tenía que renunciar al control y al mismo tiempo atesorar los recuerdos de mi hijo mayor.

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